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Columna
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Piernas

Si el inicio del mes de agosto vino marcado por el escándalo Gescartera, está claro que en la conclusión del mes han destacado con luz propia otros eventos, entre ellos, el inicio de la Liga de fútbol o la polémica presencia de Eva Sannum junto al príncipe Felipe de Borbón.

A lo largo de este mes comprobamos que Camacho, propietario de Gescartera, era un piernas, pero de las piernas del futbolista Zidane y de las piernas de Eva Sannum sabemos poco: el franco-bereber aún no ha dado muestras de su maestría en los campos de juego y acerca de las piernas de Eva Sannum sólo hay conjeturas, ya que la tele suele enfocarla ejerciendo de princesa, es decir, con traje de gala.

Son piernas (las de Zidane, las de Eva) altamente cotizadas, y sin duda por razones muy distintas. Seguro que mis piernas serían incapaces de emular con el balón la magia que practica el delantero madridista, aunque es cierto que podrían correr detrás de las piernas de Eva Sannum, quizás sin éxito, pero al menos sí con convicción.

En cualquier caso, las piernas de Zidane y las de Eva Sannum van a dar mucho juego a lo largo de la presente temporada. Yo confío en las del delantero madridista porque han costado lo suyo, y sería una pena que no devolvieran a la afición lo que ésta ha pagado por ellas, en abonos al estadio y en abonos a cadenas digitales.

En cuanto a Eva Sannum, presiento que no nos va a abandonar en cierto tiempo. Una impetuosa apología del amor-de-dos-muchachos-que-vence-todas-las-dificultades se está extendiendo por la vasta anatomía de la prensa del corazón. Curiosamente, las crónicas insisten en que tanto la modelo noruega como Mette-Marit, esposa del príncipe Haakon, son plebeyas. Aturde semejante desparpajo en el uso de palabra tan peyorativa. Pero no se engañen: se trata sólo de una dramatización del argumento.

Los intelectuales progresistas del paisito nos habían aleccionado con que aquello de la hidalguía vasca universal, en el siglo XVI, era una burda engañifa, pero nada han dicho aún de los títulos nobiliarios que algunos vascos, vinculados a las minas y a la banca, obtuvieron más tarde con su lucrativo negocio. Supongo que algo habrá de razonable en negar su hidalguía a un campesino, pero no a un residente en Neguri. En fin, ellos sabrán.

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Por de pronto, el común de los mortales, incluso de Rh acrisolado, nos resignamos a ser plebe, al menos para apuntalar con nuestra baja condición el cuento de hadas de Eva Sannum. Si no hubiera príncipes y plebeyas, el cuento no tendría ninguna gracia; todo sería un vulgar derecho de pernada: el polvo semanal, generalmente sabático, de la atareada clase media; en fin, un mero cuadro costumbrista.

Para más piernas, la insistencia con que los tiburones, en las playas de Australia y de Florida, están haciendo su agosto. Se repiten los ataques a bañistas y la prensa diaria y las revistas publican extensos reportajes. El otro día vi en la tele a una chica más bien mona que mostraba ante las cámaras una terrible dentellada en su pierna. Habría que alabar el gusto de determinados escualos, aunque no precisamente el de Camacho, dueño de Gescartera, que además de ser un piernas es también un pérfido tiburón de las finanzas: parece que le iban los obispos.

Entre los reportajes que hablaban sobre escualos, un diario publicó recientemente un curioso decálogo de autoayuda ante tan terribles depredadores. Se daban diversos consejos, hasta llegar al último supuesto: bueno, qué hacer, en suma, cuando el ataque por fin se ha producido: 'La regla general es alejarse', resolvía. Aturde tanta clarividencia, tanto seso, tanta razón. Tomen nota: basta con batir las piernas.

Siempre se hincan los dientes en la pierna. Debe ser especialmente eficaz. O placentero. Así se hace en el mar y en las finanzas. Quizás también en el sexo morganático.

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