Magos y murciélagos
Hoy, bajo las luces de Mestalla, la Liga reunirá a algunas de las más ilustres figuras de su mitología. Por ahí viene Cañizares, que ha mantenido una dura competencia con Oliver Kahn por el título de mejor portero del año: pondrá su oxigenada cabeza de vikingo sobre uno de esos conjuntos metálicos que habrían hecho feliz al rey Olaf y mantendrá su tradicional mirada de hurón, atento a todo lo que se mueva por las madrigueras del área. Muy cerca, su escudero Fabián Ayala, elegido mejor defensa de la temporada, conserva esa equívoca presencia de sicario o confesor que siempre nos ha impedido saber si está pidiendo ayuda a santa Rita de Casia, abogada de las causas desesperadas, o perpetrando la muerte del delantero centro, un muchacho que hoy, oh, casualidad, hablando de morir, se llamará Morientes.
En sus ratos libres tendrá que perseguir a dos balones de oro. Uno de ellos, Luis Figo, revestido con su inconfundible expresión de candidato a úlcera de estómago, llevará como siempre una guadaña en el pie derecho. El otro, Zinedine Zidane, un tímido embajador de la grandeur, volverá a usar el repertorio de Nijinski sobre la pelota: hará su despliegue de pasos, piruetas y zapateados y, por una rara conversión de la adrenalina, sudará a chorros mientras se acerque de puntillas a la guarida de Ayala.
Luego llegará Raúl, proclamado mejor delantero de Europa, con su cara de afilador, sus finas piernas de subsecretario y ese olfato tan especial para el peligro. Visto en la distancia, parecerá el modelo del atleta precolombino, es decir, un deportista anterior al descubrimiento del bistec con patatas. Sin embargo, un momento después, oh, prodigio, bajará los ojos, murmurará no sé qué y, cuando levante la cabeza, tendrá un presentimiento y se convertirá en el más peligroso de los ejecutores.
A todo esto, ¿qué es de Mendieta? Hace algún tiempo, el presidente del club en ejercicio proclamó: Nunca lo traspasaremos; deshacerse de él sería vender el murciélago del escudo. Pero ahora, con su trofeo al mejor centrocampista sobre el aparador, Gaizka intenta rehabilitar a los tifosi del Lazio por el viejo procedimiento de tratar el balón como si fuese un amigo. ¿Estamos ante una ausencia irremediable? No, porque ocupará su puesto Pablito Aimar, una especie de querubín con un refinado cerebro de ajedrecista: en una sola mirada es capaz de cuadricular el campo, de establecer el valor de las piezas y de analizar la situación. Como todos los grandes campeones, va siempre dos jugadas por delante.
Con tales antecedentes, sólo cabe un pronóstico: mientras los magos del Madrid, seres crepusculares al fin, traten de hechizar Mestalla, la suerte del Valencia estará en manos de su aspirante a murciélago.
Serán muy buenas noches.
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