Anticlericalismo
No soy anticlerical: no soy anti-nada, y me molestan los antis, que en general se cargan de tanto pathos como aquellos a los que niegan. Tengo amigos clérigos, entre ellos, José María Martín Patino (más aún que amigo, persona a la que quiero y respeto), que ayer defendía (aquí) a la Iglesia por el caso Gescartera y caía en un par de generalidades o de tópicos: uno, si alguien reprocha algo o critica a la Iglesia, es anticlerical; otro, los medios de comunicación son culpables. No es digno de su renombre.
Los medios de comunicación son malos, equivocados, inseguros, erróneos: como el resto de España. Estamos en un país en trance de autodepuración, y todo está en ese trance. Justicia o políticos, curas y grandes almacenes, capitalistas y guardias. Pero la censura hay que desterrarla para siempre: más vale un error libre que una verdad obligatoria. Pero ésa es otra historia.
No soy anticlerical: simplemente veo con complacencia la caída continua de la Iglesia, su distancia creciente del pueblo, su viaje hacia la desaparición; y, además, el adelanto en la era poscristiana, que comenzó seriamente con el siglo XX. Pero nada de eso es cosa mía: el anticlericalismo es una realidad profundamente española, es muy antiguo y se le debe comprender. Los primeros eclesiásticos vinieron con los romanos y se aliaron con todos los poderes: desde la Reconquista hasta el caciquismo, desde la Inquisición hasta el franquismo y su Cruzada, y el pueblo ha sido su víctima; o lo ha hecho víctima cuando ha podido, incluso con los desmanes de todos conocidos.
El anticlericalismo es parte de la filosofía y de la literatura española cuando el nihil obstat no lo ha impedido. Ay, la Iglesia católica, y no sólo su extravagancia española, que ha causado siglos de retraso en el pensamiento y una pobreza que luego ha querido socorrer a su manera, ha sido uno de los poderes fácticos más fuertes, y resulta que continúa: sus ataques a la libertad individual, su oposición a las investigaciones, su miedo a la eternidad, siguen oscureciendo algunas mentes. Qué tontería, estoy diciendo cosas de hace siglos. Pero es que siguen pasando cosas de hace siglos.
Dentro, claro, de estos cambios, de estas caídas, de esta decadencia. De la que sólo soy observador. He visto sus grandes épocas de complicidad y de persecución, y la veo ahora mendicante siempre pero inversora siempre; mezclada en la inversión con otros poderes fácticos, con otros cuerpos del conservadurismo de la peligrosa peculiaridad española con los que siempre ha trabajado. Pero que cada vez la van abandonando más: rinde menos servicio y cuesta demasiado cara.
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