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Columna
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Exterminator

Decía el otro día Estrella de Diego (crítica de arte, o como se diga) que Gala, la de Dalí, era una artista sin obra. Yo siempre he pensado que a mí me pasa lo mismo y lamento no estar dotada de talento para materializar mis visiones plásticas; en Gala la obra se materializó en biografía, así que estoy en ello. De hecho, a mí me ha pasado algo que le pasó a Andy Warhol. Cuenta Warhol en sus Diarios que a lo largo de su vida libró una lucha sin cuartel contra la polilla que invadía sus armarios y destrozaba su ropa y sus nervios. Nunca acabó con ella: sus polillas eran una plaga.

Yo he tenido, como Warhol, una plaga de polilla. Primero vi dos, dos polillas. Lo lógico parece que, de dos cosas, veas una antes y otra después (aunque el tiempo entre una y otra sea casi imperceptible), pero cuando te invade una plaga de algo lo primero que ves son dos de ese algo. Vi dos. Estaban quietas sobre la pared de mi habitación, muy pequeñas, concentradas, con ese tono pardo que los pijos llaman bech y los demás llamamos beis. Si me acercaba a ellas caminaban un momento muy deprisa y emprendían enseguida un vuelo aparentemente tonto y ciego, aunque muy deferente, pues no son de esa clase de insectos odiosos que vuelan sin sentido hacia tu cara. No me cayeron del todo mal, no me asquearon, pero bajé a la droguería a comprar algo para acabar con ellas (así es la relación entre el ser humano y el ser polilla). Resultó bastante descorazonador. Mis drogueras, que también son siempre dos y parecen eternas, exclamaron '¡Uuuy, pues tienes un problema!' 'Aaah', musité yo, '¿y cómo podría resolverlo?' '¿Es que no has puesto naftalina en las bolsas de la ropa de invierno?', interrogaron las drogueras. 'Pues la verdad es que no', seguí musitando yo mientras recordaba el desorden estacional de mi armario (lo que me llevó en décimas de segundo -ver dos cosas al tiempo- a recordar toda una plaga de desórdenes), 'es que pensé que eso eran cosas de antes'. Las drogueras me miraban fijamente con un recriminatorio meneo de cabeza: 'Claro, eso es lo que creéis los jóvenes, que son cosas de antes, y luego os pasa lo que os pasa'. Yo me dejaba regañar un poco más animada por lo de joven, pero con la aprensión de que me estaba pasando algo que tenía tan mala pinta como el gesto de las dos drogueras. 'Sólo he visto dos', acerté a defenderme. 'Si has visto dos es que hay más', amenazaron, 'y lo peor son los huevos y las larvas'. A mí ya me estaba dando el asco y me acordé de Warhol, así que me llevé un cargamento de armas letales contra la polilla de Chueca.

Pero mi lucha fue en vano, pues al cabo de un mes, olvidada ya de la posibilidad de materializar en biografía (aunque fuera a través de la polilla warholiana) mi talento de artista sin obra, vi cuatro, cuatro polillas. Volví a bajar, un poco nerviosa, a la droguería. Una de ellas, de las polillas de Chueca, había salido del armario, y las drogueras simultáneas y eternas me observaron ya con lástima: 'Tienes un problemón, vas a tener que tirar todo lo que tengas en el armario'. Me largué de allí, porque me vi sin obra y sin ropa, a pensar un rato en mi prometedor futuro como artista que ya no puede ser pop: 'Actualmente, lo provocador es la discreción', asegura también Estrella de Diego. Así que pensé en una actuación drástica: yo no quería ser una artista con agujeros en la ropa. Entonces entré en el escondido y apasionante mundo de la desinsectación y la lucha contra plagas, y conocí a Exterminator: '¿Tirar toda la ropa?', oí pronunciar con desprecio al otro lado del hilo telefónico, 'lo que hace falta es una nebulización'. Me tranquilizó su aplomo químico y me convenció la paradójica capacidad de figuración de algo definitivo que encerraba en su boca la abstracción de ese término. 'Tenéis que dejar todo tal como está e iros de casa. No podéis volver en veinticuatro horas'. Luego hablamos de la capacidad de supervivencia de los insectos y me di cuenta de que, aun en la hipótesis de llegar a ser una artista con obra, cualquiera de mis polillas, o sus huevos o sus larvas de incontable generación, superaría mi posteridad.

Exterminator llegó al día siguiente, con esa calma, parecida a la de los médicos y a la de los soldados, que imprime el haber asistido a mucha muerte. Sacó el producto a nebulizar y nos invitó a que lo oliéramos, quizá para perderle aprensión. Me dijo que después iba a matar a una rata que había aparecido en una cocina. Yo había tenido que abrirle hasta mis cajones más íntimos y entre nosotros se estableció casi de inmediato una rara confianza: nada une tanto como la intermediación con la muerte. Se puso una especie de escafandra y sonrió. En media hora acabó con las polillas, lo que me aleja de Warhol pero me asemeja a Gala. Y a tantos y tantos artistas sin obra.

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