Propiedad vitalicia
No sé bien qué fue primero: si yo nací para pertenecer a Cabo de Gata o si es el Cabo el que me pertenece a mi. En cualquier caso, cuando pienso en su playa lo que me viene a la cabeza es su belleza en bruto, su serenidad y la hermosura de su costa.
Entre los placeres más gratificantes regalados por la naturaleza no igualo con ningún otro el momento de enfilar la carretera en dirección al faro y, justo a mitad de ascensión, volver la cabeza para contemplar Las Salinas y la lengua de tierra que las separa del mar. En los días duros de Poniente aún me gusta subir hasta el Arrecife de las Sirenas para ver la bravura y la grandeza del mar, la agresividad imponente del oleaje que recuerda lo evidente: cuán pequeños somos ante esa magnitud natural.
Yo conozco al Cabo y el Cabo me conoce a mí desde siempre, desde que tengo uso de razón. Él me invita a pensar, a pasear, a reflexionar. Y me enseña lo que con harta frecuencia olvidamos: a recrearme en el tiempo sin mirar las agujas del reloj.
Honestamente diré que echo de menos la playa de antaño de San Miguel de Cabo de Gata, sin duchas ni paseo marítimo pero tan salvaje y tan vital que se desparramaba sin constricciones urbanísticas. Para mí el Cabo es eso: libertad y bravura sin límites; y eso tiene un sentido de propiedad.
Huyo de los meses bullangueros, de las grandes concentraciones estivales y de los excesos de julio y agosto. Pero en mi recuerdo permanecen las noches de tertulia con Pototo o Juan Rojas en el chiringuito de Boni hasta la madrugada, tardes completas en torno al dominó o anécdotas jocosas en su tiempo con mis hijos por testigo. De esto último me viene a la cabeza aquel día de junio en que me fui de pesca a Los Escullos, donde pillé un mero de cinco kilos. Al regresar a San Miguel de Cabo de Gata, ya de noche, mis hijos pescaban con carrete en la playa. Se me ocurrió, a escondidas, enganchar el mero en una caña. Al día siguiente el pueblo entero intentaba pescar un mero allí.
Sí. Estoy convencido. Mi vida no sería la misma sin la playa de Cabo de Gata. La conozco desde siempre y me siento hombre del Mediterráneo. Conozco cada piedra y yo no sería yo de no ser por el Cabo. Ha cambiando algo pero no creo, sin embargo, aquello que decía Manrique: 'cualquier tiempo pasado fue mejor'.
Yo, que la vi sólo con cuatro casas de pescadores y un cuartel de la Guardia Civil, pienso que su desarrollo ha sido compatible y respetuoso con el marco que tan especial la hace y creo sinceramente que la gente vive mejor. Siento añoranza por su entorno, el de San Miguel, pero sé que se ha mejorado. Es mi playa por siempre y yo soy de ella, eternamente.
Santiago Martínez Cabrejas es abogado y alcalde de Almería y nació en Padul (Granada) en 1948.
ASÍ ES HOY
Agua: Limpia y cristalina. No hay emisarios cercanos al estar en el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar. Arena: Granulada y gruesa. Formada en un 60% por conchas marinas trituradas por la acción del tiempo. Limpieza diaria con tractor y limpiaplayas más tres operarios. Servicios: 174 cubos-papelera de 120 litros de capacidad. Además, el núcleo de San Miguel cuenta con 12 duchas, dos chiringuitos, paseo marítimo, edificio de salvamento, zonas deportivas y alquiler de hidropedales.
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