_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Utopías

Jesús Gil ha incorporado una nueva palabra a su vocabulario. La pronuncia del tirón, sin trompicarse, con todas sus letras: autodeterminación. La usa como si fuera una palabra lustrosa, que diera empaque. Hace lo mismo que con ese rico vocabulario jurídico que ha ido adquiriendo a base de sus tratos con los mejores abogados que el dinero puede comprar.

Cuando, por ejemplo, dice 'juicio de casación' se le llena la boca de gusto, orgulloso de poseer palabras que le han costado tan caras. Él -que se ha hecho a sí mismo demostrando involuntariamente las limitaciones del bricolaje- goza cuando da lecciones; especialmente, de Derecho, campo en el que, en su calidad de delincuente, ha ido acumulando una gran experiencia y alguna sabiduría.

Lo de la independencia de Marbella es un viejo sueño de Gil. Él desea convertir a Marbella en Montecarlo y, ya puestos, transformarse él en Rainiero y puede que aún asigne el papel de Grace Kelly a su esposa Ángeles, muestrario vivo y cruel de los efectos paradójicos que produce el abuso de la cirugía estética.

Ahora, de nuevo, Gil ha vuelto a contar su sueño en La Razón -ese matutino de fantasía del que es accionista y que se ha convertido en su portavoz-, pero ya pensaba en la independencia cuando mandó construir los dos arcos horrorosos que marcan los límites de la ciudad de la que es alcalde: ya entonces, para que los arcos tomasen un indudable aspecto fronterizo les adosó una oficina de cambio de moneda y otra de información e hizo poner guardias a caballo bien visibles.

Gil -si me permiten la expresión- argumenta que sus deseos de independencia no son una utopía, y pronuncia 'utopía' sabiendo que esta es también una palabra lustrosa y que debe de exhibirla con el mismo orgullo con el que muestra a su enjoyada esposa a la entrada de las fiestas en las que aún es invitado.

Pero el viejo sueño de Gil termina generando pesadillas. ¿Se imaginan que Gil pudiera acuñar su propia moneda? ¿Se imaginan que fuera la familia Ramírez quien se encargase de impartir justicia? (Bueno, esto último es más fácil de imaginar: es algo que ha sucedido y que de algún modo continúa sucediendo).

Quizá se pregunten si Gil se ha vuelto loco. Si se hacen esta pregunta es que dudan que aún haya gente que crea en su palabra. Pues la hay. Gil cimienta su prestigio en la variedad más brutal de eso que se suele llamar sinceridad. Ya saben: al pan, pan, y al vino, vino.

Al contrario que otros de su especie -Mario Conde, Javier de la Rosa, Ruiz-Mateos...-, él nunca ha tratado de ocultar lo que es: un delincuente que 'por codicia', según rezaba la sentencia, provocó la muerte de 58 personas en Los Ángeles de San Rafael.

Y, por si quedaban dudas, cuando se presentó por primera vez a las elecciones para la alcaldía advirtió que lo que pretendía era ganar mucho dinero. Se le podrá acusar de muchas cosas, pero no de no advertir a tiempo de cuáles eran sus intenciones.

Aunque parezca increíble, Gil sigue teniendo seguidores y en Marbella su partido sería probablemente todavía el más votado si ahora se convocaran elecciones.

Qué horror.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_