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Tinto de verano | GENTE
Columna
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JUANITA BANANA

Elvira Lindo

Hay veces que me coloco delante del teléfono y empiezo a mirarlo fijamente, en estado de máxima concentración. No lo creerán pero, más tarde o más temprano, el teléfono suena. Es cierto que en Madrid consigo que suene cada cinco minutos, incluso cuando no estoy concentrada delante del teléfono sino intentando concentrarme en mi obra (hay quien piensa que mi obra no requiere concentración), también es cierto que aquí me paso tardes enteras concentrada y el teléfono nada. De tanto concentrarme me voy quedando cuajada en el sillón y cuando me despierto, ahí sigue, impertérrito. Pero no pierdo la fe, al contrario. El otro día le dije a mi santo que se sentara conmigo para hacerle una demostración. Y él que no, que no. Como diría el poeta: desprecia cuanto ignora. Al final cedió porque las pájaras tenemos nuestras artes para convencer a los santos, y yo, en dichas artes, soy una pajarraca. Le dije: 'Observa cómo me concentro'; me puse a mirar el teléfono en estado alfa total y no habían pasado dos minutos cuando empezó a sonar. Nos pegamos tal susto que nuestras cabezas chocaron al ir a cogerlo. A lo mejor el que tiene poderes es mi santo. Se fue al jardín murmurando: 'Me haces hacer unas tonterías, quien me viera'.

Era mi hijo, para decir en qué tren llegaba. Siempre dice que desde que tiene memoria me recuerda hablando por teléfono. Que su primer recuerdo es tener entre los dedos el cable del teléfono mientras mamaba. Lo dice para que me sienta culpable. Lo que yo le digo, hijo, el pasado no se puede cambiar. De pronto, escuché el pitido de la llamada en espera. Bueno, hijo, adiós, que me llaman y ardo en deseos. Sentí un poco de culpa, pero lo que dice Bicoca, primero se piensa en una, porque si una no es feliz, una no es capaz de hacer feliz a nadie.

Digo, quién es. Era el director de la academia a la que va mi santo los jueves. El hombre, muy educado, me dijo que si estaba mi santo. Y en esto que yo me asomo a la ventana y lo veo acariciando al manzano, porque dice que a las plantas hay que acariciarlas, y lo que yo digo, muy bien, pero antes que los manzanos estaremos las personas. Total, no me preguntes por qué, pero al verlo con el manzano y escuchando a todo meter Juanita Banana (qué raro es), me dio un pronto y le dije al tal director que no estaba. Pensé: que hable conmigo que tengo más ganas. Fue una conversación agradable, la verdad, y sin pensarlo me salió el decirle que, oyes, si alguna vez quieren meter a una señora, que piensen en mí. Él se quedó cortado, como si le hubiera propuesto, qué se yo, otra cosa más íntima. Y ante su silencio yo seguí defendiendo mi candidatura, que puedo ser una ventana de aire fresco, que para leer mi discurso me ajusto al frac (tengo visto uno de Armani), que si me veo un poco como la Barbara Stanwyck en Bola de fuego, que sé que se han dado casos de que coincidieran un padre y un hijo pero nunca consortes, y que pienso yo que esto podría darle a las sesiones un aire más familiar. El hombre sólo acertó a decirme adiós. Pensando en positivo creo que es que se ha quedado dándole a la pelota. Luego bajé al jardín y en plan pajarraca le di unos picotazos en el cuello a mi santo. Es una especie de anestesia que le practico cuando voy a contarle una cosa que sé que no le va a gustar.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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