La memoria ya no es lo que era
Peroré en El Escorial: algo de la falsificación de la memoria que comete uno, y de los asaltos deliberados a ella desde fuera. El asesinato del pasado es una antigua arma, muy poco sutil, de la dictadura: su brutalidad destruye libros y a veces autor, censura aportaciones, fabrica la historia. La democracia inventa el pasado, lo difunde; y ya tiene medios de inventar el presente penetrando en la noticia o haciéndola a su voluntad. Sobre ello el director de los cursos de verano de la Universidad Complutense, el neurólogo eminente Alberto Portera, me manda una copia de lo que dijo él en la Academia de Medicina, y encuentro una frase especial: 'No es importante ni debe afectarnos que nuestro cerebro nos engañe, lo que debe inquietarnos es que otros cerebros nos engañen'.
Una primera observación me angustia: la diferenciación entre nuestro cerebro y nosotros, mi cerebro y yo. ¿Cuántos somos? Dije que el recuerdo de algo era distinto según el momento, la ocasión en que lo evocábamos, y según las personas ante las cuales evocábamos. A principios de siglo, la memoria era un archivo, un adelanto del magnetófono y del vídeo. Ya no lo es. Está en la línea a la que nos ha conducido el siglo pasado: la de la inseguridad, la duda. Se acaban los dogmas, los puntos cardinales del conocimiento. Por lo tanto, es más necesario que nunca el humanismo para buscar; pero nos lo quitan. Nos lo sustituyen por nuevos dogmas insensibles, como los de la noticia de cada día que se enquista en el pensamiento único. Vaya argamasa. 'Lo que la memoria almacena es el efecto de lo que los sucesos diarios provocan en nuestro cerebro (...). La memoria no es una réplica de la realidad, sino una réplica de cómo el cerebro ha experimentado esa realidad'. Pero ¿qué realidad? Esta frase es del profesor De la Rubia, autor de El cerebro nos engaña, que presentó Portera en la Academia. Lo de 'qué realidad' es mi perplejidad antigua desde que trabajo con ella.
Durante cuarenta años me preocupaba menos, porque ya sabía que la realidad con la que trabajaba era falsa, y que mi materia estaba hecha de la mentira. Ahora es más complejo. Lo que llega como información es malo: incluso la que me concierne directamente, la realidad de mi vida, con la que a veces también trabajo. Los persuasores invisibles (es el título de un libro de Vance Packard) van tratando de persuadir a nuestros cerebros-memorias de que trabajen para ellos. Para su dinero, diré para resumir el culmen de sus poderes. El escepticismo es una defensa poderosa: si no es solamente negativo.
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