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Europa, ¿obsesión o ilusión?

Durante el debate La democracia en el nuevo milenio, organizado por EL PAÍS con motivo de la celebración de su vigésimo quinto aniversario, Javier Solana, responsable de política exterior y de seguridad de la Unión Europea, hizo unas declaraciones sobre los retos que plantea la consolidación de la democracia en países que han sufrido dictaduras y conflictos étnicos, declaraciones que despertaron una viva polémica entre sus interlocutores. Hablando de las futuras elecciones en los países balcánicos, subrayó que 'es un error creer que se pueden aplicar inmediatamente valores que nosotros hemos tardado siglos en incorporar', y que 'el imperio de la ley y de la democracia no son lo mismo' (EL PAÍS, 11 de mayo). En realidad, si tenemos en cuenta que Solana hablaba desde la perspectiva de un europeo occidental y que se refería a los Balcanes, hay poco de polémico en sus palabras. Se pueden aplicar no sólo a los procesos electorales, sino a la tormenta provocada en la vida política de Croacia y la Federación Yugoslava por la exigencia de la entrega de los criminales de guerra de estos países al Tribunal Penal Internacional, o al compromiso de plena colaboración de sus gobiernos con las instituciones jurídicas internacionales. Aunque la temida ruptura entre los gobiernos de Yugoslavia y Serbia parece deberse a las tensiones producidas por la entrega de Milosevic a La Haya, tiene su verdadero origen en la vieja rivalidad entre Kustunica y Djindjic. Los nuevos comicios que se derivarían de la presente criris yugoslava son necesarios para definir, esta vez sin ambigüedades, el rumbo de la transición democrática. Los ciudadanos deberán elegir entre un proceso lento que mantenga intacto el 'orgullo nacional serbio' (es decir, la propuesta de Kustunica) y unas reformas aceleradas, en claro compromiso con los valores occidentales, como quiere Djindjic.

La Unión Europea ha optado por una política de palo y zanahoria (por no hablar lisa y llanamente de chantaje) para impulsar el proceso de democratización en Serbia, subordinando la ayuda económica para la reconstrucción del país a la entrega de Slobodan Milosevic. Sin embargo, surge una cuestión más allá del debate intelectual y ético y de la incuestionable necesidad de vindicar a las víctimas juzgando a sus verdugos: ¿cómo contribuye esta política a la transición democrática emprendida después de la muerte de Franjo Tudjman en Croacia y la caída de Milosevic en Serbia? Las demandas del TPI y las posteriores decisiones de entregar a aquél los presuntos criminales de guerra provocaron una crisis de los inestables gobiernos de la zona. En ambos países dimitieron varios ministros por oponerse a la entrega de sus compatriotas, a pesar de que los nuevos dirigentes basan su credibilidad ante Occidente en la condena de las prácticas políticas de sus antecesores. Por una parte, las exigencias del TPI humillaron a las instituciones jurídicas nacionales, pero, por otra, les dieron la oportunidad de eludir los problemas que han tenido que afrontar los tribunales chilenos, por ejemplo. Pero, sobre todo, han desvelado la necesidad de elegir sin ambigüedades la política propia ante la Europa Occidental, un requisito básico de la transición democrática.

La cesión a las demandas del TPI pone de manifiesto que Europa, para los balcánicos, ha sido más un mito y una aspiración que una realidad política, una mezcla de obsesión e ilusión. Las historias míticas serbias y croatas sobre Europa son bastante parecidas. Europa es el horizonte de referencia de la Cultura y las historias cuentan la pertenencia cultural al universo europeo, aunque se suspire por la imposible pertenencia política al mismo. Las prácticas de los regímenes de Tudjman y Milosevic basadas en las viejas historias de sus nacionalismos respectivos son la mejor prueba de ello. Miroslav Krleza, el gran escritor croata, solía decir: 'Que Dios nos salve de la cultura croata y el heroísmo serbio'. Esta frase resume el meollo mítico de la relación entre Europa y serbios y croatas. Los nacionalistas serbios no dudan de que siempre han sido europeos. Tal seguridad se fundamenta en la creencia de que fueron ellos los que defendieron Europa de la expansión otomana. En su discurso del sexto centenario de la batalla de Kosovo, Milosevic afirmó: 'Hace seis siglos, aquí, en Kosovo, los serbios se defendieron de los turcos. Pero defendieron también a Europa. Entonces los serbios fueron la muralla que protegió la cultura, la religión y la sociedad europea. Por ello, hoy día no sólo es injusto, sino históricamente absurdo, cuestionar la pertenencia de Serbia a Europa' (Polítika, 29-6-1989). El escritor serbio Matija Beckovic cree incluso que el suyo es el pueblo más genuinamente europeo, porque 'Europa no tiene raíz más profunda que la que arraigó en nuestro territorio a través de Grecia y Bizancio' (Knjizevne Novine, 772). Por tanto, el conflicto con Europa se debe, según Beckovic, a que los occidentales han olvidado los auténticos valores europeos, valores que los serbios conservan. Como no podía ser menos, los croatas también defienden Europa, pero sus motivos son 'más cultos' y los bárbaros son otros. Dubravko Jelacic-Buzanski escribe, a propósito de los serbios, en su artículo El adversario indigno: 'Lo que han sido las normas de la vida civilizada y tradicional europea, no existen en nuestro enemigo oriental. Decir que allí empieza Asia sería una ofensa para Asia y sus honorables países. El ejemplo de nuestro enemigo es único. Él sólo crea sus propias formas de maldad. Contra nosotros mantiene una lucha salvaje y sin otros principios que los medios astutos del repertorio bizantino' (Vjesnik, 30-8-1991). La revista Arena de Zagreb (11-8-1995), pocos días después de la Operación Tormenta, en la que fue expulsada la mayoría de la población serbia de la Krajina croata, dedicó un número entero al acontecimiento. Casi todos los artículos planteaban el conflicto étnico como una lucha entre la Cultura y la Barbarie. Arena encuentra un argumento en la afirmación de que Petrinja, una ciudad donde los serbios eran mayoría, 'olía como un rebaño de cerdos' y que el reloj de su plaza mayor no funcionaba: 'Pobres serbios, no prestaban atención al reloj'.

La colaboración con el TPI refleja, en apariencia, el respeto de unos valores morales universales y superiores a los del etnocentrismo de Tudjman y Milosevic. Cabe preguntarse si las sociedades balcánicas han hecho suyos estos valores subrayados por la práctica de sus nuevos dirigentes. Pero habría que preguntarse también si la Europa Occidental es capaz de modificar, a su vez, las visiones estereotipadas de los Balcanes que forman parte de su propia cultura; a veces, de lo selecto de su propia cultura. Y para no ir a buscarlos demasiado lejos, me limitaré a citar unas frases de las Cartas europeas de Josep Pla que parecen sacadas de la revista Arena: 'Belgrado, como todas las ciudades eslavas que conozco..., hace un olor semejante al de un rebaño de carneros. En estas aglomeraciones, sobre todo en los barrios más populares, siempre me ha parecido sentir un tufillo lanar'.

Mira Milosevich es socióloga serbia.

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