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Reportaje:FÚTBOL

Marginado por el club, ídolo de la grada

Kily González se gana el corazón de la afición del Valencia tras oponerse a su traspaso a Italia

Cuando en el verano de 1999 pagó 1.300 millones de pesetas al Zaragoza por Cristian Alberto Kily González (Rosario, Argentina, 4 de agosto de 1974), el Valencia compró por el mismo precio a un explosivo interior izquierdo y a un tipo con carácter y fama de 'golfo'. Ambas cosas gustaron en Mestalla, que convirtió a Kily en uno de sus ídolos. Pero en uno diferente. Mientras algunos de sus compañeros -Farinós, Gerard, Piojo López, Mendieta...- han abandonado el club tentados por suculentas ofertas económicas, Kily se ha mantenido firme: 'No me quiero ir'. El Valencia, por el contrario, sólo ha pensado en hacer caja con él, sobre todo tras sus problemas de pubis en la última temporada. 'El dolor es increíble. Me infiltro en todos los partidos', decía entonces. Las lesiones le han perseguido. Ahora una inflamación en la rodilla izquierda le apartará del primer partido de la Liga, ante el Madrid.

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Si el rendimiento de Kily ha mermado, no así su carácter. Es la personalidad que se forjó de chico, cuando viajaba casi sin dinero ni comida para ir a ver a su equipo, el Rosario. Por eso, por su estilo peleón y orgulloso, decidió acabar la temporada como fuera antes que operarse y estar tres meses de baja. A su sombra, Vicente empezaba a brillar con luz propia por la banda izquierda y el argentino no se quiso mover de su silla. No se operó y se arrastró en muchos partidos junto a la cal, como una sombra del jugador que era. Cuanto peor estaba, menos pensaba en el quirófano y más cara de culo se le ponía.

Kily ya jugó lesionado la final de la Liga de Campeones de 2000 contra el Madrid. En la siguiente, ante el Bayern, también con dolencias en el pubis, no pudo más que desafiar con la mirada a Kahn cuando el portero buscaba una pelota y él le puso la zancadilla. No se le volvió a ver, como a tantos otros, y la directiva a empezó a escuchar cantos de sirena con acento italiano. En los pasillos del calcio sonaba: Lazio, Juventus, Inter... Con más fuerza todavía desde que le marcó un golazo a Italia en un partido amistoso con Argentina. Este pasado verano, el Valencia le abrió las puertas de Mestalla. Y él lloró de rabia en el vestuario ante la mirada de sus compañeros. El futbolista se habría ido -el Lazio le pagaba el doble de lo que gana en el Valencia-, pero el tipo con carácter dijo que no, que no emigraba sin curar una herida que le lastimaba su conciencia más que su pubis: 'He ofrecido un nivel mediocre y me siento en deuda. Es un espina que tengo clavada y mi gran desafío es seguir aquí y rendir como antes. Uno no es tonto, pero hay cosas que se valoran más que el dinero'. Una postura sorprendente ahora que el fútbol sólo se concibe como un inmenso mercado y que muchos futbolistas anhelan jugar en la Liga italiana. En el Lazio, además, Kily habría coincidido con sus amigos Piojo López y Mendieta. Pero no. Kily lloró porque se quería quedar y porque el Valencia, en tiempos de recesión económica, sólo pensaba en él como un buen negocio. El nuevo técnico, Rafa Benítez, por orden del club, le marginó de los entrenamientos en la pretemporada en Holanda por el temor a que una lesión frustrara su traspaso y el presidente, Jaime Ortí, anunció el acuerdo con el Lazio: 1.000 millones de pesetas y Kily por el delantero chileno Marcelo Salas. Pero, cuando el argentino se disponía a regañadientes a hacer las maletas, Salas dio marcha atrás.

Kily pasó en horas de marginado a titular y todavía espera que el club le pida públicamente perdón. Aquello le hirió el orgullo y aumentó su carisma ante la grada de Mestalla. Bajo su apariencia de duro hay un tipo sensible que se emocionó cuando la afición coreó su nombre en la presentación del equipo. Desde el centro del campo, Kily miró a los graderíos con los ojos llorosos y, emocionado, apretó los dientes. Ahora vuelve a ser protagonista.

Kily González, sentado en el césped, durante un partido contra el Peñarol.
Kily González, sentado en el césped, durante un partido contra el Peñarol.JOSÉ JORDÁN

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