_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Silhouette

Vivimos pendientes de nuestra silueta. Sobre todo estos días, cuando en la playa descubrimos esos inquietantes kilos de más. En vano contenemos la respiración o adoptamos un gesto de adusta indiferencia: en seguida aparece el inevitable musculitos que te advierte con cierto entusiasmo: “¡Ese michelin!”. No hay duda: durante el invierno has criado lo que el diccionario del argot español define como ¡rollos de grasa alrededor de la cintura! ¡Qué horror! ¡Sin pensártelo te has transformado en el monigote de los hermanos Michelin! Porque los regordetes André y Edouard Michelin se hicieron riquísimos con la fabricación de neumáticos, hasta el extremo de ser mecenas de numerosas actividades culturales, realizar conocidísimas guías de viaje y dotar un famoso trofeo de aviación. De este modo, hicieron muy popular el rechoncho logotipo, que, como suele ocurrir, se parecía en algo a los amos. En cambio, el señor Charles Goodyear, que fue el descubridor de lo que los científicos llaman el proceso de vulcanización del caucho, y que permite la fabricación de la goma de los neumáticos, murió en la más absoluta pobreza, cargado de deudas. ¡Qué gran hombre! Por supuesto, ahora que lo veo en un grabado, sin un michelin. ¡Faltaría más! Pero así son las cosas: nadie recuerda al flaco Goodyear y todos hablan, aunque sea sin saberlo, de los gordos Michelin. Ya ven cómo perduran los nombres en la historia de los pueblos. Porque ¿quién recuerda al simpático Étienne de Silhouette? Ministro de Finanzas de Luis XV, fue amigo de los philosophes hasta que les hizo pagar más impuestos. Entonces se vió obligado a dimitir, se retiró a su château de Brie-en-Marne, y se entretuvo pintando en las paredes ¡las sombras de los rostros de sus amigos!

El castillo era grande y el ministro tenía todo el tiempo del mundo: allí, sin pensárselo, con su portrait à la silhouette, consiguió dar a su nombre un prestigio que no había conseguido como legislador. Ya nadie recuerda a monsieur de Silhouette, pero todos vivimos pendientes de nuestra silueta. Y así sobreviven los nombres en la historia, como una auténtica sombra de lo que fueron.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_