_
_
_
_
Reportaje:

Carrer Cavallers

A falta de Ramblas, ese asfalto maltratado con horteras mojones es friso de indígena provincianía

No es la calle un pueblo de La Safor o Los Serranos pese a que a primera vista lo parece. Circulan por ella, de arriba abajo y de abajo arriba cuadrillas entusiastas de felices consumidores de garrafón a talego la vez que, cosa inaudita, se sienten felices pisando la calle más antigua de la inexistente capital. Puede que el observador capitalino llegado de Madrid o Barcelona, de Teruel o Castellón se sienta feliz cruzandose con los horteras alternativos que barruntan aspirar el genuino espíritu posmoderno y fallero de la capital virtual de País. Chiringuitos, bochinches y baretos les dan la sensación de que bracean entre la modernidad de pasotas del Carmen y reinonas inciertas. Bajo la penosa, si no tétrica luz de las farolas municipales, deslucen esos patios cerrados del XVIII, algunos inaccesibles y otros reconvertidos en bochinches caros para la gente guapa. De hecho, el circuito no existe ni para el programa de la tele anglosajona Lonely Planet. Habría que nacer de milagro ese reportero xenófobo que descubriera para el visitante espacios suculentos en donde hormiguean indígenas ilustrados, colgados y malvados como El Café del Temps, con sus ladrillos del Bronx, La Marcha, un Harlem doméstico o Radio City, espacio de animación cultural y agitación urbana. Para ser franco, ni siquiera el tumultuoso Café Negrito está en las guías. Pero eso no parece importar a los paseantes de la calle más medieval de la ciudad. Arteria ancestral sobre la que estallan las peores historias del barrio antiguo. Desde pensiones de narcotraficantes hasta viejos escenarios de ancestrales representaciones. Aquí, donde estas noches agosteñas sudan la gota gorda los urbánicolas varados, clama el grito mudo de la frontera entre Judería y Morería, corrió la sangre de progroms medievales y le pegaron un navajazo a más de uno.

La calle Cavallers, desde el gótico hortera del Palau de la Generalitat, gusanera de burócratas, hasta la plaza del Tros alt, asesinada por arqueólogos subnormales, sigue siendo la arteria imposible de la capital inexistente.

A falta de Ramblas, ese asfalto maltratado con horteras mojones es un friso incomparable de nuestra indígena provincianía. Las masas paseantes, fatigadas al fin de tanto paseo pueblerino, se dirigen a los abrevaderos esenciales y allí traman un amasijo vociferante de discursos falsos y diletantes. Tal es entonces la concentración de ansiedades que el visitante quedará atrapado por el genuino espíritu de las gentes de L'Horta. A saber, mujeres rotundas y bacilonas, machos transexuales de alocado flequillo, ancianos traficantes de esencias químicas y listillos del tres al cuarto.

Ni que decir tiene que en este barroco escenario calderoniano, los gatos,que no son pardos, los narcoinmigrantes y clochards no cuentan. Los viandantes de la calle Cavallers solo necesitan la foto. Y llegará el tiempo, malvado lector, en que aparezca un fotógrafo de ocasión, como antaño había en La Seu, para inmortalizar la gran garrulada de un paseo por la calle mas histriónica e histórica de la ciudad.

Uno de los cafés que hay en la confluencia de la calle Cavallers con la plaza del Tossal.
Uno de los cafés que hay en la confluencia de la calle Cavallers con la plaza del Tossal.JOSÉ JORDÁN
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_