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Reportaje:EUROPA EN BUS (3) | VIAJES

FUSIÓN HUMANA EN PARÍS

En Barcelona, el autor toma un autobús que le llevará hasta Dortmund, Alemania. Sólo tres días de viaje le separan de Estambul. Antes, en el metro de París, descubrirá el lenguaje secreto de los tatuajes africanos

De Barcelona me voy a París. Es una hora y media y 82.000 pesetas en avión. Y 14 horas y 9.000 pesetas en bus. Los que hemos optado por la segunda opción, estamos en la estación de autobuses. Una estación canija y, al parecer, intersocial: hay árabes, negros y dos italianos con palos de golf que ensayan el swing en un rincón. También, en plena estación de autobuses, hay una chica de aeropuerto con uniforme de campaña. Taconazo, minifalda en las antípodas de una Barbie -le vendría pequeña a una Barbie- y unas piernas que le empiezan donde a mí el cuello. El personal la mira con la cara con la que tendría que mirar a los que están jugando al golf. No aparece mi autobús. Por fin encuentro el fórum de discusión del tema: ¿será éste mi autobús para París? Me agrego a la discusión. Somos blancos vestidos de negros, negros vestidos de negros y negros vestidos de muy blancos. Subimos al autobús. Está casi repleto. Viene de Murcia. Huele a huerta murciana poco ventilada. Somos mayoritariamente hombres, árabes y negros. Con cara de cabreo y con el asiento reclinado al máximo, para que el de atrás se cabree más. Paramos en Girona para el cenorrio. Un señor, vestido de señor que no cena, en efecto no cena. Invierte el tiempo de la cena en caminar por la acera y hablar solo a pleno pulmón. Supongo que se trata de un gran discurso en el que lo importante es decirte que no cenas. Si uno lo piensa, para decirte eso hacen falta muchas palabras. Pasamos la frontera. Una frontera imperceptible. Lo que indica que las fronteras europeas -esos sitios donde un poli da collejas a los niños- están en otro sitio, lejos de las fronteras. Zzzzzzzz. Diez mil años después, llegamos a París.

En Bruselas, donde hace un frío que pela, las europeas van con minifalda 'mixed emotions', de lo que se deduce que toman un chupito de anticongelante antes de salir de casa

- El rostro como tatuaje

París. Cuando pides un taxi, es común que el taxi no pare y el taxista te levante el dedo corazón -lo cual confirma que París, si bien es posible que ya no sea la ciudad del amor, al menos es la capital del corazón-. Es común que, si el taxista es blanco, te hable de magrebíes y de negros, dos palabras para las que ya hay decenas de palabras. Es común que, si el taxista es negro, no te hable, con lo que ignoro cuántas palabras hay para suplir la palabra blanco. Bueno. París. Me voy a ver a una conocida. Es una judía del este. A sus papás, los malos los convirtieron en jabón en un campo de exterminio. Tomamos un café. Me dice que en París hay muchos negros y muchos árabes -durante horas; ¿cuántas horas se habló de sus padres antes de que se decidiera a convertirlos en jabón?-. A su vez, también hay alguien en París que opina que hay muchos judíos: el día en que llego han quemado otra sinagoga. Cojo el metro y me voy. En el metro coincido en el mismo palmo cuadrado con una mujer negra. Viste el traje típico de su pueblo. Tiene su rostro cabreado y tatuado. En una estación entra un africano. Tiene el rostro tatuado con el mismo dibujo. Se ven. Se saludan en una lengua antigua. Luego se saludan durante minutos tocándose con la mano el pecho y la cabeza. La chica cabreada, sonríe. El hombre baja dos estaciones después, apenas formalizado el largo saludo. El encuentro es: a) bello -dos personas se reconocen en una ciudad gigantesca por el tatuaje que les hizo mamá en la frente, algo que hacen todas las mamás en todas las frentes, aunque en algunas ocasiones no se vea-. Pero b) quizá también es terrible -al menos en París, el rostro es un tatuaje y sólo saludas a los que comparten tu mismo tatuaje-.

- La Europa-cuneta

Y ahora cojo y me voy a Dortmund, RFA. A 50 minutos y 56.000 pesetas de París, o a 11 horas y 7.000 pesetas. El conductor de mi autobús, un esteta, me dice que me siente donde quiera, menos detrás de él. Y me agrega esta cadena lógica: cuando alguien se sienta detrás de él: a) come chocolatinas, b) los papeles de las chocolatinas acaban sobre su cabeza y c) 'eso no es estéticamente correcto'. Creo que necesita unas vacaciones. Bueno. Hoy viajamos estudiantes belgas y francesas, divorciadas alemanas y un señor que va a ver a su novia en Dortmund y que, en el trayecto hasta Dortmund, se pela el presupuesto del viaje en llamadas a su novia. El trayecto es absolutamente dadá. En vez de ir a Dortmund, vamos a Luxemburgo, Bélgica, un cacho de Holanda, media RFA y un condado de Iowa. Notas de color: a) en Bélgica no hay estaciones y el autobús para en cunetas, de manera que la impresión es que toda la emigración que uno ve por la ventanilla en Bélgica reinició su vida en una cuneta; b) en Bruselas hace un frío que pela; no obstante, las señoras africanas van con sandalias, y las europeas van con minifalda mixed emotions, de lo que se deduce que ambos colectivos deben tomarse un chupito de anticongelante antes de salir de casa; c) las fronteras siguen siendo imperceptibles, si bien d) en un fenómeno que ahora veré hasta Turquía, cuando el autobús entra en un nuevo país, los naturales de ese país, que no se habían dirigido la palabra, empiezan a hablarse y a reírse de la luna. Es curioso, pero d) los europeos de origen africano no se emocionan cuando llegan a su país. Igual es que son los únicos europeos de Europa. Zzzzzzzzz.

- Dortmund 'la nuit'

Dortmund es, como casi todas las ciudades alemanas, una ciudad políticamente correcta. Es decir, la bombardearon y la volvieron a construir con edificios neutros. Nadie habla de los bombardeos ni nadie habla de lo que bombardeaban aquellos bombardeos. Más datos de lo políticamente correcto en Dortmund: a) en las cajetillas de tabaco alemán además de poner aquello de que las autoridades sanitarias advierten que, etcétera -una forma políticamente correcta de decirte que las autoridades sanitarias pasarán de ti cuando el tabaco te changue-, tienen el símbolo internacional chachi piruli del reciclaje. Más concretamente, está impreso en el timbre del Estado de cada cajetilla. El timbre del Estado es una colleja de las que se dan en aduanas. B) en los restaurantes, la tendencia es que los chicos se sienten con los chicos y las chicas con las chicas. Un poco como en Tánger, de manera que uno entiende que lo políticamente correcto es una religión moderna que hace mucho hincapié en la conducta moral. En otro orden de cosas, dentro de unas horas cojo y me voy a Estambul.

- Y allí enfrente, Estambul

Estambul está a un par de horas y 100.000 pesetas de Dortmund. O a tres bravos días y 20.000 pesetas en autobús. Parece ser que a los turcos alemanes les va bien la vida, pues esta línea desaparecerá en breve. Bueno. Dortmund. Estación de autobuses, 5 a.m. De esa estación salen los autobuses que van al Este, a la ex Yugoslavia y a la post Yugoslavia. Frente a cada autobús se agrupan los usuarios de una lengua, hablando su lengua non-stop y más contentos que una anchoa. Todo el mundo es joven, tiene edad de liarla y vuelve a su pueblo con ropa nueva, ropa de concursante planetario de Gran hermano. Los más contentos a las 5 a.m. son los rumanos. Van vestidos con el traje regional de rumano emigrado a Alemania: gorra de béisbol y zapatillas de jugador daltónico de la NBA. Agrupados y de lejos parecen un grupo pop con michelines. Finalmente aparece mi autobús. Somos dos pasajeros. El otro es un abuelito turco. Sus hijos lo han subido al autobús, lo han besado, han bajado pitando y se han ido en su Mercedes cutre arreando. Ahora el abuelito dice adiós con la mano a nadie. Hablo con el abuelito media hora, hasta que descubrimos que él habla turco y alemán y yo no hablo ni turco ni alemán. El autobús arranca. Vamoh que noh vamoh.

En la cuarta y última entrega, después de tres días sin despegarse del asiento, el autor acabará su viaje en Estambul.

Los magrebíes se han asentado en París en barrios como la Goutte d'Or.
Los magrebíes se han asentado en París en barrios como la Goutte d'Or.JESÚS CISCAR

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