EL ÚLTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. La calma llega a la nave tras los sucesos vividos en la Estación Espacial. El gobernador de ésta cuenta a Horacio por qué los ayudó en su huida de Fermat IV: la señorita Cuerda le recordaba tanto a su mujer, ya fallecida, que no podía dejarla a merced de los contrabandistas y mercenarios de la Estación. Tras su charla con el gobernador, Horacio vuelve a hablar con la señorita Cuerda.
13 Viernes, 14 de junio
El viaje prosigue sin novedad hacia la Estación Espacial Derrida, que se encuentra, según los cálculos navegacionales, a sólo tres días de distancia.
Al margen de algunos casos de disentería, el pasaje goza de buenas condiciones físicas y anímicas. Esta mañana, en el ejercicio de mis funciones, he visitado el sector de las Mujeres Descarriadas. Por contraste con el sector de los Criminales, por no hablar del pañol donde acantona la tripulación, en los que imperan, para vergüenza mía, el caos, el mal gusto y la parranda, el sector de las Mujeres Descarriadas, sin ser un modelo en ningún sentido, ofrece al visitante una imagen casi bucólica. Como las mujeres, por razones biológicas de sobra conocidas, no son aficionadas, salvo excepciones, ni a los juegos de azar, ni a los deportes de equipo, ni a las peleas a mamporro limpio, con los que los varones entretienen su ocio, y como las mujeres que componen el pasaje de esta nave no tienen hijos ni se les permite, por fortuna, relacionarse con los hombres de a bordo, salvo con los enfermos graves y los inválidos, es preciso tenerlas ocupadas con labores domésticas, de las que, dicho sea de paso, nunca faltan, lo cual, además de distraerlas y dar un sentido a sus vidas, nos permite ir a todos limpios, planchados y sin que nos falte un solo botón.
En este ambiente hacendoso y apacible, la señorita Cuerda, según me informan sus compañeras, no es de las que más se afanan. Duerme hasta tarde, elude el trabajo, mira por encima del hombro a sus congéneres y sale con frecuencia en compañía de mandos, delincuentes, tripulantes e incluso de algún anciano improvidente que aún se siente animoso y liberal. Conociendo la inclinación de las mujeres a la envidia y la maledicencia, no hago el menor caso de estas calumnias, aunque no dejo de advertir la ausencia de la señorita Cuerda y el estado de abandono en que se encuentra su máquina de coser.
A media tarde, aprovechando la visita del primer segundo de a bordo, que viene a rendir el parte de ruta, le ordeno que lleve en mi nombre una invitación de carácter no oficial a la señorita Cuerda para cenar en mis aposentos. La invitaría personalmente, pero prefiero actuar con discreción y no poner de manifiesto nuestra relación ante las demás Mujeres Descarriadas hasta tanto no la formalicemos.
Como he fijado la cita amorosa para las ocho y a las nueve y media todavía no ha comparecido la señorita Cuerda, acudo al camarote del primer segundo de a bordo a verificar si ha entendido todos los detalles de la orden que le di y los ha cumplido con exactitud. Encuentro la puerta del camarote atrancada y el cartel de NO MOLESTE colgado en el pomo. Aplico la oreja a la puerta, pero siendo ésta de 25 milímetros de grosor, no consigo percibir sonido alguno.
Algo deprimido por lo que considero una muestra de volubilidad por parte de la señorita Cuerda, acudo al camarote del doctor Agustinopoulos en busca de consuelo.
Aprovechando la amnesia del guardia de corps, el doctor Agustinopoulos lo ha vestido de alsaciana y lo tiene de chica para todo. Le pide que nos sirva unos combinados de contenido alcohólico y, más animado, regreso a mis aposentos, donde encuentro en la mesa la cena para dos intacta y fría, pero vacía hasta las heces la botella de Sancerre.
Sábado, 15 de junio
Vista a través del periscopio, a una distancia aproximada de nueve o diez millas espaciales, la Estación Espacial Derrida, a donde hemos llegado de improviso de resultas de un error de cálculo, resulta imponente.
Construida en Indonesia a finales del siglo antepasado en el estilo neoplateresco tardío típico del interregno monárquico, la Estación Espacial Derrida, según reza el Astrolabio, se benefició de los últimos yacimientos de cinabrio de Marte antes de la quiebra de la industria siderúrgica. Ahora, de resultas del desgaste, de sucesivas colisiones con meteoritos y cometas y de las reducciones presupuestarias, la Estación Espacial ha perdido toda la ornamentación característica de aquel estilo abigarrado: las cúpulas, las torres y, en general, buena parte de su forma original, pero aún conserva el color anaranjado que a la fría luz de los reflectores produce un efecto maravilloso y un punto melancólico.
Concebida inicialmente como centro residencial de lujo, las sucesivas crisis económicas y las variaciones imprevisibles y caprichosas de la moda condujeron gradualmente al abandono de los fines para los que en su día fue construida y puesta en órbita. En la actualidad subsiste gracias a las magras subvenciones que año tras año consigue arrancarle a la Federación.
Tal vez por estas razones, las autoridades de la Estación Espacial Derrida responden a mis comunicaciones con amabilidad, ofreciéndonos sus servicios e instalaciones y prometiendo hacer nuestra estancia placentera y provechosa.
Animado por esta recepción, ordeno llevar a cabo las operaciones de acoplamiento de la nave al segundo segundo de a bordo, porque el primer segundo de a bordo, con el pretexto de una indigestión, sigue encerrado en su camarote.
Domingo, 16 de junio
Realizadas con escasos daños materiales las operaciones de acoplamiento de la nave a la Estación Espacial, imparto las instrucciones necesarias para bajar a dicha Estación Espacial, donde un Comité de Recepción nos espera desde hace dos horas.
A diferencia de la vez anterior, decido dejar la nave a cargo del segundo segundo de a bordo, que ya formó parte de aquella malhadada expedición, para fomentar su sentido de la responsabilidad, así como para obligar al primer segundo de a bordo a salir de su encierro. Por respeto a su cargo, he incluido en la expedición al depuesto gobernador de la Estación Espacial Fermat IV. Cuento también con la compañía del doctor Agustinopoulos, así como de la señorita Cuerda, a la que prefiero no perder de vista, y del pertinaz Garañón, que esta misma mañana ha venido a visitarme sin haber concertado cita previa y ha insistido mucho en unirse a la expedición, sin dar razón válida de este empeño. Para no enzarzarme en una discusión larga y engorrosa y como le asomaba el cañón recortado de la escopeta por un descosido del pantalón, he optado por acceder a su ruego, reiterándole la obligación de obedecer mis órdenes en todo momento y sin rechistar.
A media mañana o quizá un poco más tarde, una vez transferido oficialmente el mando, y de acuerdo con las normas de protocolo, ordeno al portaestandarte abandonar la nave.
La entrada del portaestandarte en el andén de la Estación Espacial no ha tenido la solemnidad acostumbrada, porque el pendón oficial se perdió en las circunstancias descritas en este mismo y grato informe y porque la enfermedad contraída a la sazón por el citado portaestandarte se ha hecho crónica, así como sus continuos accesos de vómito verde. Tampoco me parece digno de una ceremonia oficial como la presente el que nuestro guardia de corps vaya vestido de alsaciana, pero en este punto el doctor Agustinopoulos se ha mostrado inflexible. Por fortuna, el camisón de la señorita Cuerda permite que estas anomalías sean aceptadas con un margen de tolerancia mayor del habitual.
La recepción que por su parte nos dispensan las autoridades de la Estación Espacial es realmente impresionante y sólo al verla caigo en la cuenta de que la Estación Espacial Derrida, de conformidad con lo dispuesto en el armisticio y el Tratado de Siam que dio fin al interregno monárquico, todavía se rige por las leyes y reglamentos promulgados durante aquel breve régimen. De resultas de ello, los cargos administrativos de la Estación Espacial que nos ocupa son hereditarios y todas las actividades oficiales se rigen por el complejo protocolo de la corte. De resultas de ello, no es el gobernador de la Estación Espacial quien acude a recibirnos, sino sus altezas el duque y la duquesa Semolina, ambos vestidos con túnica dorada y capellina de armiño, y con el rostro enharinado.
Continuará
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