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Un relato de EDUARDO MENDOZA

EL ÚLTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos

Resumen. Contra todo pronóstico, Horacio y sus acompañantes consiguen huir de la Estación Espacial Fermat IV, ayudados inesperadamente por el gobernador, que escapa con ellos. Cumplida la misión, la nave prosigue su camino, hasta que Horacio se da cuenta de que, aunque bien aprovisionados de alimentos y agua, hay escasez de medicinas, por lo que decide poner rumbo a otra Estación Espacial.

12 Miércoles, 12 de junio

La navegación prosigue sin más contratiempos que los habituales en este tipo de viajes. Así, por ejemplo, de resultas de los sucesos acaecidos en la Estación Espacial Fermat IV, el ex gobernador es ahora huésped forzoso de nuestra nave y, como hasta tanto la Federación no haga efectivo su cese, continúa ostentando su antiguo rango oficial y tiene derecho a camarote individual de primera. Esto obligaría a desplazar a uno de los dos segundos de a bordo o al doctor Agustinopoulos a un camarote de segunda o a pedirles que compartieran un camarote de literas, a lo que se negarían en redondo sin que yo pudiera obligarles, porque, aplicando el reglamento en sentido estricto, soy yo quien debería ceder mi propio camarote al depuesto gobernador.

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En vista de lo cual, con carácter provisional y alegando motivos de edad, salud e inestabilidad emocional, de todo lo cual el doctor Agustinopoulos ha expedido el correspondiente certificado, lo hemos alojado en el sector de los Ancianos Improvidentes, preservándole, sin embargo, algunas prerrogativas propias de su antiguo cargo, como el derecho a toalla propia y a usar en privado la ducha y el retrete.

Al mismo tiempo, y para paliar un poco la mala impresión que pudieran haberle causado estas medidas, anoche le invité a cenar en mis aposentos y descorché en su honor la última botella de Poully Montrâchet.

En el transcurso de la sobremesa, el depuesto gobernador me contó que había sido él quien, años atrás, había ideado y puesto en práctica el fructífero negocio de contrabando en la Estación Espacial Fermat IV, no tanto por maldad o por codicia como por despecho, y también para dotar a dicha Estación Espacial, largo tiempo postergada por las autoridades, de un medio de subsistencia. Además, había influido en su decisión la necesidad de mantener a su querida hija en buenos colegios y de permitirle un tren de vida adecuado a este nivel, muy por encima del de un simple gobernador. Con el tiempo, y como el negocio de la Estación Espacial había resultado de lo más provechoso y seguro, fueron llegando a ésta individuos sin escrúpulos dispuestos a hacerse con las riendas del negocio y del poder.

Poco a poco la Estación Espacial Fermat IV se convirtió en un verdadero nido de criminales y las actividades de contrabando degeneraron en actos de piratería de los que no estaban excluidos ni el secuestro ni el asesinato. Cuando el gobernador se percató de ello y quiso ponerle coto ya era tarde. No se le permitía establecer contacto con las autoridades federales y, aun cuando hubiera podido hacerlo, la denuncia habría supuesto para él la cárcel, y para su hija, el deshonor y la ruina.

Esta angustiosa situación cambió con nuestra llegada y por un motivo aparentemente trivial, cual fue el haber llamado la señorita Cuerda la atención del gobernador, por encontrarla éste no sólo atractiva de vista y de trato, sino el vivo retrato de su difunta esposa, cuya memoria idolatraba. Esta impresión, que llegó a hacerse obsesiva en la mente del pobre gobernador, se reforzó cuando éste, habiendo alojado a la señorita Cuerda en el camarote contiguo a su propia habitación, tuvo ocasión de observarla a través de un orificio practicado en el tabique de separación con ayuda de un berbiquí.

Para salir de dudas, aprovechó un momento en que la señorita Cuerda estaba en la ducha y reemplazó el vestido de ella por el camisón y complementos ya descritos, que habían pertenecido a su difunta esposa. Cuando vio a la señorita Cuerda así ataviada ya no le cupo duda de la identidad de ésta. Se hizo el propósito de no revelar a nadie su descubrimiento, porque no quería que su hija lo viera convertido en un proscrito, pero tampoco podía permitir que corriéramos la suerte destinada a los incautos visitantes de la Estación Espacial, y menos aún la que le estaba destinada a ella.

De este modo, y después de algunas confusiones y malentendidos, atribuibles a los cambios de vestimenta entre la señorita Cuerda y yo y a la pobre iluminación de los pasillos, llegó a tiempo de salvarnos de una muerte cierta abriendo las compuertas de la dársena, facilitando nuestra fuga y uniendo de este modo su suerte a la nuestra.

Al oír este relato juzgué al depuesto gobernador más loco que lo que el doctor Agustinopoulos había supuesto, pero me abstuve de decírselo.

A la mañana siguiente, es decir, la mañana de hoy, miércoles, he convocado a la señorita Cuerda y, dejando de lado la promesa hecha la víspera al depuesto gobernador de no revelar a nadie la historia que me había contado, se la he referido. Al oírla, la señorita Cuerda se ha encogido de hombros y se ha limitado a decir que la vida da muchas vueltas.

Acto seguido le he preguntado de dónde había sacado la pistola que con tanto acierto había utilizado en la Estación Espacial y, sobre todo, cómo había conseguido mantenerla oculta con un atuendo tan reducido y tenue.

A estas dos preguntas se ha negado a responder y también a la orden de devolver el arma, así como a la propuesta de cambiar su alojamiento por otro más cómodo, como, por ejemplo, el mío, prefiriendo seguir en el sector de las Mujeres Descarriadas para evitar murmuraciones.

Todas estas decisiones, aunque formuladas en un tono ligeramente burlón, me han parecido razonables, por lo que he accedido a ellas, a cambio de la promesa de que vendría a visitarme cuando lo considerase oportuno sin necesidad de solicitar previamente fecha y hora.

Asimismo he accedido a que Garañón conserve la escopeta de cañón recortado, no porque me convencieran sus razonamientos, sino porque antes de ocultarse en el carromato de los piratas con intención de apoderarse de él a la primera ocasión propicia había ocultado entre las mercaderías seis botellas de Sancerre, que se ofreció a compartir conmigo si me mostraba tolerante con lo de la escopeta.

En cuanto al providencial contraataque efectuado desde la nave en el momento más indicado, he averiguado que se debió a una afortunada serie de fallos por ambas partes. En primer lugar, la orden de desactivar las defensas de la nave nunca fue recibida, porque el guardia de corps que debía transmitirla fue secuestrado por los piratas de la Estación Espacial. Gracias a esto, todos estaban en sus puestos, y muy especialmente los dos servidores del howitzer, los cuales, advirtiendo el peligro que se cernía sobre la nave, dispararon la granada que destruyó el carro de combate y a sus ocupantes.

Los he convocado y felicitado por su buena puntería y me han confesado que en realidad ellos apuntaban al carromato en que íbamos nosotros, tomándolo por la vanguardia de las fuerzas enemigas, pero que debido a la escasa visibilidad, al nerviosismo y a su vista cansada, habían calculado mal el ángulo de tiro y habían acertado al carro de combate por error.

Jueves 13 de junio

Aprovechando la calma, por no decir el tedio de una navegación sin incidentes, organizo las honras fúnebres por el guardia de corps que, habiendo quedado en poder de los piratas en la Estación Espacial Fermat IV, sin duda debe de haber pagado con su vida la cólera de aquéllos.

La ceremonia resulta un tanto deslucida porque la tripulación ha vuelto a consumir sin autorización bebidas alcohólicas y otras sustancias tóxicas y no para de cantar y corear mi exordio con gritos de oé, oé, oé. Para colmo de males, apenas concluida la ceremonia, ha aparecido el guardia de corps atado y amordazado dentro de uno de los sacos de cacagüeses, donde por lo visto lo habían metido provisionalmente los piratas y donde quedó olvidado hasta que, por pura chiripa, fue cargado en la nave con el resto de las mercaderías. Vuelto en sí tras varios días de inconsciencia debido a los efluvios de los cacagüeses, no recuerda nada de lo sucedido, aunque se resiente de un fuerte golpe en la cabeza. También ha olvidado su nombre y todo cuanto se refiere a su identidad y a su pasado. Lo pongo en manos del doctor Agustinopoulos y preventivamente hago una anotación negativa en su hoja de servicios.

Continuará

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