Gitanos, a cuestas con su tópico
Más allá de los prejuicios que ensucian su fama, los gitanos defienden que sus costumbres son compatibles con una vida a la medida del siglo XXI
Al hijo de Tito Losada le pegaron un tiro. Fue una noche que estaba solo en su casa, entraron unos ladrones, se defendió y en el forcejeo le dispararon. La policía no tardó ni dos minutos en establecer el móvil: se trataba de un ajuste de cuentas. No lo dedujo porque perteneciera a una familia de músicos, clase media, gente con estudios e idiomas, propietarios de una compañía de baile que ahora estará de viaje hacia Estados Unidos. Fueron sus rasgos y su manera de hablar los que dejaban claro que el hijo de Tito Losada era gitano, y eso lo convertía en sospechoso. A él, a su familia y también a todas sus pertenencias.
'Cuando te enfrentas a unos prejuicios así tienes pocas salidas', dice Losada, víctima también de un prejuicio que sitúa a los gitanos entre venganzas, crímenes y bajos fondos. Cada vez que surge un caso así, sea en el Pozo del Huevo, Valladolid o Moratalaz, medio millón de españoles que además son gitanos sienten el peso del estereotipo sobre sus espaldas.
Tito Losada lo quiere dejar claro: 'Esa gente [los protagonistas de los crímenes] pertenece a un submundo, a un tipo de gente con la que yo no me juntaría en la vida. Y eso que he vivido en todos los poblados antes de tener dinero: San Blas, Entrevías, Pies Negros, todos... Pero ser pobre y ser mala persona son cosas distintas. En la ley gitana, o en lo que se conoce por ley gitana, no hay nada que justifique sucesos como los de Valladolid [dos hermanos asesinados para impedir un matrimonio] o el Pozo del Huevo [un matrimonio muerto a tiros por una venganza]'.
No es sólo la opinión de Losada. Tres días entre gitanos de Madrid -desde anticuarios hasta vendedores de fruta ambulante- vienen a confirmar la convicción del músico: 'La juventud ya no cree en cosas como la venganza y el honor. Conservan el orgullo de pertenecer a una cultura, pero la violencia es una lacra de esa cultura. Hoy día somos de lo más normal, sea cual sea el nivel. La gente tiene su vídeo y su microondas y ya nadie se va a jugar la vida por una venganza'.
De puertas adentro
La venganza ya no funciona, pero sí el honor o el respeto a los mayores, el carácter sagrado del matrimonio...; el valor de la familia. Grandes conceptos que no han perdido validez para los gitanos, aunque cada día más los administran de puertas para adentro, condicionando cada vez menos sus relaciones con los payos.
Es el caso de Susana Jiménez. 25 años, azafata de congresos, con estudios y económicamente independiente; una chica 'muy normal' y 'muy gitana'. Habla Susana: 'Es distinta la vida de gitana que la vida de paya. Por ejemplo, si estás trabajando o estudiando no te planteas casarte tan pronto. Pero yo quiero casarme, porque es la forma de seguir viviendo como gitana. Si me quedara soltera, me sentiría como una paya. Tener novio es bueno para las mujeres. Ese hombre no te falta el respeto y además tienes el apoyo de tu familia y de la suya'.
Consciente de la dificultad añadida que significa ser mujer en una cultura tan arcaica, Susana Jiménez está orgullosa de actuar de cabeza de puente para una generación de gitanas jóvenes. Desde la empresa de azafatas que coordina, ha convencido a otras chicas, y sobre todo a sus familias, para que se incorporen a este trabajo -'que te sitúa en una posición de mujer distinguida, no de mujer florero'-.Otro de los aspectos donde los gitanos quieren romper el cliché es en la educación de sus hijos. Hasta ahora no había nada más raro que un gitano universitario. Ya no. Uno de cada 100 gitanos llega a la universidad, y de los que llegan, dos de cada tres son mujeres. Sobre esto tiene una explicación Juan Silva, portavoz de la Unión Romaní de Andalucía: 'Que las mujeres estudien es una garantía de futuro para nosotros, porque así ellas obligarán a sus hijos a estudiar'. Aquí y no en otro sitio está situada la zanja que todavía separa a gitanos de payos. Según Juan Jiménez, un veterano anticuario de Madrid, 'la cultura gitana nunca le ha dado tanta importancia a la educación; es una cultura que tolera el analfabetismo y eso es lo que más daño nos hace'.
Hay un ejemplo que lo dice todo. Juan Montoya, 24 años. Tiene un poderoso motivo para no haber estudiado. Se casó antes de cumplir los 13 años y ya tiene tres hijos: '¿Cómo iba a ir yo a la EGB estando casado?'. No quiere decir esto que desprecie el valor de la educación. De hecho, le gustaría que sus hijos fueran jueces o abogados, aunque él tenga que seguir ganándose la vida vendiendo fruta.
'La principal dificultad que encuentran los gitanos', reflexiona Susana Jiménez, 'es el desconocimiento de la formación. Yo me enteré de que existía la Universidad cuando llegué al instituto, donde además era la única gitana, pero hay niñas de 13 y 14 años que ni siquiera saben que existe el instituto. ¿Cómo van a querer estudiar si no saben que se puede?'.
Por estas y otras cosas a los gitanos se les sigue viendo como un pueblo inmóvil, aferrado a sus tradiciones, nómadas en su forma de vivir pero no en la de pensar. No es del todo así. Elisabeth Motos, de 26 años, es trabajadora social y asegura que su pueblo nunca ha dejado de cambiar: 'Pretendemos evolucionar pero sin dejar nuestra herencia y sobre todo sin dejar de ser gitanos. También queremos el apoyo de nuestros mayores. Despacito, pero todos juntos. Y así llegas al mismo sitio pero sin perder nada'.
'La ley castiga al bravo'
Y si algo no se quiere perder son las costumbres gitanas. Lo que desde fuera se llama ley gitana dista mucho de parecerse al ojo por ojo violento y a quemarropa. Eugenio Jiménez tiene 38 años, vive de su empresa textil aunque también se presenta como gemólogo. 'Los antiguos gitanos', dice, 'era gente muy sabia. La ley gitana castiga al bravo, al conflictivo; en el momento en que se deja de respetar la costumbre dejamos de ser lo que somos. La costumbre gitana bien entendida ayuda a ser noble. Sólo premia a las personas de orden'. Dice Jiménez que, en aplicación de esta ley, el gitano violento no sólo no es más gitano sino que deja de serlo.
La ley gitana y el papel de las mujeres en la familia, la escuela y la integración, el respeto a los mayores... los gitanos aceptan hablar de sus cosas, pero también les parece triste que después de tantos siglos de convivencia en la Península a los payos les sigan pareciendo extrañas sus costumbres. Incluso a algunos se les escapa un reflejo de la intolerancia que han sufrido:
- El pueblo gitano es el más marginado y el menos valorado de toda Europa, y nosotros no hemos venido en patera. El otro día, en una manifestación de vecinos, vi a un negro que llevaba una pancarta que decía: 'Fuera gitanos'. ¡No te jode!
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