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Reportaje:Estampas y postales

Territorio maqui

Miquel Alberola

Sobre este paisaje tan mineral del Maestrazgo el viento ha distribuido muchas leyendas de maquis, pero ninguna infunde tanto miedo como la de La Pastora. Y sin embargo es la más falsa de todas. Aun así, este apodo saturado con el bucolismo de Garcilaso todavía provoca sudor frío en algunos pescuezos y no pocos sobresaltos nocturnos. A pesar de haber muerto, La Pastora pervive en algunas malas conciencias enraizada como una sabina. Ése es su hábitat, y allí su nombre es sinónimo de sangre desparramada. Su sello mortífero, que está impreso sobre varias decenas de números de la Guardia Civil, siete alcaldes y un ermitaño, sigue siendo el santo y seña de un grupo de forajidos conocido como el 23 Sector cuya misión es sembrar el pánico. Sin embargo esta alimaña tan feroz fue incapaz de matar a una mosca. Tan sólo fue una víctima de una malformación congénita.

Había nacido en 1917 en el Mas de La Pallissa, una casa de pastores de Vallibona no muy distinta a la de la imagen, y un amigo de la familia advirtió a su padre del apuro que podía suponer para este niño cumplir el servicio militar con una anomalía en el sexo. Entonces su padre lo inscribió en el registro civil como Teresa Pla Meseguer. Sólo fue a la escuela 15 días, y sin embargo se entendió a la perfección con terneras, carneros, lagartijas y cernícalos. A diferencia de las cabreras, que llevaban una cesta, su instinto le dictó que tenía que llevar un zurrón como los pastores. Y cuando se le llenó la cara de pelos empezaron las murmuraciones en Vallibona. Era tan hombruna que enseguida le colgaron el cartel de marimacho. Pero una noche soñó una cópula con la Tía Rosa La Coca, y cuando despertó no tuvo ninguna duda sobre su virilidad.

Una tarde de nieve de 1947 se encontró en un camino con seis guardias civiles, un teniente y dos somatenes a los que había vendido tordos, que venían de incendiar la casa de El Cabanil con dos maquis dentro. A estos dos tipos, que eran de Herbeset y Torremiró, les faltó el aire para ir al teniente Mangas con la pamplina de su sexo, y éste ordenó que lo desnudaran y lo pusieran de cuclillas para hozar en su secreto. La Pastora nunca se había sufrido una humillación tan honda. A la mañana siguiente detuvieron al propietario de la casa incendiada, un ganadero para el que trabajaba Teresa, y por miedo a las represalias huyó para siempre hacia el monte. Teresa se convirtió en Florencio y fue un maqui durante veinte meses, hasta que sus compañeros pasaron a Francia y él se quedó en Andorra guardando ganado en dos masías y haciendo contrabando de tabaco y nilón.

Pero mientras tanto, un tribulete de El Caso, Enrique Rubio, había confeccionado y divulgado esa leyenda amarilla a instancias de una propaganda oficial que necesitaba justificar muchos expedientes abiertos. A Florencio, por la singularidad de su sexo, le colgaron el mochuelo de todo lo que habían hecho otros y le pusieron precio a su cabeza. Tras el chivatazo de un contrabandista que le debía dinero, La Pastora fue conducida primero a la cárcel de mujeres y luego, tras un examen forense, a la de hombres. Estuvo 20 años entre rejas y ya nadie puede asegurar si vive en un chalé de Marines, donde Marino Vinuesa, un funcionario de prisiones, le dio cobijo y dos perros o si ha muerto. Sin embargo el viento del Maestrazgo, junto al olor de excremento de vaca, hace rugir su mito para continuar vivo en el interior de las malas conciencias y vengar su afrenta.

Una masía de la Vallibona, en la comarca del Maestrat.
Una masía de la Vallibona, en la comarca del Maestrat.JESÚS CÍSCAR

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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