'El futuro de la zarzuela es de actores que sepan cantar'
A los 14 meses ya le sacaron a dar berridos a un escenario. 'Era el bebé de La dolorosa', dice. El futuro se le presentaba marcado. Pertenecía a un clan enamorado del género chico. Por eso Jesús Castejón, actor, hombre de teatro hasta los huesos, ha llegado a hacer 90 títulos como tenor cómico, en su mayor parte, y ahora como director de escena. Pero no es de los que creen que la zarzuela haya que conservarla en formol, sino que lo considera un gran espectáculo musical en el que puedes pasarlo en grande: 'Hay que quitarle mucho polvo de encima a esto', comenta, y es lo que ha hecho, por ejemplo, en la versión de El niño judío que ha presentado como final de temporada durante un mes en el teatro de la Zarzuela de Madrid. Este hombre de piel oscura -'herencia de los últimos moriscos que quedaron por Alicante', dice-, activo, de ideas claras y con ganas de guerrear en defensa de sus pasiones, cree intensamente en el porvenir de la zarzuela como gran espectáculo moderno. Aunque, para que no desaparezca, aparte de la revitalización que puedan emprender los artistas encima del escenario, Castejón dice que son necesarias otras cosas.
Pregunta. ¿Cuáles?
Respuesta. Una buena escuela de actores que la perpetúen. El futuro del género es de actores que sepan cantar, no de grandes figuras de la ópera que en su tiempo libre se dediquen a ello.
P. Pero eso tampoco le viene mal.
R. No. Nada mal. Que hoy se demanden espectáculos de zarzuela en Tokio, donde se vuelven locos con esto, o en Estados Unidos es gracias a que Alfredo Kraus, Teresa Berganza o Plácido Domingo lo han cantado por todo el mundo.
P. Y que cantantes de su talla hayan abordado el género demuestra también que no es fácil hacerlo.
R. Por supuesto. Ellos han dejado claro que es muy difícil. Pero si lo haces bien no cabe duda de que puedes dedicarte a la lírica. Si te pones a cantar Doña Francisquita y llegas hasta el final, es que vales para esto.
P. Y ¿cómo se convence hoy al público para que vaya a ver una zarzuela como El niño judío?
R. El niño judío puede ser algo muy disparatado. Lo llaman opereta, pero es una zarzuela en el más estricto de los sentidos. Para convencer a la gente de que venga a un espectáculo así hay que reivindicarla como algo equiparable a la gran comedia musical americana.
P. Para conseguir eso, ¿hay que quitarle al género mucho polvo de encima?
R. El camino es largo. Tenemos que limpiar la pátina. Pero éste es un género muy característico y su grandeza está en que se le puede reconocer por sí mismo. A eso hay que añadirle un trabajo actoral serio, no de aficionados. Bastante rigor y acercarse a algunos títulos con sentido del humor, con distancia, algo que ciertas obras como Doña Francisquita no necesitan, tampoco. En otras, sin embargo, hay que traspasar la línea del pudor zarzuelero.
P. ¿Pudor zarzuelero? ¿Eso qué es?
R. Es lo que obliga a respetar la tradición del género.
P. ¿Cómo se rompe?
R. Pues a base de guiños a la comedia, al absurdo. Con gags, con parodia, con buenos actores. No se pueden representar hoy zarzuelas como a principios del siglo XX, como algo aburrido en donde se habla sin parar y las niñas tratan de usted a sus padres y los ministerios se llaman de la guerra y de Fomento.
P. El de Fomento ha vuelto.
R. Pues sí. ¡Qué le vamos a hacer!
P. ¿Y no tiene miedo de que le llamen la atención por usar la bandera española como mantón de Manila, por ejemplo, como hizo en El niño judío para que se cantara De España vengo?
R. En la zarzuela no se necesita el pudor. Porque es algo que el género no tiene. Se habla de seres humanos, con problemas, sueños, aspiraciones y frustraciones, como en todas las artes. Hay que darle aire fresco y huir de la pomposidad. Yo creo que muchos de sus autores tomaban opio, que era lo más alucinógeno de la época. Lo malo es que luego se la han apropiado algunos sectores retrógrados que la han alejado del público. Lo mismo que pasó en Alemania con los nazis y Wagner.
P. ¿De dónde le viene toda esa pasión por la zarzuela?
R. Pertenezco a lo que se llama un clan, el de los Castejones. Me dijeron que a los 14 meses ya me habían sacado en una. Ni siquiera caminaba y me convirtieron en el bebé de La Dolorosa. Mi tío Pablo Gorjé consiguió que esta música fuera la primera en mi memoria sensorial. Luego el amor fue creciendo con los años. He hecho 90 títulos. Estuve en el coro de El gato montés con seis años y debuté como profesional también en La rosa del azafrán, con 17. Luego vino mi primer tenor cómico en Bohemios.
P. ¿Qué se necesita para ser un buen tenor cómico?
R. Un buen tenor cómico es un buen actor que canta y baila lo suficiente.
P. ¿Hay buenas escuelas para llegar a serlo en España?
R. No. Y sería necesario que existieran. Un poco más de atención para la zarzuela no estaría de más. No nos queda más remedio que empezar por ahí.
P. ¿La atención la reclama porque cree que en las escuelas de teatro no se le presta demasiada o habla en general?
R. Repito que la zarzuela es una cosa de actores que cantan, pero es que aquí, a los intérpretes no se les enseña a cantar en las escuelas de teatro. Hay algunos que lo hacen bien. Carlos Hipólito o Pedro María Sánchez, pero no forma parte de la preparación. En Estados Unidos, por ejemplo, no encuentras actores que no sepan cantar. Dicho esto, también existe un desprecio por el teatro general en España. Aquí, el teatro sobrevive, simplemente, algo lamentable en el país de Calderón de la Barca.
P. Y eso que usted ha podido participar del mayor éxito reciente del teatro en España al sustituir a José María Pou por algunas funciones en Arte, el montaje de Josep María Flotats.
R. Se convirtió en un fenómeno porque la gente, el público, decidió que fuera así. Con el boca a boca. Los primeros que fueron a verla hablaron tanto de ella que crearon la necesidad en los demás de no perdérsela. Es el último gran fenómeno y un referente para el mundo del teatro en España.
P. Con El niño judío ha repetido usted el éxito, porque no es fácil haber llenado una sala durante un mes con zarzuela.
R. Lo he planteado como un viaje. Imagínese, tres madrileños en 1918 que se van a Siria y a India, cuando antes no ocurría lo que ahora, que te puedes ir un fin de semana a Egipto. Para ellos era casi como confundir sueño y realidad. Parecido a como ven los chinos el hecho de viajar, que dicen que no es más que huir de uno mismo. Y yo creo que tienen algo de razón. Uno es en sueños lo que no puede ser en su realidad. También hay otra manera de escapar de uno mismo, y eso es siendo actor. Así que todo está conectado. Todo tiene relación.
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