No todo va a ser paella
Los turistas van mirando a derecha o izquierda, según las explicaciones del guía invisible
No hay muchos extranjeros en el pasaje, pero no podía faltar el típico viajero protestón. En la Plaza de la Reina de Valencia, el bus turístico abre sus puertas y éste empieza a preguntar: '¿Cuánto cuesta?, ¿Habéis subido el precio?, ¿1.300 pesetas? Pues en Semana Santa costaba menos'. El conductor jura y perjura que desde que trabaja en ésta empresa, ya hace mucho tiempo, no han variado los precios de un viaje que dura hora y media aproximadamente.
Lo primero es encontrar un buen sitio para no perderse detalle. Otro viajero consulta con el conductor y éste le recomienda que se sitúe por el centro del piso de arriba. Una vez sentados, hay que ponerse los auriculares que te da una azafata para sintonizar uno de los seis idiomas que ofrece un artilugio acoplado al asiento. A algunos les resulta complicado, pero al final todos están preparados para iniciar un viaje por la historia de la ciudad y sus monumentos emblemáticos.
Comienza el trayecto. Vemos la Catedral y el Miguelete a nuestras espaldas, posición un poco incomoda pero obligada porque hay que empezar por la Calle San Vicente y contemplar la iglesia del mismo nombre. Luego, la Lonja, el Mercado Central y las Torres de Quart.
Los turistas, van mirando a derecha o izquierda, según las explicaciones del guía invisible y, en los tiempos muertos, alguien decide aportar su granito de arena a la excursión. 'Habéis visto que bonita está Valencia', explica una señora a su hermana y a su madre, que ahora viven en Bilbao y hacía tiempo que no venían por aquí.
En la Gran Vía, la voz de los auriculares advierte que vayamos con cuidado porque podemos 'darnos algún que otro coscorrón en nuestras cabezas por culpa de los árboles monumentales que la pueblan'. Al entrar en Guillem Sorolla, la señora indica: 'Mirad las excavaciones romanas que han encontrado en esta calle'. Y es que el bus tiene sus ventajas. Al mirar hacia arriba, se pueden ver las cornisas y magníficas cumbreras de algunos edificios. Y al mirar hacia abajo, se descubren la cantidad de socavones abiertos y las máquinas que los taladran, además de destrozarte los oídos con su ruido que indica que es verano en la ciudad, tal y como ocurre con las chicharras en el campo. Después de dejar atrás la plaza de toros, la estación de trenes y unos cuantos monumentos más, el autobús enfila hacia la Ciudad de las Artes, 'El mayor complejo cultural europeo', según indica la voz acoplada a los oídos y la mayor atracción para los foráneos. Unos hacen fotos y otros, como una familia sudamericana, filman con la cámara de vídeo, aunque no con mucho ahínco porque se han reservado un día especial para visitar la obra de Calatrava.
A estas alturas, la señora de la familia residente en Bilbao ya se ha erigido como la verdadera guía del viaje y explica, al llegar a la avenida de Aragón, que allí hay un monumento dedicado 'a los caídos de la riada'. La hermana reconoce que sólo recuerda el puente de madera y que le suena que estaba por allí. 'No, está más adelante', le aclara la sabihonda. Después de un recorrido hasta el IVAM, de vuelta hacía la Plaza de la Reina, pasando por las Torres de Serrano y Santa Catalina, aunque ahora mismo resulta difícil de ver porque esta empaquetada para su rehabilitación.
Llegados al punto de partida, el guía invisible recomienda las buenas chocolaterías existentes al pie de la torre, sin olvidar los sabrosos churros, que son 'muy apreciados por los valencianos porque no todo va a ser paella en esta ciudad'.
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