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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

RAFAEL AMARGO ENCAUZA SU DANZA HACIA UN DISCRETO ECLECTICISMO

El reestreno de Amargo en el teatro Lope de Vega de Madrid sitúa al bailarín en una encrucijada de estilos

Lo mejor que tiene Rafael Amargo es que, a pesar de estar en medio de un contencioso estético y generacional, no se parece ni a Joaquín Cortés, ni a Antonio Canales, ni tampoco a Antonio Márquez, todos ellos grandes figuras masculinas del ballet flamenco actual.

Rafael Amargo, a quien hay que calificar, en justicia, de bailarín-bailaor, convence además de por su baile personal, por su pujanza. Se le podría tildar de empecinado.

Es una buena idea que se oferte danza española en la Gran Vía en verano. Ya antes lo han hecho Canales, Sara Baras y Cortés, todos con gran éxito de público. Anteayer por la noche, más de un millar de espectadores arropó el estreno de Amargo, una revisión de su anterior presentación con varios añadidos nuevos.

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La obra es demasiado larga, a veces se hace repetitiva y eso le resta impacto a los muchos aciertos de una suite de números independientes que habría que depurar por mor de la calidad y de la paciencia del espectador.

Llama la atención la juventud de la plantilla de danza y de los músicos. El empeño de Amargo lleva al escenario a más de 25 artistas que se dejan la piel por llegar al fondo de la danza. Es así que las tintas están cargadas en los acentos: dramáticos a veces; festivos, otros. Una lamentable amplificación de los zapateados, excesiva y metálica, restó empaque al producto.

Las sevillanas de Lebrija (hoy olvidadas, y sólo deliciosamente apuntadas en la película de Saura) y los solos de Amargo fueron los mejores momentos. El vestuario y la luz están cuidados y tienen bellos momentos, como las batas de cola de inspiración tardorromántica y el conjunto colorista y corralero de las sevillanas.

Iniesta Cortés figura como bailaora invitada. Viene avalada por varios premios y cierta fama local. Su hacer, de acentos vernáculos de escuela, es característico y seguro, aunque algunas veces cierra sus evoluciones sobre sí misma quitando elegancia y amplitud a la ejecución. Tampoco su uso del mantón es en esencia virtuoso.

Entre los jóvenes destaca la concentración de Olga Ramos Pericet y la estampa, como un junco lleno de fuerza, del debutante Carlos Carbonell, que bailaron emocionados en un trío de amor pasional. Tampoco pueden dejar de mencionarse la voz de Johnny Cortés y a Alfonso Simó demostrando versatilidad.

El baile del propio Rafael Amargo también ha evolucionado hacia un eclecticismo razonado y discreto. Sus poses se trufan de una geometría contemporánea y usa los brazos como un vehículo de lenguaje expresivo que no se atiene al canon flamenco al uso.

En la música, la excesiva tendencia fusionista que quiere maridar al bolero criollo y al largo jazzeado con los toques de tradición, llega a empalagar al espectador.

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