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SALTO A LA ARENA | Campeonatos del Mundo de Edmonton | ATLETISMO
Columna
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Rebotar y avanzar

Las posibilidades de las nuevas tecnologías al servicio de la curiosidad nos dan cuantiosa e inmediata información de los hechos y sus protagonistas. Hace unos años, el oscuro trecho entre lo que sabíamos y la realidad era cubierto por la imaginación. Atribuíamos comportamientos épicos a nuestros ídolos en lo deportivo y lo personal. Hoy queda poco espacio para el misterio y sabemos que posiblemente estabamos equivocados.

Jonathan Edwars es quien mejor representa ese espíritu romántico dentro del atletismo que para algunos puede resultar pelín cursi. Físicamente, su aspecto es normal, canoso, agradable, liviano y alejado de hipertrofias musculares espectaculares. Su personalidad es más singular. Profundamente creyente, por imperativos de su religión (baptista), durante años renunció a citas atléticas importantes cuando se celebraban en domingo, rememorando la figura de Eric Liddell, en los años 20, que el director de cine Hugh Hudson llevó a la pantalla en la famosa película Carros de fuego.

Sinceramente educado y respetuoso con los rivales, que le admiran, jamás se le observa un mal gesto. Relativiza los éxitos y les otorga su justo valor tal vez debido a su formación y por haber llegado a la cumbre ya en su madurez.Ha demostrado saber encajar victorias y derrotas. En definitiva, es un personaje que parece sacado de la época victoriana de su Inglaterra natal y al que uno se imaginaría con calzones largos y en películas en blanco y negro si no fuera por la magnitud de su plusmarca mundial en triple salto: 18,29 metros.

Los entrenadores somos bastante críticos cuando analizamos la ejecución técnica de un atleta aunque el resultado sea bueno. En el caso de Edwars es perfecto. Vemos cómo el concepto ideal que tenemos en la mente es factible en la realidad. Él canaliza a través de la técnica todo el potencial de sus excelentes capacidades físicas. En la carrera de aproximación, lo que más llama la atención es la determinación y desinhibición con la que acomete la tabla de batida. No se le aprecian dudas. Parece que un gigantesco imán le atrae desde el foso de arena. Después, durante el salto, lo más reseñable es el ritmo que los tres impulsos producen, tres notas sostenidas que dan sensación de ingravidez durante los vuelos. Y, mientras tanto, el imán sigue funcionando. Rebotar y avanzar son las claves de un buen triple salto. Es precisamente la capacidad elástica su característica. El resultado, un buen puñado de metros y un gran espectáculo estético.

Si no falla como en Sevilla 99, sus oponentes lo tienen muy difícil. El triple salto está en crisis, con muy pocos cualificados para superar los 17,50 metros. El futuro parece recaer en el joven Olsson.

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