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Columna
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Nostalgia

Puntual como siempre. Junto a libros que reclaman atención estival o buenos deseos de dietas milagrosas, acude la nostalgia inquietante del Meyba. Más allá del recuerdo de esa prenda que maquilló pubertad, acné y primeras poluciones nocturnas, y que ha asistido al crecimiento continuo en la numeración de las tallas, la nostalgia es un error. Saborear lo dulce del blanco y negro de las fotografías es olvidar que detrás del recuerdo de aquella playa de Pinedo o el Tremolar estaba el hambre, y aplicando color a la escena sólo aparecería el miedo, el esfuerzo ingrato, la ausencia de porvenir. La vida prestada a los hijos. A la aparente sonrisa de las cañas, las dunas y la ridícula barca de goma se llegaba con autobuses hacinados. Por ello, algunos elogios culturales del litoral, o la huerta defendida con manifiestos escritos desde despachos expropiados, conforman una nostalgia antropológica sólo comprensible desde la distancia, desde la seguridad de soñar un espacio lejano que no puede volver. Yo no conozco a nadie hijo o nieto de persona que se haya levantado de madrugada para ordeñar vacas y arreglar animales que eleve suspiros antropológicos. De ahí que alguna sensibilidad ambiental esconda también el egoísmo patrimonial de los que llevaban varias generaciones veraneando solos y merendando en exclusiva en Xàbia con la tata. El que rememora las playas desiertas de principios de los años 60, maldiciendo ecológicamente la población actual, es otro que recrea la negación a los demás. Cuando le escuchen criticar las caravanas de automóviles o los bloques de apartamentos no lo duden, no hace más que defender su parcela solariega bajo un manto ambiental. Piensen en las carreras que ha pagado el turismo, en los cientos de profesionales que han salido de los huertos de naranjos. Y en las miles de personas que hoy pueden veranear. Que la nostalgia se concentre en la literatura y los adjetivos: en los bañadores que ahora no podemos enfundarnos, en los bailes que no pedimos o las miradas que no sostuvimos. Pero no dejemos que la nostalgia espesa edifique la política.

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