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'No existe una ética frente a una estética'

Jesús Ruiz Mantilla

Ha dejado de llenar espacios sin lógica para pasar a las barricadas de la teoría con la escritura. Antonio Fernández-Alba, arquitecto, pensador, batallador de vanguardias que han dejado su lugar a la fiera del mercado, ha recibido esta semana la medalla de oro de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). Los méritos han sido, según él, 'pertenecer a una generación de arquitectos ligada al arte, que incorporó un poco la modernidad a esa época oscura de los cincuenta y los sesenta en España'. Lo malo es que las tinieblas no han desaparecido en un país estrangulado por la especulación. Un enemigo que siempre tendrá a Fernández-Alba enfrente.

Pero no sólo la especulación, también los arquitectos con ínfulas, los políticos, 'que están ausentes en las ciudades', dice; la crítica apologética, defensora constante de cualquier cosa, contra esos también tiene su discurso este arquitecto en activo desde 1957, premio Nacional de arquitectura, de restauración, fundador del movimiento El Paso, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid.

Se sienta en un sillón aterciopelado y con brazos de madera del palacio de la Magdalena, en Santander, sujeta un bolígrafo que parece el sexto dedo de su mano derecha, por si tiene que dibujar algo. Pero no necesita la imagen para expresar su pensamiento. Le sobran las palabras. Empieza: 'La revolución industrial rompió la estructura de las ciudades. Y ahora, el capitalismo salvaje está resolviendo anárquicamente los espacios, donde el ciudadano no cuenta más que como un número'.

Y contra esto hay que luchar no construyendo más, sino con una postura mínimamente crítica, cuenta, en la que no se salvan ni las vanguardias. 'Las vanguardias que surgieron a principio de siglo han aportado algo, con barrios en el extrarradio en los que era primordial el bienestar, pero luego, esos movimientos han dado cobertura formal al capitalismo', suelta así en plan inocente.

Después explica que en arquitectura, las vanguardias se perciben con más tardanza. 'Para que se haga una idea, ahora lo más moderno en arquitectura es lo minimal, algo que en pintura y música está superado', dice. Pero es que no es lo mismo pintar un cuadro que construir un edificio y eso influye en que todo se plasme más tarde en esa expresión.

Así como la pintura y la música tienen crítica variada, adeptos, destructores, filias y fobias, en arquitectura todo es complacencia. 'No existe una crítica que formule nuevos valores. Una ética frente a una estética, que es lo que buscan las grandes estrellas. La estética es el fin buscado por la modernidad y los arquitectos famosos se preocupan sobre todo de eso y de salir en el papel couché'.

Tiene el pelo gris revuelto, la mirada oscura y la parte superior de la boca redondeada. Las manos delgadas y extendidas como un bloque de rascacielos. No las encoge, quizá para que no parezcan una urbanización de chalés adosados: '¿Se ha fijado en esas construcciones? Son la especulación en seis metros de largo por cuatro de ancho. La destrucción de la vida familiar, con escaleras y recovecos que dificulten la comunicación, un horror', comenta.

Nómadas telemáticos Puede que sean los habitáculos que les restan a los ciudadanos de hoy, que tienden a uniformar sus ciudades y a que se calmen las diferencias. 'Los habitantes de las ciudades son nómadas telemáticos en espacios más irreales que auténticos, completamente virtuales, como esos grandes centros comerciales, donde la gente se reúne en lugar de en la calle mayor. Contra eso necesitamos crítica, pensamiento, inteligencia, beligerancia. Precisamente porque son lugares perfectos técnicamente, ahí está el peligro, en su perfección'.

Y los pueblos tampoco están libres de parecerse a las ciudades en el futuro y en el presente. 'Hoy todo adquiere forma de metrópoli, es normal en esta sociedad en la que la tecnología lo inunda todo, con antenas y torres...'. Por todo eso, Fernández-Alba persigue lo que él llama 'una militancia de la conquista de la razón para la ciudad'. Sin ella, comprende que surjan movimientos radicales como los antiglobalización: 'En lugares tan inhóspitos, ¿cómo no van a crecer manifestaciones de cólera?', dice.

Y lucha por ello ya dedicándose exclusivamente a construir espacios públicos, como el anfiteatro del Parque Juan Carlos I de Madrid, el centro Reina Sofía, la remodelación de la plaza de Atocha. O en la escritura, con títulos críticos como La metrópoli vacía, La ciudad herida o Espacios de la norma y lugares de invención.

En ellos Antonio Fernández-Alba critica a los que han abandonado la moral por un trozo de gloria. Y refleja su visión del papel que desempeñan los arquitectos en la actualidad.

'Todavía se creen herederos', señala, 'de los maestros renacentistas. Formalizan el estatuto del poder. Hoy, sin duda, el poder es el mercado y ellos saben simbolizarlo. Con la arquitectura, con algunos edificios, se generan plusvalías, como el Museo Guggenheim, de Bilbao, por ejemplo, que revaloriza todo el espacio de alrededor, un espacio que hasta la construcción de este complejo era de deshecho'.

Antonio Fernández-Alba, en el palacio de la Magdalena.
Antonio Fernández-Alba, en el palacio de la Magdalena.PABLO HOJAS

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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