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El informe Süssmuth

Hace año y pico, el Bund alemán creó una comisión interpartidaria con el fin de alcanzar conclusiones firmes sobre la cuestión migratoria. Los comisionados se pusieron en faena, y luego de muchos trabajos y trasudores, han sacado a la luz un texto que circula con el nombre de 'informe Süssmuth' -de Rita Süssmuth, la presidenta del invento-. Los papeles revisten, claro es, un carácter preliminar, y deberán ser consensuados y rediseñados, y pasados tres veces por la sartén, antes de convertirse en borrador de la política definitiva de la República en materia de emigración. Como la cosa, no obstante, parece que va en serio, considero útil hacer una cala para ver qué lleva dentro. El semanario Der Spiegel, con su escrúpulo habitual, publicó un resumen amplio del trabajo -28 de mayo, págs. 22-25-. Les resumo el resumen, y añado después algunas observaciones de mi propia cosecha.

El informe confirma una idea muy extendida: la de que Alemania no podrá mantener sus estándares de bienestar a medio o largo plazo si no promueve la inmigración. La natalidad es baja, y se precisarán más agentes productivos de los que, de aquí a unos años, pueda proporcionar la población oriunda. De momento, nada nuevo bajo el sol. La parte más polémica, es la que viene a continuación. El comité Süssmuth propone que se regule el derecho de domiciliación en tierra alemana atendiendo en esencia a tres criterios: edad, formación profesional y facilidad potencial de integración. El candidato acumulará puntos según salga bien o mal parado en cada uno de estos frentes, y a más puntos agregados, mayores serán sus oportunidades de ser admitido en la República. Por ejemplo: el concurrente ideal sería joven, estaría al tanto de los avances últimos en tecnología informática, y hablaría alemán con soltura. Expuesto sin rodeos: se quiere inmigrantes cuya aportación marginal a la economía sea alta, y que puedan ser incorporados con eficacia y presteza a la cultura nacional. ¿Cómo nos deja esto desde el punto de vista de los sentimientos cristianos? Regular... Rita Süssmuth, obviamente, no aspira al Premio Nóbel de la Paz. No disparemos, sin embargo, antes de haber enfilado la diana, porque a lo mejor nos damos cerca del corazón. Con esto quiero decir que existen algunos equívocos, algunos malentendidos, sobre los que sería oportuno ponerse en claro lo antes posible.

El primero es de orden moral. Quienes llaman a la apertura indiscriminada de fronteras, suelen autorizar su exhortación con dos argumentos enteramente distintos, y a ratos, incompatibles. De un lado se afirma, sin más, que urge ayudar al que lo necesita. Y acto seguido se insta a sacrificios importantes, orientados en una dirección externa y otra interna. La ayuda externa habría de incluir cosas tales como el perdón de la deuda o la aplicación de un porcentaje de la renta a la financiación de las economías en mal estado. Sobre la naturaleza del porcentaje se alimentan, por cierto, nociones sorprendentemente imprecisas. Se ha hablado de un tanto por ciento del PIB, y también, intercambiablemente, de un tanto por ciento del Presupuesto, que es como confundir kilowatios con decibelios. Pero bueno, no es cuestión de ponerse a discutir por un quítame allá esas pajas. Queda la ayuda interna, o de puertas adentro. ¿Qué se puede hacer para auxiliar al extranjero que, tras penalidades infinitas, ha logrado perforar la frontera del país rico? Según una noción harto extendida por estos pagos, poner la Seguridad Social a su disposición. Esto es valiente. Esto es eucarístico, o, por acudir a una fórmula más a mano, solidario. Y yo me descubro ante quien derrama la buena doctrina con el convencimiento íntimo de que también él estará a la altura de las circunstancias. Ocurre sin embargo que este fuego, este denuedo solidario, guarda una relación problemática con el segundo argumento a favor de la apertura de fronteras. Me refiero a la tesis de que, o se aumenta el contingente de activos, o peligrarán las pensiones dentro de unos años. ¿Por qué la relación entre los dos argumentos es problemática? Casi resulta innecesario explicar el motivo: el argumento de las pensiones, al revés del que le precede, reviste un carácter prudencial y egoísta. Es más, se trata de un argumento que no afecta siquiera al conjunto de la población actual. No afecta, por razones obvias, a los que ahora son viejos. Y no afecta a los adolescentes, o a los niños, del mismo modo que a los maduros. Del cuello de los adolescentes colgará, es cierto, el gravosísimo dogal de una muchedumbre de ancianos poco fructuosos genésicamente. Pero nada impide que los adolescentes decidieran reproducirse más que sus padres, igualar o superar la tasa de reposición, y generar cohortes que aseguren sus pensiones en el futuro. En realidad, el argumento de las pensiones responde en esencia a los intereses de los baby boomers, esto es, de los nacidos en los cincuenta y sesenta -yo y otros millones de calvorotas más-.

Los baby boomers, por razones diversas, se han quedado sin vanguardia y sin retaguardia. Sin vanguardia, porque sus padres están disponiendo de recursos difícilmente reproducibles a la sazón; y sin retaguardia, porque no han generado descendencia en las proporciones necesarias para vivir a la manera en que lo están haciendo sus progenitores. De modo que éste es el problema, juzgado con criterios egoístas. Y este problema no es idéntico al de la miseria global. Una inmigración concebida para resolver este problema mejorará a unos cuantos -porcentualmente, pocos- habitantes del Tercer Mundo. No más. No conviene, en consecuencia, mezclar los dos problemas. El informe Süssmuth tiene el mérito parcial de no hacerlo.

Pasemos al otro gran equívoco. Resulta frecuente oír que las políticas contables y restrictivas, entiéndase, las de Rita Süssmuth y compañía, constituyen un reflejo del capitalismo sin rostro humano, y por contigüidad, de la ideología neoliberal en que aquél se inspira. Este reproche... revela un asombroso desconocimiento de la estructura política y económica sobre las que están montados los países europeos. Situémonos en el laissez-faire de la Inglaterra de primeros del XIX, compendio de todos los males desde una perspectiva de izquierdas. En esa Inglaterra, cuyo orden social, según Carlyle, se acogía a la fórmula 'anarquía más un guardia de la porra', la inmigración no se habría podido concebir en los términos en que lo ha hecho Rita Süssmuth. Una inmigración súbitamente masiva habría supuesto un abaratamiento radical de la mano de obra, foránea y nacional, un crecimiento de los beneficios, y la necesidad de dotar más guardias de la porra para hacer frente a los tumultos subsiguientes en tanto que los negocios en alza no mejoraran de abajo arriba los salarios. El propio liberalismo, en su acepción clásica, tiene pocos mensajes que comunicarnos sobre el problema migratorio. Los liberales de finales del XVIII y primera mitad del XIX estaban ocupados en combatir otros fenómenos: el de un derecho consuetudinario enemigo de la circulación libre de los trabajadores, el de las intrusiones del Gobierno y los estamentos en la libertad de comerciar, el de los manejos desde atrás de las bambalinas de los lobbies y grupos de interés... El trasfondo moral del informe Süssmuth es completamente distinto. Detrás de él alientan inquietudes conservadoras y socialdemócratas -no existe una contrariedad forzosa entre las dos-. Lo que se intenta es proteger los estándares de vida y los mínimos que se consideran comúnmente aceptables -no sin soportar algunos costes: el efecto inmediato de la inmigración, incluso de una inmigración muy selectiva, será una inflexión a la baja de los salarios-, y para ello sólo existe una receta que suena a convincente: indiciar inmigración a producción. El recetario admite variantes, y tal vez el informe Süssmuth pudiera ser, y acabe siendo, mejorado en varios puntos. Pero dos más dos son cuatro, no infinito. Los derechos humanos se circunscribían en tiempos a las garantías civiles. En consecuencia, eran relativamente baratos. Ahora, por el contrario, incluyen prestaciones sociales de todo tipo, y lo que era barato ha pasado a ser caro. Un economista, o quienquiera que se tome la molestia de lastrar los actos de amor al prójimo, con el esfuerzo que la ejecución de ese amor requiere, resumiría la situación inédita afirmando que los derechos humanos se han convertido en recursos escasos, o lo que es lo mismo, en bienes que no se pueden dispensar a granel. Este planteamiento parecerá todo lo sórdido que ustedes quieran. Sin embargo, sigue siendo, a la hora de la verdad, el lugar de encuentro de los gobiernos y los votantes. Y también de los partidos, a poco que se vean cerca del poder. La alternativa es el evangelismo heroico. Mirémonos al espejo, individualmente o en grupo: ¿se trata realmente de una alternativa?

Álvaro Delgado-Gal es escritor.

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