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Columna
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Feria

La insensibilidad y el alejamiento de la realidad de muchos de los que nos gobiernan quedaban palmariamente demostrados en la fotografía que este periódico publicaba el pasado sábado. La escena que se ofrecía, correspondiente a una zona entre Campanar y Mislata, en Valencia, era de lo más esclarecedora: en primer término aparecían unas modestas atracciones feriales, de esas que vemos a menudo en esos descampados de la ciudad que los feriantes aprovechan para instalarse y atraer a los niños del barrio correspondiente. Inmediatamente detrás, en una prolongación del descampado, se veía el super de la droga, con camionetas, vendedores y compradores, incluso con zona de degustación, y al que, para más inri, hay que acceder a través de las casetas y las atracciones de la feria. Como es natural, éstas están prácticamente vacías, a pesar de que nos encontramos en plenas vacaciones y de que, por tanto, en condiciones normales los pequeños clientes no deberían faltar a la cita con la diversión. Y como no podía ser de otra forma, que diría quien yo me sé, los feriantes se quejan del escaso negocio. Es normal: sólo algunos padres se aventuran a entrar en el recinto ferial con sus hijos, aunque, para preservarles del espectáculo que se ofrece a pocos metros, se quedan en las casetas del tiro al blanco, de la tómbola o de las mazorcas, helados y chucherías, y no les compran a sus retoños boletos para el pulpo o la noria, atracciones que, al elevarse por encima de las casetas, ofrecen una estupenda panorámica del supermercado que hay detrás. Éste, en cambio, rebosa actividad. Es la feria de la droga, a la que acuden clientes de la más diversa condición, incluso parejas con hijos, que llegan en coche hasta el descampado, donde el padre -o lo que sea, porque hay que ser bestia para llevarse a los niños cuando se va a comprar droga, como quien va a por el periódico- se baja y se acerca a una de las camionetas para aprovisionarse de mercancía. Lo incomprensible de todo esto es que la autoridad competente no sólo conoce y permite la feria de la droga, sino que, sobre todo, concede permisos -y los cobra, claro está- a los feriantes para instalarse justo al lado. ¡Viva la política de prevención de drogodependencias!

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