Cuando el avion huele a pies
Año tras año son innumerables los ciudadanos que obligados por adversos avatares se ven abocados a hacer constar con letras de encono sus desagradables experiencias: Me refiero al 'Libro de Reclamaciones'. Muchos, por no decir la mayoría, tienen sobradas razones para ello. Pero otros, inducidos por ese cabreo fieramente humano que enciende hasta las meninges, se exceden en su afán querellante. Tomemos por ejemplo, el caso de Iberia, una mina de reclamaciones generalmente justificadas: extravíos de equipaje, overbooking, retrasos, cambios de vuelo...¿pero tiene la culpa la sufrida Compañía de que a un pasajero le huelan los pies?
Desde que un usuario se quejara, airadamente y por escrito, de que al tipo del asiento de atrás le cantaban los pinreles, en el Departamento de Relaciones ya pueden justificar como atenuante que el cliente no siempre tiene razón. Obviamente el efecto no pudo ser paliado con el indebido uso de los chalecos salvavidas en sustitución urgente de las necesarias plantillas 'Devorolor'.
Atípico catálogo de quejas y reclamaciones suscritas por consumidores airados
En los anales de la queja de esta empresa quedará registrada para siempre la protesta de otro pasajero al que un aterrizaje demasiado brusco le ocasionó lo que el mismo dio en llamar 'cierto nivel de incumplimiento posterior'.El hombre se vio obligado a usar sus partes más nobles como improvisado airbag .Y en el acta de la vindicación insólita constará también el caso de una cliente extranjera que volaba a Canarias y en plena turbulencia se le vino encima el café calentito, justamente 'ahí encima' y con igual ardor que la quemazón acusó a la empresa de haberle frustrado otros vaivenes vacacionales igualmente ardientes pero tal vez más tórridos.
Los diferentes organismos de defensa del consumidor registran anualmente más de doscientas mil reclamaciones, algunas excepcionalmente atípicas, como la de una señora que acudió a la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) porque el grosor del salchichón que había comprado no era de su agrado: cambiaba de tamaño en toda su extensión. O la de ese novio despechado que acudió a la Unión de Consumidores (UCE), pidiendo algún tipo de satisfacción a determinada agencia de viajes por considerarla culpable de un periplo de placer desgraciado. El , que había pagado religiosamente un paquete para dos por Italia, el suyo y el de su novia, nunca contó con la incómoda, pero imprescindible presencia de un tercer invitado: el guía turístico. Ella acabó enrollándose con el 'cicerone' dejando a su romeo' cornuto', 'apaleato' y éste, sintiéndose estafado como consumidor y agraviado como amante, rellenó la Hoja de Reclamaciones con iracundo requerimiento: '¡al menos que me devuelvan el dinero que pagué por el pasaje de esa guarra!'.
No todas las novias van por el mundo con tan amplios vuelos. Algunas son previsoras y muy miradas en eso de meter en cintura los desaguisados del libre comercio. Ahí tienen a esa neska bilbaína que quiso devolver a unos grandes almacenes de la ciudad su vestido nupcial 'porque le quedaba un poquito estrecho', pero, eso sí, quince días después del enlace matrimonial.. En la nueva era del consumo exigente no sólo destacan caraduras y profesionales del descontento. Hay además personas que manifiestan su desacuerdo con exceso de buena fe y sus demandas suenan a ronroneo del gato de Rosario o 'Rosariyo', aquel que hacía 'Uyy uy uyyy jujujuyu'. Algo parecido debió ocurrirle a la mujer sevillana que acudió a la U C andaluza para elevar una queja en nombre de su maltrecho micifú , presunta víctima inocente del pésimo funcionamiento de un recién estrenado horno microondas, noticia que chamuscó de hilaridad las páginas de los periódicos españoles. Se lamentaba la señora porque el manual de Instrucciones del electrodoméstico no advertía en ningún momento de que no se podían secar gatos en su interior, motivo por el cual su 'minino' terminó más triste y azul que el famoso felino de Roberto Carlos ( cantante brasileño, no confundir con el futbolista de igual nacionalidad y menos pelo). El verano es tiempo propicio para que cualquiera que se eche al camino pueda convertir su peregrinaje en un quejilloso asunto. Invita a la tentación permanente de solicitar a cada paso la dichosa hoja de marras donde se extiende con plumazo gemebundo la furia, el disgusto, el enojo, y el desahogo. De entrada o si prefieren de salida ¿quién de entre ustedes cuando abandona el hogar y se lanza a la carretera no es presa del pánico y víctima del escalofrío cada vez que se ve obligado a usar los 'servicios' de una Estación de Servicio?. Uno siempre había intuido que detrás de los manifiestos chorretones aquello podía estar lleno de infectos bichitos, pero ahora un reciente chequeo, realizado por las Asociaciones de Automovilistas (RACE) entre cien puntos localizados desde Bilbao a Algeciras, alerta que en el uso del inodoro ( ¿inodoro?) hay un 15% de riesgo para la salud y concluye que el 60% de los wáteres carecen de la necesaria higiene. Para hacer notorio mi descontento y en línea con las formas de protesta contemporánea , pensé en realizar una sentada en pleno meollo de este asunto, sobre las tazas de los hediondos excusados, combatiendo al herpes simple con equilibrados y contorsionados ejercicios de puntería ante el retrete, pero finalmente opté por pedir al encargado la Hoja de Reclamaciones. Creerán ustedes que servidor actuó como un consumidor quejicoso y pleiteante. Se equivocan. Solo fue una treta ante la carencia de papel higiénico, una vulgar tapadera para cubrir la tapa con el formulario oficial de la legítima exigencia y poder continuar felizmente viaje.
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