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Columna
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Moho

Ciertos mohos, como el Dictyostelium, apasionan más a la biología que el hombre en sí mismo. El ser humano ha perdido interés ante la mosca del vinagre, la levadura de la cerveza, el pez cebra, el sapo y unos cuantos gusanos, y sin embargo algunos tipos se creen la pieza clave de la creación porque conducen un Audi y llevan un antifaz de Calvin Klein o un taparrabos de Paul & Shark. El gran asunto de la biología, frente a la filosofía, que situó al hombre en el centro del universo, y sus variantes religiosas, que lo supeditaron a un ser supremo, es que lo ha diluido en el contexto de los organismos vivos. Lo ha equiparado, bajo el principio de la similaridad, a cualquiera de las formas que subsisten sobre la corteza terrestre, quizá con no menos trascendencia. Desprovisto de la aureola que se da a sí mismo con la indumentaria y las pertenencias, el hombre no ofrece para la ciencia muchas más expectativas que un ratón de laboratorio. Incluso este moho, que presenta un aspecto 'estéticamente agradable' y no cansa por su 'variedad y elegancia', según el perfil trazado por uno de los investigadores del Centro de Inmunología de Marsella, ha neutralizado ese presuntuoso alegato de superioridad. Surgida de la maleza, donde se alimenta de bacterias, esta roña ha demostrado ser capaz de pasar del estado unicelular a una congregación funcional de individuos, en la que gestiona la información sobre la posición en la que se encuentra, con un palpitante proceso de migraciones, suicidios, trampas y explotaciones que culmina con unas células perdedoras configurando el tallo y las vencedoras ocupando la cúspide como cuerpo fructífero. En el desarrollo de acontecimientos de ese organismo, cuyo comportamiento es comparado en la Universidad de Columbia con el de una sociedad y que, además, está exento de las servidumbres de la sexualidad, se halla el compendio de la historia de la humanidad. En el caldo de esas amebas late toda la expresividad del hombre, desde Pol Pot a Richard Burton. Incluso es posible que lleguen a representarla con su misma sofisticación. Sólo es cuestión de tiempo. Y de humus.

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