Los 101 años de Carles Sindreu
Raro entre los raros debe de ser Sindreu cuando Gimferrer confiesa no conocerlo bien. Claro que -no se engañen- eso no quiere decir que el autor de Arde el mar no lo haya leído o que no conozca casi todo lo que se pueda saber sobre un escritor. Estos días estaba preguntándome por qué me llama la atención este cazador de imágines poéticas. Y creo que debe de ser por lo que tiene de ramoniano. Quizá no sea exagerado decir que fue el hombre de Gómez de la Serna en Cataluña. Sobre todo me interessa por dos de sus libros: Radiacions i poemes (1928) y La klàxon i el camí (1931). Para ser más preciso, por los textos narrativos breves que contienen, a los que hoy llamamos microrrelatos. Un género, por cierto, con tradición en la literatura catalana, cuyos capítulos quizá empiecen con los cuentos sintéticos de Llorenç Villalonga, a los que han seguido las excelentes muestras de Francesc Trabal y Pere Calders, o ya en nuestros días los des-cuentos de Josep Albanell, los bonsais de paper de Joaquim Carbó y los textos de Jaume Cabré, Quim Monzó, Sergi Pàmies y Vicenç Pagès, hasta el reciente Ficcionaris (Proa), de Jesús Pacheco.
Lo que más puede seguir interesándonos de su producción es lo que hay en ella de afán innovador, experimentador, de escritor insatisfecho con la tradición
Las otras razones por las que me he acercado a la obra de Sindreu son más personales y tienen que ver con la ya larga dedicación al autor de dos buenos amigos: Dolors Madrenas y Joan Ribera, aunque las primeras noticias las tuve en el libro de Joaquim Molas sobre la literatura catalana de vanguardia. La última razón, y no menos principal, lo reconozco, es que me hace una ilusión infinita saber de algún autor casi tanto como Gimferrer.
Carles Sindreu fue uno de esos muchos escritores a los que la guerra civil convirtió en raro, cuando nada estaba más lejos de un afán que se limitaba a ser moderno. No hay que olvidar que apareció en la escena literaria como futurista, en la onda de Salvat-Papasseit. El pasado año se celebró el centenario de su nacimiento, pero durante el que corre se le ha dedicado una exposición y un librito, coordinado por Carme Arenas, en el que se da buena cuenta de su vida y de sus escritos. Sobre su existencia, no obstante, se echa de menos lo que quizá podría contarnos Filomena de Paz, la que fue su compañera.
No sólo se dedicó Sindreu a la escritura, sino que fue hombre de múltiples y variadas inquietudes. Fundó, entre otros, los Amics del Art Nou y el Conferencia Club. Como periodista colaboró en publicaciones tan distintas como El Be Negre, Mirador, D'Ací i d'Allà, la innovadora y menos conocida Revista de S'Agaró, La publicitat, La Vanguardia, Diario de Barcelona, Canigó y Xut!
El amor y el deporte fueron para él los fundamentos de la vida moderna. Fue, sobre todo, un gran amante del tenis. A los principales jugadores de la época les dedicó unos caligramas que publicó L'Esport Català, con el seudónimo de Fivaller. Estas obras suyas están en sintonía con las vanguardias de la década de 1920, con Apollinaire. Trabajó también en publicidad. Aquí, sus anuncios y carteles para Myrurgia, El dique flotante o para la joyería Roca, fueron en su momento tan modernos como innovadores. Y aunque se ganó la vida como anticuario, una de las facetas más conocidas de su personalidad es su curiosa colección de retratos infantiles de personajes ilustres (Retrats d'infants), expuesta ya en varias ocasiones.
Anécdotas aparte, lo que más puede seguir interesándonos de su producción literaria es lo que hay en ella de afán innovador, experimentador, de escritor insatisfecho con la tradición, pero también su peculiar concepción del humor. Por eso sus textos más atractivos siguen siendo los anteriores a la guerra civil, cuando pudo componerlos con absoluta libertad, al compás de lo que se hacía en el resto de la literatura europea. Después de la guerra, él mismo puso en castellano -vertió más que tradujo- unos relatos, ya publicados en catalán, a los que quería llamar 'cuentos comestibles' y 'cuentos venenosos', pero al editor no le parecieron interesantes.
No quiero acabar sin elegir una muestra representativa de su obra breve, el texto que dedica a Gómez de la Serna: 'Una butxaca no és una veritable butxaca fins que hom hi troba, al fons de tot, aquel coixí bla que amoreseix els angles agudíssims de les costures. Algú, d'aquest coixí subtil, en dirà fibra morta, pols, volves... Jo crec que les veritables butxaques segreguen aquesta meravella esponjosa perquè el furgar nerviós dels dits no els produeixi cap dolor...'.
Si vuelven a sus libros se toparán con más de una sorpresa. Sindreu dijo que si escribía en broma era, precisamente, porque la vida era seria. Una frase que no habría dudado en firmar Miguel Mihura. Lo que explica su desprecio por el tremendismo imperante tras la guerra civil. Nadie definió su obra tan bien como Sebastià Sánchez-Juan, cuando en 1941 la tachó nada más y nada menos que de 'literatura liberal, materialista, irreverente, de un humor demoniaco perfectamente acusado'. No parece poco si atendemos a la fecha.
Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la UAB.
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