_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Internet

En alguna ocasión, un amigo me habló del misterioso número Kevin, no menos cabalístico que un secreto alquímico o los evangelios rosacruces. Según me comentó, no sé si abusando de mi amor por la literatura fantástica, alguien había dado ese nombre al número de links que es necesario establecer entre dos puntos de Internet para vincular un nombre con otro, una persona con una ciudad, una raza canina con el título de un libro, una marca de ropa y la nomenclatura botánica de la rosa. Hablando en román paladino: se trata de calcular la cantidad de páginas web que es preciso visitar para encontrar el objeto que buscamos, sea cual sea, desde otro que en principio no tiene nada que ver con él. Por ejemplo, ¿cuál sería el número Kevin para Sara Montiel y el estado de Montana? Tan sólo dos: porque Sara trabajó con Gary Cooper en alguna película, y el actor procedía de dicho estado. Así, de vínculo en vínculo, se puede determinar qué liga a cada cosa con las demás dentro de este ovillo enroscado que es el universo. Lo realmente pavoroso del cuento de mi amigo es lo que afirmó al final, y que estuvimos luego comprobando pacientemente con la esperanza de desmentirlo (sin resultado): como si me escupiera un axioma de Física, reveló que no existía ningún número Kevin superior a cinco. Y, en efecto, pronto advertimos que las conexiones más inverosímiles resultaban posibles, y aun reales; durante un cuarto de hora, delante de nuestra atónita inteligencia, celebraron matrimonios Charles Chaplin y la jardinería japonesa, los romanos y el ferrocarril. En una especie de embriaguez metafísica, entendí lo que Internet había logrado: resucitar la vieja idea del hay de todo en todo, demostrar a Anaxágoras, a los filósofos renacentistas y románticos, dibujar los hilos de araña que conectan a cada ser con el resto y repetirnos que todos formamos parte de una gran cadena que conecta los piojos con las supernovas.

A pocas personas se encontrará menos entusiastas y formadas en ordenadores que a mí, pero este descubrimiento me despertó el entusiasmo: la atávica esperanza de la enciclopedia universal se hacía por fin posible, un hipotético individuo que viviese mil años podría estar brincando de palabra en palabra hasta recorrer el entero orbe del lenguaje y las cosas. Cada entrada remitía a las demás sin posibilidad de un cese, como si abriésemos un juego interminable de muñecas rusas, como un jardín lleno de rosas donde cada rosa contiene otro jardín lleno de rosas. Siempre, claro está, que todas las cosas se hallasen incluidas en la red; pero, me decía yo, ¿qué objeto queda ya fuera de Internet, hoy que hasta los garajes de barrio se anuncian en los periódicos digitales? No había leído todavía, claro, que Sevilla es una de las seis capitales de provincia que todavía no cuenta con página propia en la web. Me resultó algo tercermundista que un noruego no pudiese consultar desde su casa el número de habitantes de nuestra ciudad, los transportes con los que cuenta o cuáles son sus principales monumentos; pero sobre todo me irritó que el Ayuntamiento vapulease mi ilusión de la enciclopedia, que redujese Sevilla a un municipio fantasma que sólo existe en las tres dimensiones de la materia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_