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Columna
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Génova

Era de prever que la nueva y vieja derecha, junta y a la vez revuelta, se inclinara por la injusticia frente al desorden y acabara atribuyendo el cadáver de Génova a los manifestantes y no al policía que disparó. Recuerdo a un censor del Ministerio de Información franquista que, ante las repetidas y crueles enmiendas a las que sometió a nuestros textos, exclamó airado: '¿Veis lo que me obligáis a hacer?'. También un ministro de Información y Turismo del franquismo -sí, el que ustedes piensan- escupió a un manager periodístico del Opus Dei de centro izquierda y a continuación, mientras le limpiaba la saliva sobre la pechera, gruñía: '¿Ve lo que me ha obligado a hacer?'.

En efecto, no se puede jalear sin matices el movimiento antiglobalización, y el primer matiz es que la globalización es irreversible pero necesita ser radicalmente enmendada. Tampoco puede proponerse la violencia manifestante como un instrumento de modificación sustancial de la globalización porque matan casi siempre los otros, los que lo hacen protegidos por el presupuesto general del Estado obligados a elegir entre injusticia o desorden. No se sabe de dónde salen los manifestantes violentos y sería muy interesante saberlo, no sea que algunos vayan disfrazados de manifestantes violentos, como en Barcelona, pero cobren del presupuesto general del Estado. Lo que pertenece al formato de la desfachatez es que en el reino del pensamiento único, del discurso unificado y de las unicidades de orientación histórica de casi todos los medios de información, se ponga en cuestión que la manifestación sea el único mensaje efectivo que el sistema deja en manos de sus antagonistas.

Los ocho superglobalizadores sitiados en Génova ya se plantean la necesidad de fraguar sus encuentros, a partir de ahora, en las Montañas Rocosas o en el desierto de Kalahari. Las manifestaciones seguirán produciéndose lo más cerca posible y en la medida en que sean más numerosas y conciten un cierto grado de complicidad crítica globalizada, volverá a haber muertos porque los enemigos del hombre y del alma del siglo XXI son los que ponen sobre la mesa los millones de cadáveres y de desastres del sistema con la mala intención de hacernos polvo el happy end.

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