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Crónica:TOUR 2001 | Decimotercera etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El día del orgullo ciclista

Jalabert y Ullrich luchan hasta el fin ante el intratable Armstrong, que conquista el 'maillot' amarillo

Carlos Arribas

Mientras Lance Armstrong dedicó la etapa reina, el segundo día de la gran travesía de los Pirineos, a sus menesteres sobrehumanos (exhibición de nuevo, otro triunfo de etapa y, por fin, la conquista del maillot amarillo cedido a regañadientes por el resistente François Simon), los demás, los corredores con límites, decidieron organizar el día del orgullo ciclista. Laurent Jalabert y Jan Ullrich lo personificaron con sus acciones, transformando simples movimientos tácticos, estrategias de equipo, en momentos de raro ciclismo. Olvidaron la razón. Siguieron a su temperamento. Fue, también, un día duro para el ciclismo español pese a la abundancia de gente en la pantalla de televisión en casi todos los movimientos importantes de la etapa. Fueron actores, pero secundarios, en los grandes puertos pirenaicos, en el Aspet de Casartelli, en el Menté de Ocaña, en el Peyresourde de todos los grandes, en Val Louron, donde Indurain, y en Pla d'Adet. Fratricidio: Heras, ayudante de Armstrong, desnudó a Beloki, afectado toda la etapa por el efecto Kivilev. Límites y más orgullo: Sevilla, joven, animoso, temperamental, cansado en un día de hombres; Mancebo, su ritmo, su fuerza, su voluntad; Igor Galdeano y Serrano, juego de equipos, tácticas globales. Todos hicieron el día grande.

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Todo empezó en el Peyresourde. Todo pasó allí, salvo Jalabert.

El francés salió en el kilómetro 27 a arrebatar a su tocayo compatriota Roux el maillot de lunares de rey de la montaña y en el proceso sufrió un cambio de personalidad: de repente se convirtió en Virenque, el hombre a quien mejor le quedaban los lunares. Jalabert, hombre libre por fin, disfruta siendo único, haciendo lo que le place, intentando sus imposibles sin someterse a ningún rigor táctico. Salió en grupo para marcar a Roux, pero bajando Pla d'Adet, cerca de la estela de Casartelli, atacó y se fue solo. Pasó solo por la cima del Menté, también por el Portillon, Peyresourde y Azet. Se cayó bajando el último puerto. Se pegó una tremenda costalada al patinar su bici en la gravilla de una cerrada curva. Se levantó. Volvió a seguir. Se le salió la cadena. La metió y continuó. Empezó a ascender a Pla d'Adet, 11 kilómetros al 8,5%. Tenía todavía tres minutos de ventaja. Ya no podía más y, sin embargo, cuando le pasó Armstrong, desencadenado en busca del maillot amarillo, Jalabert aún hizo el esfuerzo de intentar coger su rueda; y cuando Ullrich, el derrotado más hermoso, pasó después, un minuto más tarde, también quiso seguirle, y también hizo el intento tras Beloki, sin resuello, con Heras a su rueda, y tras Garzelli e Igor. Llegó séptimo. En cinco kilómetros perdió tres minutos con Armstrong. Llegó feliz Laurent Virenque, o Richard Jalabert, como prefieran. Empezó el Tour como mejor sprinter (maillot verde en 1992 y 1995). Lo terminará como mejor escalador. Nunca ganó el amarillo. Nunca lo ganará.

Detrás, a imitación suya, una persona se había despertado. A un kilómetro de la cima del Peyresourde, justo cuando empezaron a sufrir Mancebo y Sevilla, Jan Ullrich decidió ser protagonista de su destino y coger la etapa por la mano después de que en los primeros cols el Telekom, con Guerini resucitado, y el US Postal, con Heras y Hamilton revividos justamente el día más importante, desplegaran un estupendo juego de equipos. Al alemán, pesado y poderoso, le aguantó, rápido y ágil, Armstrong; Beloki, de entrada, también, y el osado Kivilev, transmutado en el Chiappucci del 90, dispuesto a no bajarse del podio sino muerto. Ullrich redobló el esfuerzo. Incluso, insólitamente, se puso de pie sobre los pedales. La jerarquía del Tour se restableció: por delante, el alemán y el americano; Beloki se quedó. Y Kivilev.

Caída del alemán Cuando Jan Ullrich tomó recta una curva a 80 por hora en el descenso y acabó en un arroyo, Lance Armstrong desaceleró esperando su recuperación. 'Qué fair play', dijo Bernard Thévénet, comentarista de la televisión francesa. Qué gaitas. Armstrong no podía ir solo a ninguna parte. Necesitaba alguien que le llevara, alguien que le justificara, alguien herido con ganas de matar, un boxeador que se niega a caer y sigue golpeando aunque sus puñetazos ya sólo tienen la fuerza de una caricia. Después del puerto de Azet, el col en el que Beloki intentó, con varios ataques, alguno alocado, desembarazarse en vano del pegajoso Kivilev, los tres grandes, y sus equipiers por todas partes (dos de cada equipo), empezaron a subir a Pla d'Adet. Rubiera y Heras le limpiaron el camino. Ullrich, en un último esfuerzo, hizo el aclarado final. Armstrong necesitaba a Ullrich, al alemán desenfrenado, para justificarse, para poder atacar al final, acelerar hacia el maillot amarillo y cruzar solo la línea de meta señalando al cielo en recuerdo de su amigo Casartelli. Como en Limoges hace seis años. Su décima victoria de etapa en el Tour. El amarillo de su tercer Tour.

Armstrong, ayer en el podio con su primer jersey amarillo en este Tour.
Armstrong, ayer en el podio con su primer jersey amarillo en este Tour.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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