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El elefante se mueve

Hace más o menos un año, una cierta sensación de alivio se extendió dentro y fuera del PSOE. No de esperanza, pues ni la imagen de la nueva dirección ni la consistencia de su mensaje, con difusos ecos de tercera vía, daban para tanto. Pero los modos del líder eran tan distintos de los de aquel entramado organizativo que sumió al partido en permanente trifulca impidiéndole responder a los impactos externos, que auguraban cambios. Así ha sido y aunque con paso lento, el PSOE debate este fin de semana un documento que pretende nada menos que 'actualizar el discurso ideológico y adecuar sus principios a las realidades de la sociedad actual'.

No es empeño menor ni oportunista. Desde su elección, Zapatero ha insistido en redefinir las señas de identidad socialistas y aún provocando sorpresa y controversia con sus adjetivos (el de libertario el más celebrado), ha logrado concitar el interés de los medios periodísticos, políticos y académicos. Como tanta insistencia no se corresponde a la muelle oposición practicada en este período, tengo para mí que de lo que trata no es tanto de confrontarse ya con el PP sino de construir un proyecto para el medio plazo. Proyecto en el cual resultan determinantes esas clases medias muy ligadas al desarrollo del capitalismo y que no se limitan a recabar la cobertura pública para asegurar su bienestar. Desde luego mucho más determinantes, electoralmente hablando, que los marginalizados por el sistema que tantas veces ni votan y a quienes se contempla desde la óptica de la estabilidad.

De ahí que el documento a debatir identifique el proyecto socialdemócrata antes con la libertad que con la redistribución. Ésta sigue siendo clave como mecanismo para avanzar en la igualdad de oportunidades, pero a partir de ahí lo que el texto llama 'proyecto personal del ciudadano' (nótese que ya no es de clase y ni siquiera colectivo) debe estar a salvo de interferencias y dominios, económicos o políticos. De ahí que se defienda la libre competencia frente a poderes oligárquicos, pero también que se critique el exceso de intervencionismo estatal. Lenguaje novedoso en la izquierda, pero que se alimenta de autores inequívocamente progresistas, bien que siempre en clave revisionista: Habermas, Sen, Arendt, Giddens, Pettit... Porque pese a su retórica e indefinición, estamos ante un serio intento de cambiar los perfiles keynesiano, fiscalista, burocrático y desincentivador que la socialdemocracia ha adquirido tras su etapa dorada y con olvido del revolucionario papel que ha jugado el Estado del Bienestar. En cualquier caso, un intento de mayor calado que el de aquella ponencia que el PP tituló La España de las oportunidades y que al separar éstas del concepto de igualdad, legitimaba la desigualdad no ya como fruto de condiciones sociales, sino de las individuales. Eso sí, lo hacía con lenguaje de grandes almacenes, apto para el consumo masivo.

Enfrentarse al neoliberalismo reivindicando antes la libertad que la equidad o la igualdad, resitúa el debate en torno a los problemas del Estado del Bienestar, es decir de su tamaño, eficiencia, coste y efectos perversos. Pero no lo resuelve. Porque afirmar la libertad es progresista, pero no necesariamente socialista pues deja en el aire cómo articular la solidaridad. Abogar porque aumente la eficiencia de los servicios públicos y por un 'Estado ágil' que sea más 'confortable' (léase, con menos impuestos) no es sino recurso ambiguo y mueve a la sospecha de pudiera justificar el recorte de prestaciones. Espero que cuando se publiquen estas líneas, se hayan admitido enmiendas que añadan nitidez a la defensa del Estado corrector, redistributivo y compensador. Porque esa sí es inevitable seña de identidad socialista y no es tarea que deba dejarse a la derecha, la de reformular y actualizar el Estado del Bienestar.

No es todo reflexión sobre los principios en el texto en cuestión. De forma más o menos explícita se adquieren compromisos importantes. La renta básica universal o la jornada laboral reducida son los dos más concretos quizás. Pero también la prioridad que se concede a las políticas medioambiental, de familia o de género, merece destacarse. Lo propio, en otro orden de cosas, cabe decir de la definición federalista. Y qué decir del compromiso por renovar la estructura de un partido tan esclerotizado, ensimismado, patrimonializado por sus aparatos y alejado de los ciudadanos (al ver lo que pasa en el Ayuntamiento de Valencia no se juzgarán excesivos estos epítetos: ¡hasta cinco cabezas de lista han chocado sucesivamente con su ejecutiva local!). Ocasión y tiempo es de intentar tal renovación. Sin una opción socialdemócrata operativa ni los otros partidos de la izquierda, ni los sindicatos, ni algunas instituciones -véanse la universidades- tienen autonomía para generar su propio discurso y tienden a ocupar espacios que corresponderían al partido mayoritario de la oposición.

Decía antes que Zapatero supuso un alivio. Al año puede significar un cierto margen a la esperanza. Quizás su lentitud sea exasperante, tal vez su estilo opositor insuficiente, con seguridad sus propuestas son aún ambiguas... Pero algo se está moviendo en el hasta hace poco casi desahuciado socialismo español. Con la lentitud del elefante, pero también con su firmeza. No sabría decir si en la dirección acertada, es decir la que sea capaz de construir una alternativa que dé respuesta a las demandas mayoritarias de la sociedad y supere la mera alternancia. No me atrevería a pronunciarme, pero eso sí, se mueve.

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Joaquín Azagra es profesor de Historia Económica de la Universidad de Valencia.

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