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No hay adjetivos para Woods

Nada. Si acaso unos aplausos ahogados por el viento. Los 45.000 espectadores que deambulaban ayer por el campo de Royal Lythan no dedicaron el mínimo tributo al gris recorrido de Tiger Woods, el mismo hombre que ganó cuatro grandes consecutivos. Ayer rubricó una tarjeta de 71 golpes. Ni frío ni calor. Un paseo por el campo que le valió un empate con el campo y puso fin a la proeza del estadounidense de sortear las profundas trampas de arena del Open Británico.

Woods visitó ya el búnker en el hoyo cuatro. Su primer bogey. Hizo tres, que compensó con otros tantos birdies. Ni unos, ni otros, fueron demasiado espectaculares. 'No he jugado bien, pero he cumplido', dijo después, mientras tamborileaba con los largos dedos sobre la base del micrófono. 'He sabido leer el viento, pero no le daba bien a la bola. He pateado mal, pero luego me he sentido más confiado'. Esto, pero lo otro. Tan neutro en las declaraciones como en las estrechísimas calles y en los reducidos, inclinados y rodeados de profundos agujeros greens del Royal Lytham.

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La única sonrisa que se le vio ayer al estadounidense estaba impresa en el programa del día. Era una fotografía de su triunfo el año pasado en el mítico Saint Andrews. Ayer estaba serio. Una atonía que el público percibió desde el golpe inicial y a la que respondió con su propia falta de entusiasmo. Eso sí, saltaron sobre las cabezas pelirrojas de los más altos, se subieron a taburetes improvisados y corrieron de hoyo en hoyo para coger sitio y ver la figura vestida de negro de un tigre triste. Prisas y atropellos, pero sin entusiasmo.

Sin química

La misma cara cansina, una mueca torcida en el rostro, que paseó por la hierba amarilla Woods, se posó en la sonrosada tez de los aficionados británicos. No hubo química. No con el campo, en el que nunca se sintió a gusto -'No ha tenido nada que ver con las condiciones, aunque eran muy duras, simplemente no he estado a gusto hasta el final del recorri-do-'. Tampoco con sus compañeros de partido, a los que apenas dedicó una mirada; ni con la gente, a la que únicamente recordó para exigir a una mujer policía -una de los cuarenta agentes que vigilaban el desarrollo de los partidos- que despejase de mirones el lugar. Debió descentrarse con tanta charla, y mandó la bola a unos enormes rastrojos. Después clavó con rabia el palo en la hierba y empezó a caminar a largas zancadas, sin hacer comentarios.

Pese a su mediocre tarjeta, el californiano conserva todas las opciones y las apuestas siguen de su parte. 'Si hoy, que estaba jugando fatal, ha salvado el par, como tenga un buen día...', decía un hombre de unos 60 años que con una pequeña cámara desechable desafió la prohibición de no hacer fotografías en el campo.

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