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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Impacto

Clinton se salvó de tomar una decisión definitiva sobre el programa de defensa contra misiles balísticos (BMD) por causa de dos fallos consecutivos sobre las tres pruebas realizadas durante su mandato. A Bush en cambio le ha sonreído el éxito: el impacto directo de un misil contra un simulacro de cabeza nuclear en vuelo le sirve para consolidar su apoyo al proyecto. De momento se empieza a dotar de fondos, pero faltan casi todos los detalles, y el visto bueno de un Senado que ahora dominan los demócratas. Aunque la prueba hubiera fallado, la Administración de Bush hubiera seguido adelante con su programa bandera, sin importarle aparentemente demasiado que se lleve por delante el Tratado de ABM que limitaba desde 1972 las defensas contra misiles balísticos de EE UU y de la Unión Soviética de entonces.

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Rusia, que ayer condenó la prueba, se aferra al ABM como a un clavo ardiente porque es un instrumento para que Moscú cuente e influya en el debate internacional. El peligro no es que Bush se salte a la torera el tratado ABM, que sancionó el equilibrio del terror sobre el que reposó la guerra fría, sino que rompa las normas existentes antes de reemplazarlas por otras más propias de la posguerra fría. Más que defenderse de un modo limitado contra estos misiles, lo lógico sería reforzar los protocolos internacionales para impedir la proliferación de armas de destrucción masiva.

China, que no fue parte del acuerdo ABM ni nunca apoyó la doctrina sobre la que reposaba, teme que la defensa antimisiles refuerce la situación de Taiwan, o justifique un mayor desarrollo de armas nucleares por parte de India. Ayer, el presidente Jiang Zemin viajó a Moscú, donde hoy firmará un acuerdo de Amistad y Cooperación con Rusia, que representa un acercamiento estratégico entre las dos potencias frente a EE UU y su visión unipolar del mundo. Aunque, hoy por hoy, para Moscú y Pekín sus relaciones con Washington cuentan más que las que desarrollen entre sí.

El programa antimisiles es, desde luego, una forma de subvencionar a la industria estadounidense, y de aumentar su predominio tecnológico, lo que debería preocupar a Europa. También lo fue el programa antecesor y mucho más ambicioso, el de Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) de Ronald Reagan, que tanto dinero gastó para poco, aunque de allí salió la tecnología para la prueba realizada ayer y para los láser que EE UU va a ensayar dentro de unos meses para interceptar misiles desde aviones. Más que demostrar que la tecnología antimisiles funciona, la prueba de ayer reflejó la voluntad del Pentágono y de Bush de que llegue a funcionar.

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