Vacuna
La aventura de los antiguos exploradores hoy comienza y acaba en los aeropuertos antes de iniciar el viaje. Una vez que el avión despega, el peligro cesa. Ya no hay posibilidad de que te ataquen los salvajes o te devoren las fieras. El aparato vuela sólo en poder de la técnica y el azar convulso ha quedado en las salas de espera donde duermen sobre sus mochilas unas tribus que en ciertos momentos pueden volverse muy feroces. A veces en el aeropuerto también se producen motines como en los viejos barcos de bucaneros y entonces a ese señor tan circunspecto que leía el Financial Times le da la locura y te muerde la yugular en la cola del embarque. Hay países en guerra a los que las autoridades recomiendan no ir. Hay lugares del planeta que no se pueden visitar sin una previa vacuna contra el cólera o la malaria. España no está incluida en esa lista. Pero existe aquí una clase de miseria moral que genera virus muy peligrosos. Cualquier persona decente debería ponerse a salvo vacunándose cada mañana contra la basura que vierten la radio, la televisión, los periódicos y los políticos cuyas sandeces, junto con los alimentos adulterados, forman el mismo bolo que se ve obligada a tragar. ¿Quién ha dicho que en este país no existen ratas ni mosquitos que trasmitan la peste? La enfermedad que propaga nuestra basura no tiene un síndrome externo, pero si uno no se vacuna a tiempo notará que por dentro se va degradando poco a poco hasta aceptar con naturalidad cualquier bajeza y una vez asimilada ya no podrás prescindir de ella. Un día te prometes vivir incontaminado. Ya sólo oyes música clásica y algún programa muy escogido de la radio, ya no ves nunca la televisión excepto películas antiguas, ya no lees jamás ninguna declaración de los políticos, comes alimentos puros y naturales, te rodeas de unos pocos amigos inteligentes y divertidos, no asistes a ningún acto social y si alguna vez sientes el deseo de convertirte en un aventurero sustituyes la selva virgen por las salas del aeropuerto, pero no viajas. Por otra parte sabes que correrás menos peligro de degradarte en cualquier callejón maldito de la ciudad en la noche que si te quedas en casa despatarrado en el sofá ante la pantalla del televisor viendo uno de esos programas miserables. ¿Quién ha dicho que este país no exige ninguna clase de vacuna para vivir en él si aquí en la política y en la cultura ya no cabe ni una pizca más de mierda?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.