Una mirada al cielo
Justine Henin dijo a su madre, fallecida cuando ella tenía 14 años, que algún día disputaría una final del Grand Slam
A los 10 años nadie sabe qué va a ser de su futuro. Pero la tenista belga Justine Henin lo adivinó. Fue a esa edad cuando su madre la llevó por primera vez a Roland Garros para presenciar la final de 1992, que disputaron Steffi Graf y Monica Seles. Y mientras ellas jugaban, aquella niña rubia que apenas asomaba la cabeza en la grada, logró concentrar toda la atención de su madre. '¿Sabes?', le dijo, 'algún día seré yo la que esté allí abajo, en la pista'.
No era un mensaje gratuito. Henin había comenzado ya a jugar al tenis y su madre, Françoise, conocía a la perfección su carácter, sus ganas de ganar y sus ambiciones. Ahora, aquella afirmación ha adquirido todo su valor, porque Henin, a los 19 años, se ha convertido en la primera jugadora belga de la historia que consigue clasificarse para la final de Wimbledon, y en la segunda que lo logra en un Grand Slam después de que Kim Clijsters (que perdió ante ella en semifinales) jugara la de Roland Garros. Sin embargo, la historia no es completa. El final no es del todo feliz porque Justine Henin no tiene a su madre en la grada. Después de cada gran triunfo, levanta los brazos y lanza una mirada profunda, emotiva, sentida hacia el cielo. Su madre murió de cáncer cuando Justine tenía 14 años. Ayer no pudo hacerlo y la acompañó otra tragedia, la muerte de su abuelo, de 82 años, en Bélgica, horas antes del partido, aunque ella no lo supo hasta después de jugarla.
'Se marchó demasiado pronto para ver lo que estoy haciendo. Pero sé que de alguna forma, aunque sea un poco, sigue estando conmigo'. Ésa es la única relación familiar que le queda. Henin rompió con su padre y con el resto de su familia el año pasado, porque su padre, José, pareció perder la cabeza cuando su hija comenzó a ganar dinero con el tenis. 'La presionaba demasiado, le exigía e incluso la pegaba', cuenta una persona muy cercana a la tenista.
Entonces, ella abandonó el domicilio familiar y se fue a vivir con su novio, un entrenador de tenis, con el que comparte una casa en Marloie. Fue una situación difícil de soportar para una muchacha de sólo 18 años. Pero la verdad es que Henin las ha visto ya de todos los colores ya antes de dejar la adolescencia. Y, probablemente, todas esas cuestiones la han endurecido, la han convertido en una jugadora tremendamente fuerte en el aspecto mental y le han dado una seguridad en sí misma impropia de su edad.
'Su juego es muy completo e inteligente', asegura su entrenador, el argentino Carlos Rodríguez, que la dirige desde que estaba en la escuela de la federación belga en la zona valona del país. 'Posee todos los golpes, pero su revés es el mejor'. Lo que Henin siente por su entrenador lo ha dejado patente: 'Llevo cinco años con él y lo es todo para mí: entrenador, amigo y consejero'. Curiosamente, desde que se entrena con él no había perdido ninguna de las 11 finales jugadas, incluyendo las de Gold Coast, Canberra y Rosmalen, en 2001. Hasta ayer.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.