_
_
_
_
_
Tribuna:EN TORNO A LA ERA GLOBAL
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mercado y creación literaria

¿Afila la inventiva la ausencia de libertades? ¿Estimula la capacidad creadora vivir en un régimen de dictadura? Así se ha sugerido, con frecuencia, a modo de ironía o paradoja. Y ejemplos no faltan. El más próximo, para nosotros, es el que nos ofrece el franquismo. En el curso de los años sesenta y setenta hubo en España un despliegue literario sólo comparable -con ventaja- al de los años veinte y treinta, especialmente en el terreno de la novela. Distinto es el caso de la Rusia soviética, donde la creación literaria fue aplastada pero nunca anulada del todo, y el de la Alemania nazi, que generó una gran literatura en el exilio, obra tanto de escritores alemanes como de judíos que escribían en diversos idiomas. Sin embargo, no tendría sentido afirmar que Franco, Stalin o Hitler favorecieron una creación literaria que si se desarrollaba era pese a la situación de tiranía existente, no gracias a ella.

De hecho, en líneas generales, la mayor parte de la creación literaria occidental de los siglos XIX y XX se ha desarrollado al amparo de las libertades democráticas. Los fallos o corruptelas de esas libertades incluso han dado lugar a una figura nueva: la del intelectual convertido en conciencia de la sociedad, algo que apenas si existía antes del caso Dreyfus. Y a la inversa: los fallos y abismos del sistema han transformado en planteamientos y temas literarios problemas de carácter político y hasta bélico. Tal sería el caso de las vanguardias que siguieron a la Primera y a la Segunda Guerra Mundial: la consideración de que el propio lenguaje utilizado no podía seguir siendo el mismo, después de tanto horror.

Con todo, el gran enemigo tanto de la creación literaria como de la creación a secas, y también de la re-creación que corresponde a quien la recibe, al lector, al espectador, es la ignorancia. Me refiero, no a la ignorancia que se deriva de la falta de medios para acceder al conocimiento -de la que cabe escapar cuando ese conocimiento se respira en el aire-, sino de la que es fruto de los obstáculos impuestos en nombre de un dogma, de un credo, de una ideología, de unas formas de vida. Tras el final del Mundo Clásico, por ejemplo, cuando no había lugar para una literatura que no fuese hagiográfica, para una pintura que no fuese iconografía, para una música que no fuese religiosa. Para cuando se hubo recuperado, al menos parcialmente, el espíritu de ese Mundo Clásico -lo que llamamos Renacimiento- había transcurrido ya un milenio, un largo periodo de tiempo dominado por la ignorancia a la vez que por la infelicidad. Más recientemente, las tiranías ideológicas aplicadas palmo a palmo, las revoluciones culturales, las teocracias de Arabia Saudí o de Afganistán.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

El momento presente, a falta de una mayor perspectiva temporal, puede parecer contradictorio; pero sólo a primera vista. Pues lo cierto es que el panorama que ofrece esa sociedad encauzada hacia la globalización en la que andamos metidos es de una creciente ignorancia bajo la apariencia de todo lo contrario, lo que no supone una situación precisamente envidiable desde el punto de vista de la creación literaria. La propuesta implícita en los nuevos planteamientos culturales apunta a que cedamos tranquilamente al ordenador el 95% de nuestros conocimientos, por inútiles. Y con los conocimientos, la memoria. Y con ella, la inteligencia. Pero esa reducción del conocimiento es sólo un aspecto particular de una reducción más general de exigencias en los órdenes más diversos de la vida, de manera que las cosas sean más fáciles y asequibles y el acceso al ocio no plantee problemas. Un ejemplo de los más comunes lo tenemos en la indumentaria -calzado, pantalones, camisetas, prendas de abrigo- que a partir de los jóvenes se extiende a la sociedad entera. O en la alimentación, barata y de consumo simplificado, ya que no saludable. O en la música, en los grandes lanzamientos de ritmos para adolescentes. O en el diseño de los viajes y las vacaciones o, sobre todo, en la programación televisiva y la oferta para navegantes informáticos.

Supongo que una sociedad puede vivir confortablemente sin creación literaria, delegando en especialistas la tarea no ya de escribir sino incluso de leer. El hecho de que eso no haya ocurrido en el pasado no significa que no pueda ocurrir en el futuro. Por lo pronto, más que el ingenio literario puro, lo que hoy se cotiza es el ingenio literario aplicado: publicidad, guiones cinematográficos o televisivos, etc. Los best sellers, los grandes éxitos de público, son ya casi sin excepción un punto de partida para la invención de toda clase de productos en los que el concepto de repuesto prima sobre el de durabilidad. Se trata de una incidencia inter-genérica sin duda de gran futuro: novelones que inspiran películas, música, diseño, prendas de moda, viajes, perfiles físicos y anímicos; y al revés, del perfil anímico al novelón. Novelones que nada tienen que ver con la creación literaria; como las gulas que no son angulas, el caviar que no es caviar o el gran lujo de medio pelo.

Una situación, resumiendo, que no favorece la creación literaria y sí, en cambio, la producción y promoción de otro tipo de productos fácilmente integrables en los nuevos hábitos sociales, complementarios respecto a otras formas de entretenimiento. Los fenómenos sociales no pueden ser considerados aisladamente, como si poco o nada tuvieran que ver entre sí. El lector potencial -y por tanto el destinatario de la creación literaria que eventualmente pueda cultivarse- no es una persona sustancialmente distinta de esa figura que acompañada de su móvil y su música viste como viste, que come lo que come, chatea en la red y sigue los programas televisivos de máxima audiencia. Al contrario: de ahí habrá de salir el lector del futuro.

Luis Goytisolo es escritor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_