_
_
_
_

El Tour más montañoso de los últimos años arranca hoy en Dunkerke

El español Joseba Beloki aspira desde hoy a infiltrarse en el gran duelo previsto entre Lance Armstrong y Jan Ullrich

El desafío parece, de entrada, una locura. Un sinsentido. ¿A dónde va Joseba Beloki, el menudo ciclista vasco?; ¿cómo puede pretender alguien compararle con dos gigantes como Lance Armstrong, todopoderoso americano ganador de los dos últimos tours, y Jan Ullrich, superclase alemán, tres veces segundo y una ganador del Tour en los últimos cinco años? Y, sin embargo, nadie en su sano juicio sería capaz de afirmar hoy, sábado 7 de julio, día del prólogo de un Dunkerque lluvioso, que Beloki, tercero en 2000, el año de su debú, no ganará el Tour 2001. Así es el ciclismo: siempre hay un día, siempre ha habido, en el que el intocable sufre y cae; y en su lugar se coloca aquél al que se veía llegar pero aún se pensaba que era demasiado pronto.

Más información
Diez minutos de inauguración
Heras se salta el orden de dorsales
Moreau, primer líder del Tour tras la etapa prólogo
El alemán Zabel se impone al 'sprint' en la primera etapa en línea del Tour
Nervios, velocidad y caídas
Gráfico multimedia:: Tour de Francia 2001
Especial:: El Tour en el Diario AS

El Tour que promete ser el del gran duelo aún no culminado entre Armstrong y Ullrich, podría terminar siendo el de la aparición total de Beloki. Aunque suene exagerado. Aunque el propio Beloki, el hombre al que no se le escapa ningún detalle, prefiera desmentirlo. 'Este año, el duelo Armstrong-Ull-rich se dejará ver más y nosotros tenemos que aprovecharlo', dice el corredor del ONCE-Eroski, fino táctico, consciente de que el Tour es un juego, al menos tan mental como físico: el peso de la responsabilidad, la presión del número uno, es un peso demasiado pesado como para prestarse voluntario a cargarlo.

Ese peso es la fuerza de Armstrong. Desde la cima, el americano, que a los 29 años ya luce su rango de número uno también en la lista UCI, impresiona. Desde ahí, medio Tour lo tiene ganado. Sus demostraciones (un par de ellas este año: en abril en la Amstel Gold Race; en junio en la cronoescalada de Crans Montana, Vuelta a Suiza) son declaraciones de poder. Éste soy yo y así corro. Y nadie me podrá derrotar. Su fuerza es también su punto débil: hombre de récords, hombre-empresa, hombre-equipo, ha apostado tan fuerte por su tercer Tour consecutivo (incluyendo el fichaje de Roberto Heras, el corredor que más daño le hizo en la montaña en 2000), ha afinado tanto su preparación (hasta siete veces se ha subido a la Chamrousse, donde la cronoescalada alpina, el lugar en que piensa ganar este Tour, para memorizar todas las curvas y gradientes), está tan convencido de su superioridad, que cualquier mínimo detalle torcido desbaratará tan fino trabajo. Llegará la sorpresa y el eh, eh, esto no lo esperaba yo.

La fuerza de Ullrich no es la mental, precisamente. Su fuerza es su clase. Es, desde Induráin, el corredor que mejor soluciona en su cuerpo todos los compromisos que exige ganar el Tour. El alemán, de 27 años, es un animal del ciclismo al que no le gusta la bicicleta. Contradicción aparente: los métodos de detección del Este alemán determinaron que Ullrich, cuando era un chico de 11 años, era ideal para el ciclismo. Sin posibilidad de elección se hizo ciclista; creció y ganó el Tour (en 1997, a los 23 años). Después, su calidad, sin más, le sirvió para terminar segundo un par de veces (los años pares, 98 y 2000). Nada parecía hacer pensar que 2001 sería un año diferente a los últimos, gordura, mala forma, propósito de enmienda, pero hace una semana ganó el campeonato alemán. Las apuestas se dispararon. Hablan ahora del nuevo Ullrich, más maduro, más sabio e igual de buen ciclista. Pero, por ahora, todo son rumores. Si a Ullrich hay que agobiarle y apuntarle con una pistola para que cumpla con sus obligaciones y se entrene, a Joseba Beloki hay que amenazarle para que se baje del Cardgirus, la bicicleta estática programable, la que lo mide todo (fuerza, cadencia, latidos), el aparato, responsable, junto a la voluntad del ciclista, de que hoy se hable del vasco en Dunkerque, y admirativamente.

Si a Ullrich hubo que enseñarle, como a un alumno de una escuela las lecciones de Historia, la importancia del Tour, Beloki, el de la ágil pedalada, el hombre de las cronoescaladas (demostración en la Volta), cayó enamorado de la carrera francesa, como herido por un rayo, la primera vez que la vio en televisión. Ésa es su fuerza: el deseo de ganar el Tour, y el convencimiento, después de su podio de 2000, de que es capaz. El corazón de un grande.

Armstrong, con casco, a la derecha, junto a Heras, se dirige a sus compañeros de equipo antes de un entrenamiento.
Armstrong, con casco, a la derecha, junto a Heras, se dirige a sus compañeros de equipo antes de un entrenamiento.REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_