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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A las puertas de Argel

El régimen argelino demostró ayer que está cerrado a la crítica y a la protesta. La gendarmería, con todos sus medios, bloqueó Argel en 50 kilómetros a la redonda y detuvo unos 400 autobuses y otros vehículos provenientes de la Cabilia sospechosos de transportar a participantes en la gran marcha convocada por el comité de tribus y de aldeas. Al final, sólo unos pocos centenares de manifestantes llegados en automóvil los días anteriores lograron reunirse en la plaza del Primero de Mayo, donde realizaron una sentada, que luego se dispersó pacíficamente. Ni siquiera pudieron entregar a la Presidencia de la República un manifiesto de 15 puntos en los que se pedían mejoras para la Cabilia. La convocatoria fracasó, pero, lejos de quitar presión a la situación, la cerrazón del régimen puede aumentarla. No hay que llamarse a engaño: la protesta no es sólo de los bereberes, sino que se está extendiendo por amplias capas de la sociedad argelina.

En el Día de la Independencia, el régimen ha demostrado que puede controlar la situación, al menos en Argel. Quería evitar que se repitiera una manifestación en la capital como la que el pasado 14 de junio acabó con seis muertos y un millar de heridos. Y lo consiguió. Pero sin dar esperanzas de una apertura política. Todas las manifestaciones están prohibidas. Y el propio presidente Buteflika parece prisionero de su incapacidad y del poder fáctico de los militares.

Salvo por las revelaciones que en el extranjero están haciendo algunos de los ahora arrepentidos que han participado en la guerra sucia contra los terrorismos islámicos y por la labor de un puñado de periodistas extranjeros, Argelia es un país cerrado al control de la prensa independiente desde hace años. Se ha convertido en una caja negra. Europa y EE UU deben hacer lo posible para contribuir a transformar un régimen que, tras el golpe de Estado de 1991 contra una victoria cantada de los islamistas en las urnas, ha fracasado en todos sus intentos de democratización y apertura. La excusa antiislamista ya no sirve. La situación es explosiva, lo que puede provocar nuevos estallidos sociales, el recrudecimiento de la violencia y al final un cerrojazo aún mayor.

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