Polichinela operístico
Me perdonarán el compositor, el libretista y los cantantes, pero el rey de la noche fue Polichinela, rodeado de sus satélites -el guardia, el perro, el diablo y una turbadora calavera-, todos magistralmente manejados por Toni Rumbau y Pavlos Nowak. Y tuvo que ser Polichinela, con su dinamismo y sus sempiternas actitudes, quien calentara una obra que se iba desarrollando un tanto lánguidamente, para conducir, en un notable crescendo, a unas escenas finales de indudable dramatismo, cuando la ficción y la realidad se entremezclan y ese Polichinela parece adquirir, no sólo para la protagonista, rasgos humanos.
Dominio del títere
Euridice
De Joan Albert Amargós (música) y Toni Rumbau (libreto). Intérpretes: Cristina Zavalloni (soprano), Enric Martínez-Castignani (barítono), Toni Rumbau y Pavlos Nowak (títeres). Dirección musical: Joan Albert Amargós. Dirección escénica: Luca Valentino. Miembros de la Orquesta Barcelona 216. Convent dels Àngels. Barcelona, 2 de julio.
A la obra le cuesta algo despegar, pero cuando lo hace posee un indudable impacto. Y ahí pudo desempeñar un papel decisivo el conocimiento y dominio del mundo de los títeres que posee Toni Rumbau, autor del libreto, que es de un planteamiento bastante original, por cuanto títeres en alguna ópera sí se habían utilizado, pero nunca de una manera tan decisiva y preponderante, hasta el extremo de implicarlos muy directamente en la acción.
Esta era la primera ópera de Joan Albert Amargós -quien volvió a mostrar su polifacetismo-, que al principio resultó algo dispersa, desde la cita textual de la Euridice de Jacopo Peri a las influencias, por ejemplo, de un Stravinski o del Falla ascético, sin olvidar la música expresamente más banal.
Pero cuando se intensificó la fuerza dramática de la obra, ahí surgió el mejor Amargós subrayando perfectamente las situaciones, lo cual demuestra interesantes aptitudes para cultivar el género, y destaca más, al menos de momento, en la escritura instrumental que en la vocal, un tanto plana.
La deficiente acústica del recinto elegido no permitió el equilibrio de sonoridades entre voces e instrumentos, a pesar de lo cual fue posible calibrar las cualidades de una notable Cristina Zavalloni, en cometido no fácil y de Enric Martínez-Castignani, siempre buen actor y eficaz cantante, al que se le marcó un personaje un tanto exagerado.
Al final de la representación, que comenzó una hora después de lo anunciado en varios lugares, hubo entusiastas muestras de aprobación al trabajo de todos.
Y es que, en definitiva, se acaba de asistir a unas escenas de muy buena ópera, en la que Amargós y Rumbau habían conseguido que todo un Polichinela se adueñase del corazón del público.
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