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Capitalismo comisionista

Antón Costas

No hace mucho, en uno de esos frecuentes actos que se organizan para entregar algún premio a la excelencia empresarial, un amigo, buen conocedor de la biodiversidad de la fauna empresarial barcelonesa, se entretuvo identificando la actividad a que se dedicaba cada uno de los presentes. El resultado fue para mí sorprendente. Casi un tercio era comisionista; es decir, se ganaba la vida yendo a comisión.

Me viene a la memoria esa anécdota al leer la cantidad de comisionistas que andan, a cara de perro, alrededor de los fichajes del Barça, haciendo que el precio de los jugadores suba a la misma velocidad con que se deteriora la economía de la institución. En los tribunales de Barcelona está también estos días el caso del aumento del valor -por cierto, con todos los pronunciamientos favorables de una de las compañías internacionales de auditoría- de una pequeña empresa de seguros comprada por una entidad de ahorro, estando por medio un conocido comisionista. Pero no es sólo una práctica hispana. Miren si no, para no ir más lejos, lo que sucede en Francia con las comisiones de la empresa Elf. El ir a comisión está convirtiéndose en un rasgo de la economía moderna, ya sea legal o ilegal. Me dicen que el pagar comisión es práctica común entre los inmigrantes ilegales si quieren trabajar. Por otro lado, la participación en beneficios, o las stock options, que son una de las fuentes de mayores ingresos de muchos ejecutivos, pueden ser vistas también como una variante de la comisión. El ir a comisión es también una práctica frecuente en los comerciales del sector financiero. Para no cansar con más ejemplos, la comisión es uno de los caminos que ha descubierto la banca y las gestoras de fondos de inversión y de pensiones para aumentar sus ingresos, aun cuando la rentabilidad de sus operaciones para los clientes sea negativa. En las aulas universitarias explicamos a nuestros estudiantes que la sociedad capitalista ha pasado por varias fases. Así, hablamos de un capitalismo agrario, comercial, financiero e industrial, dependiendo de la fuente de riqueza que dominaba en cada etapa. Me pregunto si ahora no debemos comenzar a hablar del capitalismo comisionista. Es algo que dejo a la curiosidad de los sociólogos e historiadores.

La comisión es al salario fijo lo que la temporalidad es al empleo estable. Posiblemente se ha llegado al límite en ambos casos

En todo caso, el comisionista no tiene buena prensa. Pero, ¿por qué? ¿En qué se diferencia la comisión de los honorarios que cobra cualquier profesional por sus servicios, de la participación en beneficios, de las stock options que cobran muchos directivos, o de las plusvalías que obtienen los inversores en Bolsa? De hecho, podría pensarse que el comisionista desarrolla una función económica importante al poner en relación una demanda o necesidad insatisfecha con alguien que está en condiciones de satisfacerla. Quizá esa mala prensa es debida a que la actividad del comisionista es percibida en muchos casos como un juego de suma cero y no como una actividad que incorpora un valor añadido. Lo que se lleva el comisionista lo pierde otro. Además, el comisionista tiene demasiados incentivos para hinchar el precio de la transacción. Cuanto más alto sea el precio mayor será la comisión, aunque el cliente salga perdiendo. Quizá sea por eso por lo que los comisionistas arrastran un lastre de inmoralidad o, en el mejor de los casos, de presunción de abuso de confiados clientes.

Me pregunto si todo esto no estará relacionado con una de las pautas del capitalismo moderno: la de externalizar toda actividad posible y la temporalidad en el empleo. Los viejos patronos de empresa tenían como indicador de éxito el número de empleados. Hoy es todo lo contrario. Los analistas bursátiles valoran a los directivos por el número de empleados que han enviado a la calle y por su capacidad para flexibilizar el empleo y los salarios. El ir a comisión es al salario fijo lo que la temporalidad es al empleo estable. Posiblemente se ha llegado al límite en ambos casos. La eficiencia económica y la equidad se están resintiendo. Entre otras consecuencias, la temporalidad en el empleo origina siniestralidad laboral y reduce la productividad, y el ir a comisión ocasiona inmoralidad y búsqueda afanosa del pelotazo. ¿Qué hacer? Algunos reclaman más código penal contra el comisionismo. Pero hace falta algo más. Hay que volver a reivindicar las virtudes del sueldo fijo y del empleo estable. Producen maravillas en la eficiencia, en la productividad y en la moralidad de la gente. En segundo lugar, hay que introducir más transparencia y más accountability, es decir, más rendición de cuentas. Si alguien cobra una comisión por algún servicio prestado, tiene que aparecer registrada en la contabilidad. No hay razón para el secretismo en estas cuestiones. Es ya una práctica extendida en las mejores empresas e instituciones internacionales dar a conocer los sueldos, las participaciones en beneficios y las comisiones pagadas, y quién las recibe. La transparencia debe ser el indicador más valorado en la vida económica. De la misma forma que en el mundo animal hay muchas bacterias que crecen con la oscuridad pero desaparecen con la exposición a la luz, las conductas corruptas en el mundo económico se alimentan del secretismo y desaparecen con la transparencia. En fin, en este como en otros casos, un poco más de luz y taquígrafos es una buena medicina.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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