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Columna
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Pira olímpica

El invierno dejó paso al infierno en la extremada climatología de esta ciudad; llegó la canícula, que es el tiempo de los perros, y Madrid echa chispas. Un solo soplete acabó con el semiviejo Palacio de los Deportes, que lo fue luego de los conciertos, los mítines y los eventos multitudinarios, coliseo polivalente que cubrió bajo su combustible techo la carencia de locales de gran aforo. Los grandes aforos se concebían en los años sesenta para eventos deportivos o taurinos, incluso las exhibiciones y manifestaciones políticas, siempre de adhesión incondicional, entusiasta e inquebrantable, se celebraban en los estadios de fútbol o en las plazas de toros. Era inconcebible para los jerifaltes de 'Educación y Descanso', garantes del sano esparcimiento nacional, que el pueblo madrileño pudiera concentrarse masivamente en otra clase de divertimento que no fueran el fútbol o los toros, el Real Madrid o El Cordobés. The Beatles ni siquiera llenaron Las Ventas, lo que llegó a ser motivo de orgullo y de satisfacción para los educadores y patrocinadores del descanso juvenil, que achacaron el fracaso de los de Liverpool al hecho de que la juventud española todavía estaba a salvo de la ola de 'sexo, droga y rock and roll' con la que los comunistas estaban corrompiendo a la juventud occidental; no se sabía muy bien cómo, pues la minifalda, la marihuana y el rock seguían estando prohibidos en la Unión Soviética y eran originarias de países anglosajones, capitalistas y demócratas.

La educación y el descanso de los jóvenes españoles comenzaba de forma ortodoxa con los campamentos premilitares de la Organización Juvenil Española, OJE, y terminaba después del servicio militar cuando el joven se dejaba bigote para dejar de ser joven cuanto antes y convertirse en un hombre hecho y derecho, que no fumaba marihuana, sino 'celtas', o Farias en las bodas, plazas y estadios, que buscaba novia formal para casarse y mientras visitaba discretamente las barras americanas, las tapias de los cementerios, los descampados o las últimas filas de algunos cines de sesión continua, para aplacar sus pulsiones sexuales sin caer en la tentación de sobrepasarse con la que iba a ser la futura madre de sus hijos, que ya se entrenaba para ello, encerrada en su casa al cuidado de sus familiares, haciendo sus pinitos en la cocina y con la pata, si no quebrada, al menos bien cubierta, nada de minifaldas ni de píldoras anticonceptivas. Aquella juventud se extinguía, ya estaba casi extinta en Madrid y en las grandes ciudades españolas, que, aunque los mentores del ocio juvenil educativo se negaran a verlo e hicieran lo posible por impedirlo, cada vez se parecían más a otras grandes ciudades europeas, y se parecían porque sus jóvenes también empezaban a parecerse.

El Palacio de los Deportes de Madrid fue en su momento un paso adelante, por fin las autoridades reconocían la posible existencia de otros deportes que podían ser multitudinarios y tan formativos como el fútbol: el boxeo, el ciclismo, e incluso el baloncesto que algunos prohombres, muy hombres, del nacionalsindicalismo veían hasta entonces como un deporte de señoritas. Con el Palacio de los Deportes ardió una imagen del pasado, un edificio que se había salvado de la quema cambiando de actividad para convertirse en una solución provisional, como la Ciudad Deportiva del Real Madrid, para acoger grandes conciertos y grandes espectáculos, a los que prestaba una escenografía inapropiada y una acústica deficiente.

La pira del Palacio no la causó esa antorcha olímpica que Madrid pretende, sino un soplete como el que acabó con el Liceo de Barcelona. Si Madrid tenía una mala infraestructura para los juegos, ahora la tiene peor, pero con el incendio, presuntamente fortuito, nace una oportunidad de oro para una operación similar a la de la Ciudad Deportiva del Madrid. Las autoridades responsables de las instalaciones, antes de que nadie les preguntara, se apresuraron a declarar que la zona seguirá destinada a usos deportivos, pero los malpensados, que aquí son casi los únicos que piensan, apuntan que a lo mejor también les caben allí otras cosas además del deporte; ya saben, centros comerciales, edificios de oficinas y algún bloque de pisos. El espíritu olímpico prevalece, lo importante no es ganar, sino participar de las ganancias, como diría Samaranch.

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