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Columna
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Arcan

Rosa Montero

La histeria y la historia van amainando, pero hacía tiempo que no asistíamos a un proceso de demonización pública tan imponente. Centroeuropa siempre ha sido fecunda en criaturas infernales. Vampiros transilvanos y hombres lobo han recorrido sus oscuros bosques. Algo tenebroso gravita en las leyendas del lugar, que no son más que un intento de explicar, por medio de cuentos, la indecible violencia que ha anegado la zona siglo tras siglo. Centroeuropa es un campo de hierro que la sangre ha oxidado.

Ahora esa tierra herida nos ha mandado un nuevo diablo, que es Arcan. Tiene nombre de íncubo y comparte apellido con un famoso asesino y torturador balcánico. Le miramos en las fotos de los periódicos, su huesuda cara draculina, sus ojos malignos e implacables, y decidimos, totalmente despavoridos, que no es humano. Que no es una persona, sino la encarnación del Mal, de la Oscuridad, del Enemigo. Es moldavo, y 'esa gente', nos dicen, ha crecido entre guerras y matanzas. Claro que el problema radica en definir qué gente es 'esa gente', de manera que, para estar completamente seguros, lo mejor es concluir que todos los extranjeros son sospechosos. El Abc (y no es más que un ejemplo entre muchos casos semejantes en otros periódicos) sacó una larga información sobre Arcan, y en la página de enfrente, a toda plana, titulaba: Los emigrantes de la región han aumentado un 91%. Esos emigrantes pueden ser el Enemigo, ruge nuestro miedo, que discrimina poco.

Si se descontrola y nos posee, el miedo es un sentimiento que envilece. Puede convertir al tipo más dulce en un energúmeno violento y al individuo más racional en un embrutecido linchador. Arcan no es un endriago y su crueldad no es inhumana, sino que, por desgracia, forma parte de la sustancia de lo que somos: todos llevamos un altar de sangre en el corazón. Si el miedo nos hace demonizar a Arcan y enajenarlo de nosotros, podemos terminar condenando a todos los distintos, a la masa informe de los extranjeros. Ellos también se convertirán en nuestros contrarios, criaturas irreconocibles a perseguir. Y así, creyendo huir de Arcan, acabaremos siendo como él, puros demonios.

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