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Columna
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Nos quieren vertebrar

Frente a la tradicional insistencia en el zoon politikon aristotélico, es decir, en el hombre como animal racional, ahora cunde la idea de subrayar la vertebración. Por eso, los discursos de los políticos del día hacen hincapié en nuestra condición de animales vertebrados, compartida con tantas otras especies, como si ser vertebrados, igual que los reptiles, fuera el máximo signo de superioridad. Estas preferencias terminológicas se dan también en el campo de la física del estado sólido donde siempre han gozado de más estimación los cuerpos que cristalizan en algún sistema frente a los amorfos. De ahí que, como se acaba de comprobar en el pasado debate sobre el estado de la nación, los políticos propugnen la vertebración de la sociedad como un horizonte deseable y, al mismo tiempo, vituperen los cuerpos amorfos y opacos mientras ensalzan la naturaleza de los cuerpos cristalinos, aferrados como están a las reclamaciones de la ajena transparencia. Pero algo tendrán las vértebras cuando las bendicen y por algo habrán dejado tan temprano reflejo en el Génesis a propósito de la costilla de Adán de la cual fue formada Eva. De todas formas, aceptemos, como escribe Primo Levi en su libro El sistema periódico, que 'el derecho a equivocarse lo va uno perdiendo con los años, y que por lo tanto el que quiera aprovecharse de él no debe dejar pasar demasiado tiempo'. Entre tanto, recordemos que en política, en sociología o en antropología, como sucede en microfísica, se produce una interferencia entre el objeto y el sujeto experimentador, de donde cualquier intento de medir una magnitud la altera. También sucede en periodismo aunque sea el periodismo de la excelencia, que busca atenerse a las normas de la más depurada objetividad, que intenta sin descanso acercarse a la exactitud, que pugna por mantener la máxima independencia. Porque, con independencia de la voluntad del agente, cuando se informa de un hecho, es decir, cuando se procede a su difusión como noticia a través de los medios de comunicación, de modo inevitable se altera. Esa alteración en unos casos puede ser apenas detectable, pero en otros introduce modificaciones muy sensibles que pueden también medirse en el ámbito de las percepciones sociales y retroalimentar cambios en los hechos originarios de partida.

Parafraseando a Jean Baudrillard en La ilusión del fin a propósito de la alta fidelidad musical, podemos indagar cómo la difusión inmediata de noticias en dosis masivas, los efectos especiales y la excesiva proximidad entre una fuente noticiosa y un receptor, entre un acontecimiento y su difusión noticiosa, produce un cortocircuito entre la causa y el efecto y origina desastrosas interferencias. Unas interferencias que en el caso de la música terminan con ella y nos devuelven al ruido y en el del periodismo tergiversan la información y nos sitúan en la incertidumbre radical sobre el acontecimiento de partida. En línea con la teoría de los campos gravitatorios informativos, desarrollada en esta misma columna y actualizada para su publicación en el semanario norteamericano The Nation, el citado Baudrillard confirmó que lo real sólo es posible mientras la gravitación es lo suficientemente fuerte como para que las noticias que dan cuenta de esa realidad puedan reflejarse, es decir, puedan tener alguna duración y alguna consecuencia. Porque cuando la aceleración de todos los hechos, de todos los mensajes, de todos los intercambios sobrepasa la velocidad de liberación, o si se prefiere de inteligibilidad, según asegura nuestro autor, todos los átomos de sentido se pierden en el hiper-espacio de donde nunca regresarán. Desde la insoportable levedad del ser, desde su ingravidez, con efectos bien probados por los astronautas, deberíamos regresar a la nueva mecánica existencial propuesta años después por Kundera en su novela La lentitud. Por todo ello, en lugar del aturdimiento de los recientes discursos y en la inminencia de la presidencia del Consejo Europeo que corresponderá a España en el primer semestre de 2002, se recomienda la lectura urgente de la conferencia dictada por el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, el pasado 13 de junio, en la Escuela Diplomática. ¿Con esas carencias vamos a cumplir nuestras tareas en la UE? Repasemos las vértebras del Servicio Exterior.

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