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Columna
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Banderita, tú eres roja

Emilio Lamo de Espinosa

Pocos conceptos tan confusos como el de nacionalismo, que sirve para identificar sentimientos de adhesión tan diversos como el de un americano, un suizo, un francés, un alemán, un batasuno o un franquista. Todos ellos, a su modo, son nacionalistas. La clave, por supuesto, está en que lo son 'a su modo', y si no discriminamos, todos los gatos son pardos.

Hay quien dice que por confundir el nacionalismo del PNV con el de HB cosechamos el fracaso del 13 de mayo, y es bastante cierto. No lo es menos que por confundir el nacionalismo del PNV con el de CIU bastantes catalanes andan muy despistados con lo que ocurre en Euskadi. Pero confundir esos dos nacionalismos con un supuesto nacionalismo español nos hace cambiar de verbo: ya no se trata de demonizar nacionalismos sino simplemente de inventarlos.

El general Franco consiguió lo contrario de lo que pretendía, y con el agua sucia de la dictadura arrojamos a la basura todos los símbolos nacionales de los que se había apropiado: la Raza, la Unidad, la Capital, el Imperio, y casi la bandera. Y menos mal que el himno español no tiene letra. Desde entonces el nacionalismo español tiene, como la Comunidad de Madrid, un sólo hecho diferencial: carece de hecho diferencial alguno.

Porque los nacionalismos de verdad, sí tienen hechos diferenciales. Así, suelen apoyarse en una idea de raza o 'comunidad', asentada en el Rh o en una 'cultura nacional', pero a estas alturas el único que sigue hablando de una 'civilización hispana' es Huntington o algún hispanista trasnochado. O intentan imponer su lengua, actividad que se ejercita con fruicción del Ebro hacia el norte pero que encuentra pocos defensores más al sur; bastante tenemos con defender el derecho de los hispanohablantes de esas regiones a que, por ejemplo, les den los exámenes de selectividad en su lengua. Los nacionalismos suelen tener reivindicaciones territoriales expansivas, ya sean de Navarra, Treviño u otros territorios, mientras los españoles están más que satisfechos con no perder los que tienen. Los nacionalistas reclaman competencias, transferencias y poderes, mientras los demás cedemos competencias, transferencias y poderes hasta hacer del Estado español quizás el más descentralizado del mundo. Los nacionalistas exhiben sus símbolos y banderas una y otra y otra vez mientras los españoles hemos aceptado que la nuestra, por ejemplo, no puede exhibirse pasado Pancorbo, para no molestar ¿Qué dirían esos nacionalistas si el Gobierno impusiera en las escuelas el himno español, como ha hecho CIU con Els Segadors? ¿Y si se bailara una malagueña antes de todo acto oficial como hacen en Euskadi con los danzantes? ¿Y si el PP identificara a España toda con su partido, como ellos han identificado la parte-PNV o la parte-CIU con la totalidad Vasca o Catalana, hasta el punto de hacer casi imposible la alternancia política en esos territorios (y vaya problema en el que se han metido)?.

Por favor, seamos serios. Los nacionalistas catalanes o vascos pidieron hace años respeto a su diversidad, y se les dio sinceramente, en la Constitución y en la calle, de modo que España es hoy uno de los pocos Estados de la Unión Europea ampliamente plurinacional y plurilingüístico. Pero cuando les pedimos a ellos su respeto a nuestra diversidad entonces lo dan a regañadientes (o en absoluto), y encima nos riñen por ser nacionalistas. Demasiado.

Pero es más, es que incluso si fuéramos lo que dicen que somos, pero no somos, ¿por qué ellos sí pueden serlo y nosotros no? ¿Qué gracia divina les hace diferentes o mejores tal que su nacionalismo exige y merece todo nuestro respeto, faltaría más, pero el español sólo merecería menosprecio inmediato? ¿Por qué ellos pueden construir la nación catalana o vasca y otros no la española? Por favor, mediten sobre ello. Mala cosa es que el nacionalismo catalán, impecablemente democrático, se identifique con la deriva identitaria del PNV. Pero peor cosa aún es confundir la defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, que es lo que está en juego en Euskadi desde el fin de la tregua, con un supuesto nacionalismo español. Todo esto es llamar al lobo; al final acaba apareciendo.

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