La costa del cemento
Ni los zapatos ni el cemento acosaban a los valencianos en los años mozos de Vicenta Picaña. Vicenta nació en el Grau de Castellón, se quitaba las alpargatas y recorría descalza los kilómetros que separan el barrio marítimo de la capital de La Plana adonde acudía a vender su pescado. Tenía que ahorrar suelas de humildes alpargatas que anudaba de nuevo al llegar a la ciudad. Vicenta es hoy un rostro con 95 años de mucha vida, trabajo y experiencia. Cuando Vicenta moceaba, la costa de Castellón, y la del resto del País Valenciano, era una línea geográfica virginal y bella como muestran las estampas de color sepia y de otros tiempos. El necesario desarrollo económico y social que nos supuso la aparición de la llamada industria turística (una industria que aquí hay que salvaguardar como a la famosa gallina de los huevos dorados) propició el cemento en la línea de la costa. Un cemento que salpicó cabos y acantilados, zonas húmedas y bahías mediterráneas, un cemento, en demasiadas ocasiones, destartalado. Todavía nos preguntamos muchísimos valencianos por qué no fue compatible el respeto al mar y a la tierra heredada, bienes patrimoniales de todos, con un desarrollo turístico necesario que fue importante y trascendental para que Vicenta dejara en el olvido la humilde alpargata y calzara zapatos.
Fuimos sin duda bastantes quienes, con más ingenuidad que reflexión, creíamos hace un cuarto de siglo que el equilibrio entre la industria turística y el respeto a la tierra tendría lugar en un marco democrático; una democracia que evitara las estrecheces de la dictadura o dictablanda tardofranquista que había permitido modelos desconcertantes de cemento cuyo paradigma es Benidorm. Craso error: el dislate continuó porque el dinero del desarrollismo no tiene color, o mejor, es camaleónico y se adapta con increíble facilidad a cualquier situación o sistema político, incluido el democrático.
Ahora mismo la Generalitat prepara una Ley de Ordenación del Territorio que, en teoría, deberá poner fin al urbanismo extensivo y al crecimiento desmesurado del cemento, y proteger cuanta tierra queda por proteger. Pero es o será en vano. Aquí mandan y ordenan los intereses particulares que actúan y se mueven en el ámbito de los municipios. Esta misma semana y en estas mismas páginas hemos podido leer en informe preciso y concreto las previsiones y los planes urbanizadores de nuestros municipios costeros. Unos planes que pretenden duplicar el cemento en toda la línea marítima desde Peñíscola a Teulada, desde Alcalà a Els Poblets y desde Cabanes a Orihuela. Cemento, cemento y más cemento que acosa al mar y destroza la tierra, que llena con rapidez las alforjas de unos en detrimento de casi todos y del futuro.
Pobre costa valenciana con las fauces del cemento tan cerca, tan inmediatas en sus municipios. Un cemento bulímico que devora litoral y ecosistemas, zonas húmedas y abruptos acantilados. Pero alterar la costa y nuestros ecosistemas puede suponer cavar la tumba de nuestra industria turística; el principio del fin de una industria que necesitamos y que nos es vital económicamente. Cuenta el estudioso y alicantino Daniel Climent que en Éfeso y en Mileto, en el Mediterráneo Oriental y en la Antigüedad, querían más dinero, más riqueza, y talaron los bosques para construir más embarcaciones comerciales. Destruida la capa vegetal, los puertos de las dos ciudades clásicas fueron cegados por los sedimentos que originó la erosión en los montes cercanos.
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