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Columna
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La carga de la brigada blavera

E. CERDÁN TATOAXavier Casp, lo han fusilado a insultos los que hasta ayer eran sus compañeros y pupilos. A Rimbaud lo tumbó a pistoletazos Verlaine, que poco antes era su amigo y maestro. A Casp, lo custodió la policía y lo trasladó, en un furgón con escolta, a la Acadèmia Valenciana de la Llengua; a Verlaine, lo arrastró la gendarmería, hasta el trullo. A ambos, los condenaron por perpetrar el delito de leso abandono: Casp abandonó la Real Academia Valenciana de Cultura; Rimbaud abandonó el empalago nefando y parnasiano de Verlaine. A Casp lo han puesto de traidor y pesetero para arriba, un patético pelotón de secesionistas chirladores; a Rimbaud, Verlaine le reservó unas páginas en su catálogo de poetas malditos, junto a Mallarmé y Villers de l'Isle Adam; a Casp sus encolerizados adversarios de hoy podrían incluirlo en el índice de los catalanistas execrables, al lado de Joan Fuster, Vicent Andrés Estellés y Sanchis Guarner. Pero a Casp se lo disputan las academias; mientras que a Paul-Marie Verlaine, lo dinamitaron, cuando presentó su candidatura a la Academia Francesa. Si hubiera tenido paciencia para soportar las arengas de Zaplana y las zalemas de Pla, aún seguiría de secretario perpetuo, en carne de adobo. Pero Verlaine y Rimbaud no eran si no un par de atrocidades que se dedicaban a escribir versos y a emborracharse, y los políticos de entonces eran sujetos muy graves, que no perdían tiempo en esas mariconadas de la métrica. Además aquellos tipos no sabían muy bien por dónde caía la patria. Y, sin embargo, Xavier Casp escribió la gran Sonata de la Patria con la que obtuvo l'Englantina en los Jocs Florals de Llengua Catalana, aunque posteriormente escribió: 'La meua creencia compartida en Miquel Adlert Noguerol, de la posibilitat d'arribar a una llengua literaria que, escrita, nos servira als rossellonesos, als catalans, als mallorquins i als valencians. Sobre lo equivocat, per fals, de tal creencia, ya ho hem explicat repetidament, tant Adlert com yo, de paraula i per escrit'. Y nos remite a En defensa de la Llengua Valenciana. Se ve, como decían de ciertos filósofos, que Casp también es un hombre que duda.

En la entrevista que Ferran Bono le hizo ayer, en estas páginas, el poeta, académico de la AVL y ex decano de la RACV, resulto más elocuente en sus silencios y evasivas, que en sus respuestas: en el interlineado, puede leerse todo un tratado sobre la incertidumbre. Pero señaló cosas muy atinadas: la mitomanía de los valencianos y los acuerdos que deben concluirse, y respetarse, en la nueva institución, es decir, una normativa.

El hecho de que nuestros diputados hayan impulsado la Academia no obedece, en absoluto, a preocupaciones científicas, sino a intereses opacos y a compromisos que poco o nada tienen que ver con la lingüística y la gramática, y sí con las componendas, acomodos personales o de partido, parques, pasarelas y cantos y cuentas melódicas. Pero aún así, ahí está, aun con todo el lastre político que le han endosado. El Institut Interuniversitari de Filología Valenciana ha denunciado lo que ya sabíamos: muchos de sus miembros incumplen la ley; y exige el reconocimiento oficial de la normativa unitaria, 'adaptada por los gramáticos valencianos y cultivada por la mayoría de escritores, enseñantes y periodistas'. Por las galerías del Institut, corre la tensión, la recriminación, la frustación, la discusión; corre de casi todo, menos sangre.

En el otro extremo, se ha desatado la ira y se ha apelado a la ley de Lynch. Los secesionistas más apacibles, se han resignado: continuarán con su melancólico solo de ocarina. Pero los nostálgicos, los aguerridos, los que ejercían la violencia y las agresiones, devorando y dejándose devorar, por un centrismo confuso y cómplice, se han abalanzado grotescamente sobre su referente histórico, y le han llamado traidor. La última carga de la brigada blavera podría haber terminado en un rito de antropofagia. Cuánta ingratitud.

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