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Milosevic en La Haya: alegría y perplejidad

He recibido la noticia del traslado de Milosevic de la cárcel de Belgrado a la prisión de La Haya sobre todo con alegría. Pero después, también con una sombra de perplejidad que va aumentando.

Huelga insistir en la alegría. Seguramente fui el primer escritor de la ex Yugoslavia que escribió y publicó, incluso en Belgrado, una carta abierta contra él, el 8 de septiembre de 1990, en vísperas de la guerra, antes de Vukovar, Srebrenica, Sarajevo, Kosovo. En ella se podían leer estas palabras: 'Hoy está usted a tiempo de salvar su honor dimitiendo. Mañana, esto no será ya suficiente y tal vez no le quedará más que el suicidio'. Y agregaba más adelante: 'ni aun el suicidio sería suficiente'.

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Y en lo que a mi perplejidad se refiere... Yugoslavia ha enviado a Milosevic a La Haya la víspera de la Conferencia de países donantes, bajo la amenaza de verse privada de ayudas.

¿Ha alcanzado realmente la justicia un nivel mundial, universal? Todos sabemos que todavía estamos muy lejos de ello. La realidad de los tribunales en todos los países nos lo confirma. Sería posible dibujar un mapa en el que algunas zonas, algunas regiones, llegan a cierto grado de respetabilidad, de dignidad jurídica y política, mientras que otras permanecen condenadas a un estado de carencia y se ven rodeadas de un sentimiento externo de desconfianza por la forma en que administran los derechos humanos. Ésta es una de las características fundamentales de nuestro tiempo, tal vez menos visible que otras con las que habitualmente se mide la calidad de las diversas civilizaciones. Pero debe ser tomadas en cuenta, sobre todo por aquellos que hoy abogan por una 'globalización' impetuosa y apremiante.

Desgraciadamente, en este mapa de los derechos y la justicia, Serbia, y la actuación de Milosevic dentro de este Estado, pertenecen a la franja marginal, menos respetada. En estos países se ha creído que se podía conquistar el presente sin dominar el pasado. Hemos asistido al nacimiento de una cierta libertad sin que se sepa qué hacer con ella y con el peligro de abusar de ella. Se quería defender un patrimonio nacional cuando en muchos casos era necesario defenderse a uno mismo de dicho patrimonio. Otro tanto se puede decir de la memoria: se quería salvarla, salvaguardarla, y nos hemos dado cuenta de que había que salvarse de ella. La vuelta al pasado se ha presentado como una quimera; la vuelta del pasado, como una auténtica tragedia.

¿Por qué Milosevic debe ser juzgado en el extranjero, por jueces que no hablan su lengua, en una ciudad holandesa elegida por Naciones Unidas, dentro de una prisión esterilizada, automatizada, ultramoderna, en vez de serlo por jueces serbios, dentro de una cárcel de Belgrado, donde los ruidos y los olores de la vida balcánica traspasan puertas y ventanas, y llegan hasta la celda del acusado? Es ésta una pregunta tan esencial como básica: ¿por qué un hombre que, durante diez años, ha infligido un inmenso sufrimiento a su gente no puede ser juzgado en su propio país? ¿Es cierto que la justicia serbia es inferior a la de otros países de Europa y del resto del mundo, a los que se autoriza a juzgar los delitos y responsabilidades de sus ciudadanos? Este problema es mucho más grave y profundo de lo que parece en realidad.

Es inevitable que un Estado nacional -con su tradición, con su temperamento y con su legítima aspiración de ser considerado y respetado- quiera recorrer su propio camino, seguir un criterio autónomo para juzgar a quien ha administrado el poder, y sobre todo a quien ha sido el vértice mismo del poder. El orgullo nacional no debe ser a priori considerado un elemento negativo. En el caso de Milosevic, hemos podido ver hasta qué punto la decisión de juzgarlo ha sido fatigosa, ralentizada e incluso contradictoria. Es preciso tener en cuenta también que en la vecina Bosnia, donde desde 1995 están presentes millares de soldados extranjeros, de los mejores ejércitos, nadie ha logrado hasta ahora capturar a dos de los mayores culpables como el ex presidente de la República Srpska, Radovan Karadzic, y el general Ratko Mladic. Ni siquiera los poderosos marines de Estados Unidos han logrado en seis años detener a uno de estos grandes fugitivos.

No se trata únicamente de un caso específico, nacional, vinculado a Serbia. El caso de Milosevic presenta un fenómeno nuevo en el que debe cuestionarse la idea misma de justicia. Por desgracia, las diferentes etapas de este proceso -la detención, el interrogatorio, el traslado al Tribunal Internacional- se han visto condicionadas por un chantaje económico, financiero y político que cuestiona la idea misma de justicia, aproximándola a un canje mercantil y al regateo de un bazar. Sin las presiones de las que hemos sido testigos y sin ese 'vencimiento del pago' ostentosamente mostrado desde el extranjero, este caso, y sobre todo esta voluntad de aplicar el derecho, ofrecerían un mensaje bien distinto: más respetable, más digno, más próximo a la mejor tradición de la justicia occidental.

Nadie pretende disminuir o reducir la culpa de Milosevic. Y seguramente su mayor responsabilidad son los crímenes cometidos fuera de Serbia, en Vukovar, en Bosnia, en Kosovo. Pero la justicia debería comenzar a actuar en Belgrado, en el país donde esos golpes comenzaron y donde el dictador se vio apoyado por un enorme consenso popular e intelectual. Y tal vez esta primera búsqueda de la justicia en su patria habría ayudado -más que el traslado a un país extranjero- a una toma de conciencia nacional más amplia y convencida, que hasta hoy día no se manifiesta. Porque hasta hoy, ese nacionalismo violento y sanguinario que durante diez años ha contagiado la tierra serbia no ha sido desarmado.

La actuación de Milosevic y sus secuaces no pertenece sólo a una región de la ex Yugoslavia. Hoy, en la vecina Croacia, un presidente valiente, Stipe Mesic, ha logrado con gran esfuerzo y riesgo destituir de un golpe a nueve generales que eran 'héroes' en los tiempos de Tujman. Es posible que en Europa sólo el general De Gaulle, durante la guerra de Argelia, haya realizado una operación similar. La depuración de los generales croatas servirá, más que cualquier otra decisión, para liberar a ese país de la herencia del nacionalismo tradicional, reactivado por las guerras balcánicas.

En el vecino Kosovo vemos cómo la situación que se desarrolla hoy en una dirección totalmente opuesta. Las simpatías que los guerrilleros albaneses habían cosechado combatiendo contra la limpieza étnica de Milosevic se pierden en un nuevo foco de tensión en Macedonia. Porque allí, en trascurso de unas pocas estaciones, los defensores de un pueblo oprimido se han transformado en agresores de otro pueblo. El escritor Ismail Kadaré, amigo mío y compañero en muchas batallas civiles, que apoyó a los kosovares amenazados, denuncia hoy a los 'terroristas' albaneses que atacan a la población macedonia.

Ningún país de los Balcanes ha pasado por una experiencia similar a la de Macedonia: las fronteras con la 'Gran Serbia' de Milosevic no estaban trazadas con precisión; la Iglesia ortodoxa de Belgrado no reconocía -y sigue sin reconocer- la autonomía de los ortodoxos de Skopje; Bulgaria saboteaba la existencia misma de la lengua y la nación macedonias, mientras que Grecia rechazaba hasta el nombre de este Estado. Pese a esta fragilidad, el país ha logrado, bajo la inteligente guía del presidente Kiro Gligorov, mantenerse lejos de los conflictos. Pero la guerrilla albanesa, que hoy ataca las ciudades macedonias, repite el error cometido por los croatas cuando, tras la sangrienta agresión sufrida en Vukovar, se transformaron a su vez en agresores de los musulmanes en Mostar y en Herzegovina.

En este laberinto balcánico, el papel de los agresores y los agredidos, del verdugo y de la víctima, de los aliados y los enemigos, sigue cambiando. Con frecuencia se convierte en un papel inasible. Obliga así a todo aquel que quiera observar, comprender y juzgar, a modificar sus parámetros e instrumentos intelectuales.

Me viene a la memoria la definición de los Balcanes como 'ese espacio que produce más historia de la que puede consumir' (es una frase de Churchill); ¿se trata del 'escaparate' de nuestro continente?, ¿de la 'cuna de Europa' o de su 'polvorín'?

El viaje de Milosevic a Holanda no es el fin de la tragedia balcánica.

Predrag Matvejevic es escritor ex yugoslavo de origen croata, autor, entre otros, de Breviario Mediterráneo.

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