Fórmula agotada

Tiene esta tercera parte de la, por otra parte, tan artera, agotadora Abierto hasta el amanecer el aire de un cansino negociete de familia: por ahí aparecen, otra vez, Quentin Tarantino y Robert Rodríguez como productores, mientras el nombre de éste aparece asociado, junto a su hermano Álvaro, en los créditos como autores de la historia. Pero no nos engañemos: si Rodríguez no repite como director es porque, en la lógica comercial de este tipo de subproductos, se deja ahora la cosa en manos de un profesional menos fogueado, Paul Pesce, cuyos méritos anteriores son casi todos televisivos.

Al principio, sorprende del filme, por su desconcertante aire de desatado spaghetti-western, un evidente homenaje al Mariachi que, en su momento, significó el reconocimiento de Rodríguez. Y eso es lo que es al menos en su primera mitad: una aparatosa historia western postmoderna, con pistoleros malvados pero muy audaces, diligencias, salvamentos milagrosos... y la sombra de Ambrose Bierce revoloteando por la acción.

De improviso, no obstante, todo desaparece para dar lugar a lo que los fans, es de suponer, esperan: la aparición de vampiros, mordiscos y la persecución del grupúsculo de personajes a los que la acción encierra en el desvencijado saloon de siempre. El resultado es mucho más modesto, si cabe, que el de las dos versiones anteriores: es éste un limón que ya ha dado todo su jugo, y ni siquiera la presencia como secundarios de Danny Trejo y, ay, Sonia Braga sirven para otra cosa que para hacer evidente el destino lógico de este producto: el mercado del vídeo, del que nunca tuvo que haber salido.