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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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'Aquell Grec del 76'

'Barcelona celebra este verano los 25 años del Grec', leo en un diario barcelonés. ¿A qué Grec se refiere? Si a 2001 le quito 25, me sale 1976. O sea que este año celebramos el Grec de 1976, un Grec 'al servei del poble', según el título de la monografía que Antoni Bartomeus, hoy alto funcionario de la consejería de Cultura de la Generalitat, dedicó a aquel curioso fenómeno teatral (Grec 76: Al servei del poble. Editorial Avance, Barcelona, 1976).

En mi condición de miembro de la asamblea que en su día votó, por 150 votos a favor, 43 en contra y 16 abstenciones, la realización del Grec 76, me niego rotundamente a aceptar tal efeméride, tal celebración. Aquel Grec 76, 'una novetat absoluta dins la història del teatre occidental', como lo calificó Jaume Melendres, poco tiene que ver con el Grec de gestión municipal que el Ayuntamiento de Barcelona viene ofreciéndonos, con mayor o menor fortuna, desde... 1979. Así pues, si nuestros munícipes quieren celebrar las bodas de plata de su Grec, les agradecería que aguardasen a 2004, una fecha eminentemente cultural, por no llamarla mística.

El Grec celebra sus primeros 25 años. ¿25? En realidad, el Grec de 1976 fue una iniciativa de la profesión teatral

El Grec 76 no fue una iniciativa municipal; fue una iniciativa de la Assemblea d'Actors i Directors (AAD), la cual se encargó de la gestión del festival. En realidad, no fue nada fácil. En primer lugar, a la AAD no le había pasado por la cabeza hacerse cargo del Grec aquel año -sus objetivos prioritarios eran un teatro municipal y una ley del teatro-, y encima no tenía un duro. Todo empezó con la llegada a Barcelona del director general de Teatro (Ministerio de Cultura), don Francisco José Mayans. El señor director general invitó a almorzar a la crítica teatral barcelonesa en el hotel Princesa Sofía para cambiar impresiones. A la sazón, yo era crítico teatral de Mundo Diario y en condición de tal acudí al almuerzo.

Ahora me permitirán que me ponga un pelín estupendo: de toda aquella parroquia de críticos más o menos hambrientos, yo era el único que sabía que el señor director general era el mismo Francesc Josep Mayans, de noble familia ibicenca, al que Salvador Espriu había dedicado su Primera història d'Esther. Escribe Espriu al final del prólogo de su obra (Col.lecció Literària Aymà, Barcelona, 1948): 'Sols afegiré que dedico aquest petit treball al meu amic Francesc Josep Mayans, de la generació literària següent a la meva, que ha apostat, amb risc evident, per l'encert d'algun cantàbil de la reina Esther'.

Total que, después del almuerzo, me acerco con mi tacita de café a un rincón en el que se hallaba el señor director general conversando con un jerifalte local del ministerio y le suelto: '¿Por casualidad no será usted aquel Francesc Josep Mayans al que Espriu dedicó su Primera història d'Esther?'. Y al momento el rostro del señor director general se iluminó con una sonrisa una pizca infantil, pero que traducía un profundo agradecimiento, por no hablar de una más que agradable liberación. Estuvimos hablando un buen rato de su amigo, de nuestro común amigo Espriu, y yo aproveché para hablarle de unos cómicos, amigos míos, que también querían mucho a Espriu, que habían estrenado obras de Espriu; amigos con grandes proyectos, pero por desgracia sin un duro. Mayans, hombre práctico, me dijo: 'Tan sólo dispongo de cinco millones'. 'Serán suficientes', le respondí. Y seguimos hablando de nuestro común amigo Salvador Espriu.

Aquella misma noche me puse en contacto con un par de miembros de la AAD (yo, al no ser actor ni director, no pertenecía a la asociación, pero en la práctica era uno más de ellos) y les comuniqué la oferta del director general. Con cinco millones -que luego se convirtieron en siete- podíamos montarnos un Grec, siempre y cuando el Ayuntamiento nos cediese el local (local que se cedía por concurso, pero con el respaldo del director general Mayans, el asunto no se presentaba demasiado problemático).

Los de la AAD solíamos reunirnos en el edificio de Sindicatos de Via Laietana a partir de la 1.00 o la 1.30, cuando terminaban los espectáculos teatrales. Reuniones interminables y un tanto caóticas, pero entrañables. Allí había buena fe, generosidad, entrega a raudales. Al igual que mala leche, envidia, rencor y zancadillas a manta. Pero la impresión que guardo de aquellas noches es positiva: toda una profesión tomaba conciencia de su trabajo, de la dignidad y del respeto que merecía su trabajo.

Tras mucho discutir, acabamos decidiendo que haríamos el Grec 76. 'Al servei del poble'.

De aquel Grec 76 conservo dos imágenes que difícilmente se me olvidarán. La primera es el final del espectáculo que abrió el festival: Red roses for me, de Sean O'Casey, en un texto en catalán de Josep Benet i Jornet. La obra del irlandés está basada en el lock-out y la sucesiva huelga de los ferroviarios irlandeses de 1913. Al terminar la obra, el público lloraba y se abrazaba; reía, jubiloso, y se abrazaba. Y no se cansaba de aplaudir. Rara vez he visto una comunión así entre cómicos y público. Jamás he visto un Grec que comenzase con mayor fortuna. 'Al servei del poble'.

La segunda imagen es una mañana -serían las 6.30 o las 7.00-, sentados en la terraza del Café Lohengrin, en la Gran Via, aguardando a que un par de compañeros -Alfred Lucchetti y Francesc Albiol- saliesen del cuartelillo de la plaza de España, donde habían pasado la noche tras haber sido detenidos, sin motivo, por unos grises dentro del recinto del Grec. El aplauso que les tributamos cuando les vimos llegar fue uno de esos aplausos calientes, generosos, que nada tienen que ver con los que se prodigan durante la entrega de los premios Max o cualquier otra collonada egocéntrica-mediático-corporativa.

Lo dicho: Grec 76 sólo hubo uno, irrepetible. Las bodas de plata que hoy celebran Clos, Mascarell y su tuna mediática deben aguardar a 2004. Un buen año para lanzar de nuevo el eslogan del alcalde Serra: '¿Teatro municipal? Ya tenemos uno: el Grec. Y encima al aire libre'.

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